Óscar Monsalvo-Vozpópuli

“PP y Vox inician su guerra contra el catalán en Balears derogando una norma que llevaba 35 años en vigor en Palma”, escribía hace unos días Ignacio Escolar. Hay varias cuestiones interesantes en esta tesis.

La primera de ellas es la elección de la palabra ’guerra’. Escolar y una infinidad de periodistas progresistas entienden su profesión como una manera de hacer política. No se dedican a explicar el mundo, sino que pretenden acercarlo a la visión que tienen de él. Por eso hablan de una guerra contra el catalán, del mismo modo que llevan años hablando, junto a figuras como Carmen Calvo o Irantzu Varela, de una guerra contra las mujeres. Podría haber empleado otra palabra menos agresiva para expresar la misma idea. “Inician su campaña para marginar el catalán” o “Inician su plan para fomentar el castellano”. Serían ideas igualmente falsas, pero ‘guerra’ sitúa el mensaje en un tono mucho más propicio para las intenciones de Escolar y de los periodistas progresistas. Se usa ‘guerra’ porque lo que se quiere transmitir es que cualquier medida de la derecha en el ámbito lingüístico -y en cualquier otro ámbito- proviene necesariamente del odio y la violencia. La derecha odia el catalán, Cataluña y a los catalanes, del mismo modo que odia el euskera, el País Vasco y a los vascos. Neus Truyol, representante de Més per Palma en el Ayuntamiento balear, lo expresaba de esta manera: “PP y Vox tienen alergia al catalán, lo quieren exterminar”. No es sólo una guerra, y desde luego no es una simple medida política. Es un exterminio. Un genocidio cultural.

La segunda cuestión interesante es que Escolar expresó esta idea en una red social, además de en su periódico. Una característica de esa red social (Twitter) es que desde hace poco permite que los usuarios añadan notas aclaratorias cuando una información no es precisa o cuando expresa mal -por desconocimiento o por interés- un hecho. El propio Escolar conoce bien esta función, puesto que la segunda noticia después de la “guerra contra el catalán” trataba sobre esto mismo. Decía así: “Los lectores añadieron contexto»: los usuarios de Twitter corrigen los bulos del PP”.

Hasta ahora si un ciudadano se dirigía a la administración en castellano, ésta le respondía en catalán. Ahora, le responderá en el idioma en que se haya dirigido (castellano o catalán)

Ignacio Escolar es un hombre profundamente preocupado por la función del periodismo. Le preocupa, como le preocupaba a Pablo Iglesias, la proliferación de los bulos en la profesión, la calidad de la discusión pública y los intereses que influyen en los medios. Su tuit fijado es una auténtica declaración de intenciones: “Cómo frenar las mentiras”. Y su tuit sobre la guerra contra el catalán es todo un ejemplo de lo que es una información falsa. Los lectores también añadieron contexto y explicaron lo que en realidad ha pasado en el Ayuntamiento de Palma:

“La norma no persigue el uso del catalán. Hasta ahora si un ciudadano se dirigía a la administración en castellano, ésta le respondía en catalán. Ahora, le responderá en el idioma en que se haya dirigido (castellano o catalán)”.

Es decir, que la guerra contra el catalán, el exterminio lingüístico, en realidad no es más que una norma para que el ciudadano pueda ser atendido en castellano sin necesidad de hacer una petición oficial.

La tercera y última cuestión relevante es la parte con la que se cierra el mensaje. “Una norma que llevaba 35 años en vigor en Palma”. Es decir: había consenso. Y la derecha ha roto ese consenso. Los grandes temas del discurso progresista se abordan hoy desde dos conceptos esenciales: consenso y negacionismo (tótem y tabú).

La izquierda siempre parte del consenso. Construye consenso, genera consenso, canaliza consenso. Las posturas progresistas respecto al aborto, la identidad sexual, las lenguas cooficiales, la inmigración o la violencia no son meras posturas ideológicas; son consenso. Es decir, son indiscutibles. Quien no lo asuma no es que esté fuera de la izquierda, sino que está fuera de la sociedad. El segundo concepto cumple por ello una función esencial. Cualquier discusión política en torno a esas cuestiones no es un sano debate de ideas ni la expresión de visiones particulares, sino la manifestación del odio o la ignorancia, la negación de la realidad o de ciertos derechos revelados por los sacerdotes del progreso; discutir el consenso es, lógicamente, negacionismo.

Volverán los lamentos

En cuanto a la noticia, queda un último detalle que no puede sorprender a nadie: el PSOE votó en contra de la modificación que simplificará la comunicación de los ciudadanos de Palma con la administración pública. No puede sorprender a nadie, pero aun así lo hará. Volverán los lamentos por aquella izquierda perdida y por esta izquierda que no puede serlo, a pesar de que la izquierda y el PSOE desde la Transición no han hecho otra cosa más que reforzar el consenso sobre la “lengua propia” de cada territorio.