Miquel Escudero-El Correo

  • Se está haciendo creer que cualquier reclamación de Puigdemont puede considerarse normal y posible

Unos diez años antes de que muriera Franco y concluyera así el régimen de la guerra civil, Julián Marías advertía del peligro de «copiar al adversario haciéndose como él, dándole de este modo una victoria gratuita. El único peligro verdadero que corre el liberalismo es que los liberales dejen de serlo». Creo que hoy se podría aplicar esta frase al socialismo y a los socialistas. Descafeinándose, de espaldas a los principios y sin escrúpulos para liquidar el patrimonio ético de un partido centenario, se tienen permitida cualquier acción para continuar encaramados al poder, la única convicción real de los nihilistas.

Carles Puigdemont, fugado de la Justicia va a hacer seis años y recién desprovisto de inmunidad parlamentaria por el Tribunal General de la UE, ha calificado estos días a Pedro Sánchez como un «mentiroso e incumplidor» reiterado, «un tío al que no le comprarías un coche de segunda mano». Esto lo dice alguien a quien la dirección del PSOE incluye en el bloque ‘progresista’. Vivir para ver. Juntos y revueltos: Bildu y PNV, ERC y Junts, BNG y el que sea. Cualquiera cabe en esa etiqueta y en la opuesta. De hecho, Sánchez y los suyos siguen la máxima atribuida a Franco durante la guerra: «Hemos de impresionar al enemigo llevando a su ánimo el convencimiento de que cuanto nos proponemos lo realizamos sin que ellos puedan impedirlo».

El enemigo para los sanchistas es quien les puede quitar la silla; y quien no está en condiciones de hacerlo es, de forma cuántica, adversario y aliado a la vez. Y cuando no se puede lo que se quiere hacer, se recurre a hacer lo que no se debe; todo está autorizado en un día a día sin horizonte. La irresponsabilidad es absoluta.

Lo inquietante es que, al dedicarse «a confundir las cosas hasta dejarlas sin solución posible», como apuntó Marías, se acaba por desembocar en la discordia o la desesperación generalizada. En una apoteosis del particularismo, donde nadie se considera parte de un conjunto tampoco se pueden compartir los sentimientos de los demás. Y se olvida que las exigencias de libertad y justicia social van unidas y potenciadas con la continuidad histórica de España y su unidad nacional.

Gracias a un aire viciado que todo lo contamina, se está haciendo sentir que cualquier reclamación de Puigdemont, en especial, puede considerarse y darse por normal y posible. ¿Nos hemos olvidado de que hace tres meses los separatistas catalanes tuvieron una enorme pérdida de votos en las elecciones locales? Sin embargo, ahora se les ha concedido un protagonismo que les estimula a chantajear y hacer el ‘fenicio’, bajo el pretexto de salvar a España de las «hordas fascistas» o de una «indeseable» repetición electoral. Los centralistas regionales -niegan la diversidad en su territorio- pueden pedir el oro y el moro, cualquier privilegio, que todo se analizará. Son ellos quienes ponen ‘líneas rojas’ al partido que quiere hacer presidente a su candidato, nunca al revés.

Los acólitos del dueño del PSOE -una sonrisa pagada de sí y dosificada con impertinencias y acritudes impostadas- ven legítimo el intento de suplantar la voluntad no expresada por los españoles: el desmantelamiento del Estado, fragmentarlo y hacerlo trizas; traspaso de aeropuertos y puertos, acabar con la caja única de la Seguridad Social; eliminación de la deuda del Fondo de Liquidez Autonómico, a cargo de todos; amnistía para quienes derogaron la Constitución, abusaron de su poder y malversaron a espuertas dinero público; un referéndum de autodeterminación. Dicen que negocian con discreción, pero lo que no hay es transparencia.

Destrozado de forma pertinaz el consenso que nos ha dado los mejores años de nuestra historia, la democracia no puede sobrevivir con la inconsciencia de los ciudadanos -sin entusiasmo ni ilusión, desencantados- ante la descomposición que se ha puesto en juego. España y su estructura nacional no son propiedad de quien gane en una almoneda, siquiera se haya celebrado en unas urnas. Ante esta grave deslealtad de una minoría -la cúpula socialista-, la mayoría de los ciudadanos vive en el limbo, entre perplejos y sumisos; en muchos otros crece el malhumor y la irritación, se encrespan sin remedio ante las barbaridades que se ven venir y que algunos relativizan.

Es evidente que está arraigando la discordia; quien siembra vientos, recoge tempestades. Sin embargo, se quiere negar la evidencia. Hay una enfermedad de la visión que consiste en una incapacidad para percibir colores o confundirlos (así, el daltonismo). Solo se ve en blanco y negro. Es hereditaria y no tiene cura, pero se puede aminorar sus molestias (unas lentes con filtros correctores). Es fundamental que no nos dejemos llevar por el nerviosismo, ni mucho menos por la ira. Ésta resulta siempre estéril, y puede llevar hacia donde no se quiere y cuesta volver.

Sánchez y los suyos están vendiendo la moto de que ‘España nos necesita’, calco del cartel que se popularizó con la figura del Tío Sam. Pero no veo convencido de ello a Puigdemont. ¿O es al revés?