Miquel Escudero-El Correo

Es bien sabido que los problemas de fondo de una sociedad no pueden resolverse de una vez por todas ni, a menudo, del modo más conveniente, pero hay que plantearlos bien, con ganas y afinando la perspectiva; siendo conscientes de los daños y sufrimientos que se pueden paliar o reducir y también de los beneficios que se pueden lograr. Se trata, en suma, de hacer lo que se debe; lo contrario es negarse a mover un dedo, mirar a otro lado de la realidad y dejar que se pudra.

Lo cierto es que el ciudadano de a pie sabe que apenas cuenta para quienes mandan, más allá de saberse cosificado en las urnas, y que difícilmente nadie le va a atender sus peticiones y reclamaciones con el debido interés. ¿A quién le puede extrañar, pues, que sean legión los habitantes de sociedades democráticas que renuncian de hecho a su condición de ciudadanos, y se dediquen solamente a ‘lo suyo’? Una sociedad así es particularmente vulnerable. Es irónico hablar de calidad democrática cuando se dispara el número de quienes solo aspiran a ser consumidores y convidados de piedra.

No solo sucede que la mayoría de los ciudadanos anda despolitizada y desinteresada de lo que les afecta de veras, sino que muchos, incluidos los más jóvenes, no van a votar, pues «todo seguirá igual y de nada sirve». ¿Qué se les puede decir cuando, además, esto ya les va bien a quienes manejan los hilos del poder?

Nos queda actuar en entornos reducidos. Y llamar la atención de mujeres y hombres que nadie conoce, pero que dejan verdadera huella en su círculo personal, siendo rectos, sensatos, pacientes y generosos. Aunque no os lleguen estas palabras, sois nuestra mejor esperanza.