Olatz Barriuso-El Correo
Nada de volantazos ni piruetas ni experimentos. Fiel a la máxima ignaciana de no hacer mudanza en tiempos de tribulación, Iñigo Urkullu ha dejado entrever este jueves lo que se puede esperar de su campaña para optar a un cuarto mandato como lehendakari: potenciar lo que ha hecho de él una garantía de éxito en las urnas. Urkullu ha sido hoy más Urkullu que nunca. En su intervención se han podido atisbar todos los rasgos marca de la casa: el dirigente socialcristiano –ha citado incluso al Papa Francisco y su elogio de la «diversidad»–, el adalid de la «estabilidad» frente a los «agitadores», el que afea las exigencias «individualistas» frente al ‘auzolana’.
Recaditos sin citarles, a los sindicatos, y autocrítica «sin catastrofismos» para intentar recuperar al votante tradicional desencantado. Se agradece la claridad para identificar los problemas –Osakidetza, el acelerado envejecimiento de la población, las dificultades para atraer talento– aunque es pronto para juzgar hasta qué punto podrá cumplir sus promesas. El enésimo rescate del debate en bucle del nuevo estatus es, sin embargo, más de lo mismo: marear la perdiz para no descuidar ningún flanco.