Miquel Escudero-El Correo
El filólogo aragonés Fernando Lázaro Carreter dijo en 1977 que no habría democracia mientras hubiera gente incapaz de expresarse satisfactoriamente y sin habilidad para entender y hacerse entender. Podría añadirse que, si además somos crédulos, estamos perdidos ante los expertos en el engaño y la crueldad. Por esto, hemos de insistir sin cesar en la educación de todos los ciudadanos, para que se reivindiquen libres e iguales. ¿Hay movilización de mayor calado que la de trabajar por potenciar personas lúcidas, dispuestas a no engañarse y listas para absorber lo que ven? No hay duda de que solo desde este nivel se puede ejercer de ciudadanos e ir hacia la plenitud democrática, lo cual es posible y es necesario.
Debemos armarnos de paciencia y fuerza de convicción, no en vano Baltasar Gracián -otro aragonés- escribió hace cuatro siglos que: «Las cosas no pasan por lo que son, sino por lo que parecen». Demasiada gente se siente irremediablemente incapaz de hacer algo que valga la pena y merezca una ovación. No es preciso ser genios para concitar aprecio y admiración, podemos y debemos hacer cosas útiles y positivas para quienes tenemos al lado. Aunque no recibamos su reconocimiento, nos acompañará la conciencia de hacer lo mejor posible. El ejercicio de brindar bienestar y no requerir gratitud es propio de personas fuertes (inevitablemente vulnerables también), que aprenden cuándo actuar, hablar de algo y con quién hacerlo. Lo demás es perder el tiempo.
El libro ‘Bhagavad Gita’ (Canto de Dios, en sánscrito) recoge una propuesta por el equilibrio anímico: «Constante ecuanimidad mental ante los sucesos agradables y desagradables».