Manuel Montero-El Correo
- En la disputa por la influencia en Oriente Próximo, la URSS empezó a apoyar a los árabes y los comunistas olvidaron su inicial respaldo a Israel
En España el antisemitismo es residual en la derecha, pero está arraigadísimo en la extrema izquierda. Dada la actual coalición gubernamental, está condicionando el posicionamiento internacional de España. Si los socialistas querían aprovechar la presidencia española de la Unión Europea para mostrar algún liderazgo internacional de Sánchez, les está saliendo al revés. Se mueve entre la irrelevancia y la marginalidad. No ha encabezado ningún posicionamiento colectivo sobre la crisis provocada por el ataque de Hamás y al respecto hemos mostrado una ambigüedad inusual en Europa, con equidistancias en miembros del Gobierno, cuando no un alineamiento expreso con la organización terrorista Hamás.
Seguramente, el carisma del presidente solo da para liderazgos populistas de andar por casa, en las antípodas del líder capaz de transmitir o encabezar sólidas creencias. Sin embargo, en esto le perjudica el antisemitismo de la extrema izquierda, que no llega a rebatir.
Ciertamente, no es lo mismo antisionismo (la oposición a la construcción de Israel) que antisemitismo, que implica racismo y odio a los judíos. Sin embargo, aquí el antisionismo está adquiriendo formas antisemitas, por ejemplo cuando desde Podemos se responsabilizaba a todos los judíos de lo que haga Israel, tal como ha planteado alguna vez. En la misma línea, su condena a Israel y apoyo a Hamás empezó tras el ataque de esta organización -considerada terrorista por la UE- y antes de la respuesta israelí. Las manifestaciones propalestinas que se dan en España tienen un obvio carácter antisemita.
Es extraño el recelo antisemita de la izquierda española, tan dada a alegar diferencias con la derecha, a la que suele tachar de fascista, que en la historia europea (y en la percepción actual) suele conllevar racismo y antisemitismo. Es un prejuicio ideológico, que sorprendentemente ha arraigado en un país en el que la presencia judía es reducidísima y en el que la población islámica carece aún de la capacidad de presión para que una extrema izquierda se aproxime a posiciones de este tipo, como sucede en Francia.
Las reticencias de la extrema izquierda española con respecto a Israel no tienen la antigüedad que cabría suponer. Cuando se fundó Israel, contó en todo el mundo con el apoyo decidido de la izquierda radical. Se debía a la influencia de la Unión Soviética. Stalin entendía que Israel podía formarse como otro Estado socialista o bien que le serviría para eliminar la influencia británica en Oriente Próximo.
El planteamiento estalinista justificó el apoyo de los comunistas a Israel. Las armas proporcionadas por los países comunistas posibilitaron la victoria israelí en la guerra de 1948. Los comunistas occidentales interpretaron que Israel era un país que combatía contra el imperialismo y que impulsaría la lucha por la justicia social.
Todo cambió cuando Stalin se negó a facilitar la migración judía desde la URSS a Israel y a reconocer internamente algún papel a la comunidad judía. En los años 50 comenzó a apoyar a Estados árabes que antes habían sido probritánicos.
El estalinismo estuvo en la raíz del posicionamiento antisemita de la izquierda radical, que admitió sin críticas las patrañas conspiratorias por las que fueron condenados varios judíos en el proceso de Praga de 1952, bajo acusaciones inverosímiles de traición y colaboración con Estados Unidos. La naturaleza absurda y antisemita de las acusaciones no impidió que los comunistas occidentales asumieran las calumnias contra los judíos, estigmatizados ahora como colaboradores del capitalismo.
Durante la guerra de los Seis Dias (1967) y del Yom Kippur (1973) se completó el proceso. En la disputa por la influencia en Oriente Próximo, la URSS apoyó a los países musulmanes. Israel encontró el respaldo de EE UU.
La izquierda radical olvidó su inicial apoyo a Israel. Equiparó a este país con el imperialismo. Al identificar a los judíos con la causa capitalista y neocolonial, sus planteamientos se desplazaron hacia el antisemitismo. Desarrolló un repudio global de Israel, que gestaba a su vez una imagen estereotipada de los judíos y que pasó a la izquierda española. Las alusiones a la conspiración imperialista/sionista se parecen mucho a las históricas creencias en un complot judío universal para controlar el mundo.
El problema de Oriente Próximo es muy complejo, con atrocidades que acaban llegando de todos los bandos e incumplimientos de mandatos de la ONU. No cabe afrontarlo con los prejuicios antisemitas. La ministra Belarra, exhibiendo un dogmatismo simplón inverosímil en un Gobierno, tacha de «criminal de guerra» al primer ministro israelí y asume el apoyo al terrorismo de Hamás. Es inverosímil: los problemas políticos nos los crea el propio Ejecutivo.