Alberto Ayala-El Correo

  • Gustará mucho, poco o nada, según la ideología de cada cual, pero creo que nos encontramos ante un buen acuerdo para sus firmantes y su electorado

Si fueran actores la crítica probablemente hubiera dicho que estuvieron sobreactuados. Como son Pedro (Sánchez) y Yolanda (Díaz), el ‘presi’ y la ‘vice’ del Gobierno en funciones, me limitaré a reprocharles el exceso de almíbar que pusieron en la presentación de su pacto para intentar repetir Ejecutivo de coalición de izquierdas en España.

Gustará mucho, poco o nada, según la ideología de cada cual, pero creo que nos encontramos ante un buen acuerdo para sus firmantes y su electorado. Tanto si las izquierdas logran los votos de nacionalistas e ‘indepes’ como si fracasan y toca votar el 14 de enero. Algo que sigue sin estar nada claro pese al optimismo que se trata de vender desde las filas socialistas.

PSOE y Sumar salvaron los muebles en julio, sobre todo, por la agenda social que desplegó durante su mandato el primer Ejecutivo progresista. También por la movilización de última hora de jóvenes y mujeres temerosos de la llegada de Feijóo a La Moncloa de la mano de la ultraderecha.

Nada extraño que el acuerdo esté cuajado de guiños a su base social. Desde la reducción en dos años de la jornada laboral a 37.5 horas semanales a quienes todavía estén en las 40 que fijó hace cuatro décadas Felipe González, a más vivienda pública, mayores permisos por nacimiento y universalización de la educación de los 0 a los 3 años. Además de la promesa de mantener el impuesto especial a la banca y a las energéticas, y fijar un tipo del 15% en el Impuesto de Sociedades, sobre el resultado contable en lugar de sobre la base imponible. Medidas ambas con las que obtener recursos para costear algunos de los planes para los menos favorecidos. Otros desaparecerán por exigencia europea para rebajar el déficit público.

Pagar más es algo que sólo gusta a los muy cafeteros. Entendibles los lamentos de los afectados que vienen presentando beneficios multimillonarios pese a que crece la pobreza en nuestro país. Menos tolerable resulta amenazar con llevarse las inversiones a otro país de quienes no han dudado en pedir ayuda al Gobierno de turno cuando han tenido problemas, por ejemplo, en Latinoamérica.

Que los nacionalistas se pongan en guardia ante posibles invasiones competenciales va de oficio. Sin embargo, la ausencia de mucha letra pequeña en el pacto deja abundante margen para que los nacionalistas vean aceptadas sus exigencias. Incluido un PNV que sigue sin poner fecha para reelegir a Urkullu como candidato a lehendakari y que creo que se equivoca si piensa que la mejor manera de recuperar voto es cargar contra sindicatos, huelguistas y funcionarios.

La gran incógnita persiste. Que vayamos a tener o no nuevo Gobierno sigue dependiendo en gran manera de Puigdemont, a quien Feijóo ha definido en las últimas horas como un hombre con palabra, para despiste general. De si se da por satisfecho con una amnistía otrora impensable -ya veremos con qué justificación- y otras cesiones. O vuelve a entrarle pánico escénico y opta por otra huida hacia adelante como la que protagonizó en 2017.