- Que una banda fascista latinoamericana financie a los paladines de la revolución española debiera movernos a reflexión
Un loco y un peronista, Milei y Massa, se disputan la presidencia de la República Argentina. Manicomio y bancarrota. Y un electorado, partido por la mitad entre sus respectivas «barras bravas». Lo demás no existe. Yo me consuelo, retornando a lo único que de Argentina me interesa: un aritmético artesano de la prosa, quizá el más alto de la lengua española en el último siglo.
«Durante años de oprobio y bobería, los métodos de la propaganda comercial y de la litérature pour concierges [literatura para porteras] fueron aplicados al gobierno de la república. Hubo así dos historias: una, de índole criminal, hecha de cárceles, torturas, prostituciones, robos, muertes e incendios; otra, de carácter escénico, hecha de necedades y fábulas para consumo de patanes. Abordar el examen de la segunda, quizá no menos detestable que la primera, es el fin de esta página».
El texto lo escribió Jorge Luis Borges en el número 237 de la revista Sur de Victoria Ocampo, noviembre-diciembre de 1955, y habla de la «ilusión cómica», tragada por la cual, Argentina vino a ser poco más que epifenómeno del peronismo. Pudo publicarlo porque corría entonces uno de los añorantes intervalos de provisionalidad no peronista. Tras los cuales, la épica del héroe fascista y su portátil momia retornaba a lo más hondo del corazón bonaerense. Al final, ambos eran repuestos en su eclesial sede de la Casa Rosada. El fascismo, tal como el «agregado militar» Perón lo aprendió en la Roma de Mussolini, es una teología política. La trasplantó a Buenos Aires, con esa estética de tahúr de burdel y machete que tanto exaltaba a sus devotos. Exhibió en hornacina a una enjoyada figura de mujer. A su cadáver, luego. El fascismo bonaerense tenía la mugrienta brillantez de los antros porteños. Quizá por ello, funcionó. Y sigue funcionando. Borges, de nuevo: «los peronistas no son ni buenos, ni malos; son incorregibles». Intemporalidades mágicas.
Casi un siglo después, el peronismo sigue siendo la médula política de una Argentina en caída libre, desde la opulencia del primer tercio del siglo veinte a la miseria material y moral de su hoy. Pasaron, en el resto del mundo, lo modelos totalitarios clásicos. Allí, perviven. Perón fue un Mussolini travestido con las gasas enjoyadas de su Evita: una horterez, elevada a la diezmillonésima potencia por sindicales bandas de saqueadores «descamisados». Funcionó. Pasado un siglo casi, preside altares y ornamentos sagrados de una plebe que se deleita en su propia desdicha: lo normal, lo que está mandado. Lo demás es transitorio. También Milei.
¿Fueron ladrones los Kirchner? Y, ¿qué más da? Fueron peronistas. Y pudieron permitirse el lujo de financiar a los exportadores de esa barriobajera consagración política del gangsterismo, de retorno a Europa. Sin las oscuras finanzas de la Kirchner, Podemos no hubiera jamás existido. Que una banda fascista latinoamericana financie a los paladines de la revolución española, debiera movernos a reflexión. Tan bajo hemos caído.
Milei y Massa: un loco y un peronista. ¿Nos profetizan acaso?