Soberanías

JUAN CARLOS GIRAUTA-El DEBATE
  • Los independentistas listos no quieren la independencia, sino el infinito mantenimiento del independentismo, imán de competencias, fuente inagotable de agravios, inductor de culpas ajenas…
Oigo «soberanía» y se me acelera el tarro. No lo puedo evitar. Superanus, superanitas… Acude de inmediato a mi memoria aquello de «la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado». Entonces me lamento brevemente de que este precepto tan clarito del primer articulo de la Constitución no baste para mandar a pastar a los soberanistas, colectivo paradójicamente dedicado a negar la cristalina norma. Luego esbozo una sonrisa fugaz recordando, como una sola voz ignara, al millón de voces empeñadas en llamar «sede de la soberanía nacional» al Congreso de los Diputados. Ja. A continuación, paso raudo a interrogarme sobre el misterio de la soberanía y a considerar el devenir del concepto. ¡Qué unida sigue la palabra «soberano» al Rey! Tanto como al popular brandy de Jerez. Inevitable, irrumpe la dicotomía doctrinal Kelsen-Schmitt, pugna de tan largo recorrido y de tan profundas resonancias que sigue vivísima, aun entre los que no han leído al praguense ni al renano. En ese punto me digo que la culpa o el mérito son nuestros, de los columnistas, por recurrir con tanta frecuencia a ellos. ¿Qué le vamos a hacer si Kelsen dio la mejor y más breve definición de golpe de Estado y ha habido tantos españoles aficionados a tal práctica? Pues lo que vamos a hacer, y hacemos, es usarlo como irrefutable aval doctrinal para advertir de que el sanchismo está en pleno golpe de Estado: una reforma de la Constitución fuera de los cauces previstos. Contando la asonada decimonónica y grosera de Tejero, vamos por el tercero en democracia.
El golpe catalán es de los que, fracasando al principio, al final estaría triunfando. ¿Cómo? Por mor del nuevo golpe, golpe sobre golpe, golpe tras golpe, golpe a golpe, verso a verso. Aunque personalmente preveo su implosión, parece que los separatistas catalanes estén consiguiendo lo que realmente se proponían cuando, pasándose por el arco del triunfo la soberanía del pueblo español y la jerarquía normativa, derogaron la Constitución en Cataluña y celebraron un referéndum ilegal. Muchos creen aún que las fuerzas que apoyaron a Artur Mas y su procés (como el apalancado Grífols con su famoso «¡no te arrugues!») perseguían de verdad la independencia. ¡Quia! Los independentistas listos no quieren la independencia, sino el infinito mantenimiento del independentismo, imán de competencias, fuente inagotable de agravios, inductor de culpas ajenas y salvoconducto para obtener todas las ventajas de un Estado sin asumir ninguno de sus inconvenientes. Todos los atributos de soberanía (y aun el reconocimiento de la misma, un monstruo conceptual de tipo confederal), sin la carga de una soberanía real. Eso creen estar logrando del golpista Sánchez los golpistas catalanes una vez han comprobado que el gran traidor está dispuesto a traficar con lo que no es suyo ni es enajenable. Si no fuera por sus constitucionalistas, Cataluña se merecería una independencia de verdad, que para empezar acarrearía su expulsión de la UE. Para su suerte, los kelsenianos nunca lo permitiremos. Y bastantes schmittianos tampoco.