Javier Zarzalejos-El Correo
- Cuando Pedro Sánchez apela al acuerdo entre las principales familias políticas europeas tiene en la cabeza las malas perspectivas para las elecciones de junio
En su reciente aparición en el Foro de Davos, Pedro Sánchez habló de un consenso entre populares, liberales y socialistas como el pilar de la política europea tras las próximas elecciones al Parlamento de Estrasburgo, que tendrán lugar en el mes de junio. La declaración de Sánchez es curiosa. El gran polarizador habla de consensos… pero en Europa. El radical que pide más Estado -como si hubiera poco- se dirige al Partido Popular Europeo después de que hace pocas semanas arremetiera en el Parlamento de la Unión contra ese partido, la primera fuerza política del continente, y atacara de manera premeditada a su presidente, el alemán bávaro Manfred Weber, con alusiones escandalosas y malintencionadas al Tercer Reich. Con el resultado de un insólito abucheo al presidente del Gobierno español, quien quebró todos los usos políticos en su comparecencia.
El Sánchez que reclama consenso en Davos es la plasmación de una impostura. El presidente siempre ha cuidado su imagen europea como la de un socialdemócrata clásico, moderado y realista. Una imagen muy alejada de la que se está descubriendo más allá de las fronteras de la política española: la de un dirigente asentado sobre una coalición precaria y destructiva, sectario y carente de los frenos que hacen posible la vida democrática. Un dirigente aupado al poder por la utilización partidista nada menos que de una amnistía, dictada en su provecho, que cancela la responsabilidad por delitos contra el Estado de Derecho, delitos de corrupción y de terrorismo.
En su comparecencia ante el Parlamento Europeo de Estrasburgo al término de la presidencia española de la UE, Sánchez cometió el error de mostrarse como realmente es. Para muchos en la Cámara, aquella intervención fue un descubrimiento sorprendente y desagradable. Su andanada alevosa contra el primer partido de Europa reveló a un depredador político, decidido a llevar al ámbito europeo el discurso de polarización que cultiva en España, intentando presentarse como el adalid frente a la extrema derecha desde su alianza con la extrema izquierda. Cuando, al día siguiente, Manfred Weber declaró que Sánchez había quedado inhabilitado para ocupar cualquier puesto de responsabilidad europea, simplemente enunciaba la consecuencia lógica del impropio ejercicio de navajeo político que horas antes el presidente del Gobierno había realizado de manera tan lamentable.
Es muy probable que, cuando Sánchez hace esas apelaciones tan poco creíbles al acuerdo entre las principales familias políticas europeas, lo que tiene en la cabeza son las malas perspectivas electorales de socialistas, liberales macronistas, extrema izquierda y verdes en el escenario europeo. El descrédito de la coalición de gobierno en Alemania, que colapsa bajo el menguante liderazgo del canciller Olaf Scholz, viene a reflejar el sombrío panorama de este conjunto de fuerzas, alimentadas por el intervencionismo y la barra libre de gasto público abierta para paliar las consecuencias del covid y prolongada por el impacto económico de la guerra de Ucrania.
Lo que se anticipa para la Unión Europea no es solo un cambio en la composición del Parlamento sino una nueva definición de prioridades, una agenda europea que tiene que prestar atención creciente a las reformas para impulsar el crecimiento y un entorno regulatorio, fiscal e institucional favorable a la iniciativa empresarial. Una Europa que tiene que volver a conjugar eficazmente el verbo competir, debe salvar su retraso en la permanente revolución digital y tiene que afrontar las consecuencias y remedios de la crisis demográfica que se va a hacer dramáticamente patente en los próximos años, incluyendo la necesidad de una inmigración legal y ordenada, que atraiga a trabajadores y talento.
El Foro de Davos ha dejado de producir debates de la relevancia de los que albergó en sus orígenes. Se ha teatralizado y, si bien siempre tuvo algo de pasarela, su evolución ha agudizado los aspectos más superficiales de esta reunión. No extraña el apego de Sánchez a este encuentro en su dedicación a bruñir su imagen internacional. La superficialidad creciente de los debates le ayuda en este empeño. De ahí que la inseguridad jurídica, la quiebra del diálogo social, el intervencionismo sin freno, y una economía que ha caído al 85% de la renta media de la Unión Europea estén ausentes de esa narrativa autocomplaciente de Sánchez. El teatro de Davos empieza a ser lo único que le queda para la interpretación de un personaje, él mismo, al que se le va cayendo penosamente el maquillaje.