Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo
- Es una lástima que a la vicepresidenta, gustándole tanto dirigir y programar, no se la haya ocurrido nunca poner sus ‘conocimientos’ empresariales en práctica, bajar de las musas al teatro y repartir trigo en lugar de predicar su buena nueva por doquier
La noticia apareció el martes. Es importante, pero no ha tenido una gran repercusión en los medios. Me refiero al acuerdo alcanzado entre los sindicatos y la patronal para hacer los cálculos de la aplicación efectiva de la reducción de jornada -que está todavía en discusión- sobre una base anual y no semanal como quería el Ministerio de Trabajo.
La decisión, que ya se aplica en los convenios y en la jurisprudencia, es buena porque el sistema de cálculo anual es mucho más razonable que el semanal, pero supone un nuevo sopapo para la señora Díaz que se había mostrado como su gran defensora.
Recordará que los agentes sociales y tanto los sindicatos como la patronal, decidieron apartarla de las negociaciones por el Pacto Social, probablemente porque ‘tensaba’ demasiado las reuniones y aplicaba criterios excesivamente bruscos para envolverlo luego en el acuerdo y muy alejados de la realidad que viven a diario sindicatos y empresarios. La vicepresidenta no conoce las complicaciones de la producción, ni las exigencias de la programación, pues carece de la experiencia necesaria. Ella no ha dirigido nunca una empresa. No pasa nada, es algo normal. Hay muchísimas personas que tampoco las conocen y nunca han dirigido una empresa.
Lo malo es que las personas que las desconocen no acostumbran a imponer su ignorancia en los comportamientos de los demás y ella lo hace constantemente con una seguridad que asusta y una determinación que no gusta ni siquiera a los sindicatos, que prefieren la relación directa con los empresarios, sin testigos que arrollen.
El tiempo, o mejor, los tiempos son algo muy importante en la vida económica. Con muy escasas excepciones, los pedidos que reciben las empresas no les llegan con cadencias regulares y preestablecidas, ni tienen todos ellos las mismas urgencias de entrega al cliente. No es tan fácil. Eso en las salidas, porque en la fabricación pasa algo parecido y tampoco los costos son los mismos en todo momento. Piensen en los precios de la luz por ejemplo. De ahí que, buscar la mayor productividad, acomodar los planes de trabajo para cumplir los pedidos, ajustar los calendarios para cuadrar las entregas y racionalizar los costes para minimizarlos sea una tarea compleja que exige técnica y detalle y que se acomoda mal con los plazos semanales y mucho mejor con los anuales.
La reducción de la jornada se cumplirá, pero no será necesario hacerlo día a día y ni siquiera semanalmente, sino que se podrá utilizar los días libres o las vacaciones para alcanzar el número anual de horas pactadas. O mejor dicho, decretadas por la señora Díaz desde la mesa de trabajo de su enmoquetado despacho. Es una pena que no escuche ni siquiera a Unai Sordo, secretario general de CC OO, su propio sindicato, cuando dice que «la distribución práctica de la jornada corresponde, como siempre, al ámbito de la negociación colectiva y a su concreción en cada uno de los convenios y empresas».
También es una lástima que, gustándole tanto dirigir y programar, no se la haya ocurrido nunca poner sus conocimientos en práctica, bajar de las musas al teatro y repartir trigo en lugar de predicar su buena nueva por doquier. Como no se va a bajar del púlpito (le encanta pastorearnos desde las alturas), podríamos sumarnos a los agentes sociales y pedirle que se retire un poco y un rato y les deje a ellos alcanzar acuerdos. Además, no pierde nada. Siempre podrá imponer su criterio, como ha hecho con el Salario Mínimo Interprofesional y con las horas trabajadas. Para eso es vicepresidenta…