IGNACIO CAMACHO-ABC
- Hay ‘overbooking’ y jolgorio en la fachosfera, voz que el antisanchismo ha convertido en orgulloso emblema de resistencia
Resignificación, lo llaman. Es el proceso mediante el que una etiqueta, un mote, un sintagma, un ‘meme’ de intención despectiva o vejatoria acaba transformado por sus destinatarios en un símbolo reivindicativo, de autoafirmación identitaria, de sentido de la pertenencia. Ha ocurrido con el zorrerío de Eurovisión, o con aquel ‘Perro Xanxe’ que los socialistas supieron convertir en un boomerang contra la derecha, y ahora el fenómeno ha tomado la dirección inversa para revertir el sentido denigrante del neologismo `fachosfera`. El término, probablemente surgido del laboratorio de semántica política de Moncloa y divulgado por los propagandistas de su órbita, ha sido adoptado por la oposición antisanchista como emblema jocundo de una resistencia orgullosa desde el mismo momento en que el presidente lo adoptó como ocurrencia propia. La fachosfera es el espacio inmaterial donde se agrupa, no sin cierto jolgorio, la disidencia contra la impostura progresista y sus reversibles dogmas: el pacifismo de Bildu, la amnistía constitucional, la cómica beatificación de Puigdemont según el principio de la necesidad virtuosa y demás revelaciones teológicas asumidas sin reparo por los apologetas oficiales de la doctrina obligatoria.
En ese hábitat convive sin demasiados problemas una biodiversidad de perfiles heterogéneos: conservadores de toda la vida, liberales con y sin complejos, socialistas veterotestamentarios condenados al destierro interno, moderados terceristas huérfanos de un partido de centro, jacobinos en pie de guerra contra los privilegios del separatismo periférico, algún verso suelto como Page con su sector crítico manchego, incluso sanchistas desengañados con la cintura ética quebrada de tanto quiebro. Y por supuesto, fachas propiamente dichos, los auténticos, minoritarios pero quizá los más contentos de verse acompañados en un ambiente de horizontes tan abiertos. Porque si todo el que discrepa de este Gobierno es fascista, nadie acaba siéndolo y los que de verdad lo son pasan inadvertidos entre tan inopinados compañeros.
Y es que en la fachosfera ya no se cabe. Está a tope, repleta, abarrotada como los vagones subvencionados de la Renfe en fin de semana. Hay que pedir la vez y entrar saludando a la muchedumbre apretujada, conocidos que hacía tiempo no veías, vecinos de barrio, amistades lejanas. Igual te encuentras a Savater que a Guerra, a Abascal que a Cayetana –claro, con ese nombre dónde iba a estar la criatura–, a Felipe que a Cuca Gamarra, a Reverte, a Varela, a Vallés, a Pedrojota, a Antonio Caño, a Arcadi Espada. Y la parroquia no para de crecer a medida que Sánchez y sus trompeteros de guardia van empujando al otro lado de su muralla a enemigos, rivales, tímidos, indiferentes y hasta feligreses sospechosos o pelotas caídos en desgracia. El día menos pensado aparece por allí Yolanda. Hay que joderse con la plaga.