Ayer tuve el honor de compartir mesa y entrega de premios a los Héroes de Tabarnia con la presidenta de Tabernia Isabel Díaz Ayuso y el presidente de Tabarnia Albert Boadella. Por unos minutos, al escucharles hablar, sentí de nuevo aquella Barcelona y aquella España reanimada por la frescura de la libertad sin mordaza. La de la Movida, El Víbora, el Zeleste y el Rock-Ola, la de aquellos años en los que como dijo el poeta todo estaba por hacer y todo era posible. Años de abrir ventanas y leer, beber, vivir y amar. Acaso sin medida, acaso sin conocimiento, pero qué carajo, éramos insolentemente jóvenes y no sabíamos que detrás de la esquina del tiempo esperaban unos atracadores disfrazados de progres, separatas y moralistas de cuarta regional afectados del mismo mal: la incapacidad de beberse la vida a morro con la risa brotando espontánea por que sí.
De Boadella excuso hacerles el elogio: se enfrentó al franquismo, al pujolismo, al separatismo y a todos los ismos catetos que ahora pululan como Pedro – nunca mejor dicho – por su casa. No hay mejor presidente para la Tabarnia que se mofa de esos arlinquins separatas que Albert. Tener en una sola pieza a un excepcional dramaturgo, a un intelectual culto y refinado y, no en último lugar, a una buena persona es un honor. Permítanme, pues, que me extienda con la presidenta madrileña. De entrada, su gesto inocente, su mirada de niña que se admira de todo y de todos, su risa contagiosa, su expresividad facial en la que no hay nada impostado y su aparente fragilidad contrasta con lo enérgico de su carácter, su palabra contundente, su sólido ideario y su voluntad de hierro. Ayer le habían querido colgar un escándalo más, porque Ayuso, como Boadella, son caza mayor. Los Tartufos molierescos van a por ellos, pues no soportan su autenticidad. Y arremeten una y otra y otra vez con la dinamita de la infamia intentando su muerte civil. Me recuerdan al tonto de Dostoievski que tiraba enfadadísimo al suelo el tablero y las piezas de ajedrez porque no sabía jugar.
Los Tartufos molierescos van a por ellos, pues no soportan su autenticidad. Y arremeten una y otra y otra vez con la dinamita de la infamia intentando su muerte civil
Ayuso sí sabe jugar al ajedrez político. Desterró a Pablo Iglesias de la política. Creyó que podía con ella – ¡Madrid será la tumba del fascismo!, decía el ignaro – y acabó devuelto al corral por manso; la médica y madre, harta de los revolcones semanales que le daba la presidenta en la Asamblea, huyó a un gobierno que, al no ser nada, nada le pudo dar salvo un ministerio en el que nada hará porque ella es la nada más absoluta. Y como es imbatible en lo político, a Ayuso le buscan las cosquillas en terrenos habituales para la zurdería en los que los Titos Bernis, Koldos y demás fauna se pasean desahogadamente. Es su hábitat.
A Ayuso le buscan las cosquillas en terrenos habituales para la zurdería en los que los Titos Bernis, Koldos y demás fauna se pasean desahogadamente
Pero no es el de esa mujer frágil y fuerte, dulce y terrible, la única persona que está en la cosa pública, que diría Lerroux, capaz de pasearse por cualquier sitio de España siendo recibida con cariño por toda la gente. ¿Saben la razón? Ayuso es pura vitamina para el españolito de a pie, harto de tanta demagogia, de tanta corrupción, de tanta traición a España, de tanto compadreo con delincuentes, de tanta mentira y de pasar estrecheces cada vez más insoportables. Ayuso es un fenómeno que trasciende ideologías, porque conozco separatistas que dicen que ojalá Cataluña tuviera una Ayuso.
Sé que puede sonar a ditirambo pero, créanme, no lo es. Si digo esto es porque la presidenta es uno de los pocos rayos de luz que rasgan esas tinieblas que se están apoderando de España. No es de extrañar que vayan a por ella. Pero si creen que van a poder con Ayuso, no saben con quién tratan. Menuda es.