Manuel Montero-El Correo
- La izquierda abertzale mantiene la ficción de una ETA omnipresente, que no mata no por derrotada sino porque hábilmente ha decidido cambiar de táctica
Cuando el pastor se va, las ovejas se dispersan, pero una revolución nacional antiimperialista (en cuyos prolegómenos estamos más o menos desde hace medio siglo) requiere el mantenimiento del rebaño. En la teoría rupturista, las masas liberan la nación. Por eso la izquierda abertzale mantiene la ficción de una ETA omnipresente y sempiterna, invulnerable, que no mata porque hábilmente ha decidido cambiar de táctica, no por derrotada, y que mantiene al rebaño unido. Constituye un error suponer que en los homenajes a presos subyace el cultivo a una organización histórica, que forma parte del pasado. Esta especie queda para la credulidad progre que quiere blanquearla. Homenajean a quienes mantienen el espíritu que practicó el asesinato y que han cambiado de táctica.
Otegi asegura al lehendakari que «desde que EH Bildu existe, no existe lucha armada» de ETA. La nueva táctica. No se molesta en decir que ETA no existe. Un creyente nunca niega a Dios, un revolucionario admira a la vanguardia.
Desde el punto de vista de la izquierda abertzale, ETA subsiste, no como organización armada, sino como el alma del movimiento, la entraña que lo alienta. No la considera una reliquia, una momia del pasado, un mero fósil venerable.
El pastor no se va. Por eso las ovejas no se dispersan. Tiene sus perros pastores, que corretean, dirigen el rebaño, lo mantienen unido. No solo suministran la ideología, sobre todo evocan a ETA; es más importante mantener su recuerdo -y la seducción por la violencia- que las propuestas doctrinales. Estas siguen siendo lemas que hacen las veces de una ideología completa: autodeterminación, territorialidad, ‘que se vayan’ (el Estado, pero no solo el Estado), identidad. Una doctrina primaria no necesita razonamientos complejos. Basta repetir eslóganes. Y que los jóvenes escolares dancen en los homenajes. No han conocido los tiempos de Franco, pero han sido educados en el sufrimiento de la represión franquista y en la fascinación por las glorias de ETA. Los corderos lechales forman parte del rebaño. Viven las quimeras que les han contado los pastores, creen en ellas.
Dicen ahora que aquello -‘la época de la violencia’- fue un ciclo, sugiriendo que estamos en otro que nada tendría que ver, salvo la secuela de los presos, heredados (extemporáneamente) del ciclo ya superado, como si la historia transcurriese a saltos; en los que el acceso a la siguiente casilla limpiase las responsabilidades de la anterior (la concepción cíclica la aplican solo a los propios, pues son capaces de localizar franquismo desde Matusalén hasta en un vasco que no sea de su cuerda). Les funciona la triquiñuela.
A lo mejor el cartel preelectoral de Bildu, en el que el nuevo -ese chico dizque tan listo al que han puesto de candidato a lehendakari- aparece junto a una representación simbólica de ETA, quiere significar la existencia de dos etapas, la del hacha y la serpiente asesinando y la del candidato que mira fijamente al vacío, como traspuesto, pero lo que consigue es representar la sombra de la momia, la idea de que ETA les está siempre presente. O peor: evoca la idea del eterno retorno, según la cual la verdad está en los orígenes. ‘In illo tempore’: en aquel tiempo unos vascos aventajados tomaron las armas para luchar por nuestra libertad. Es probable que sea esta la visión de la izquierda abertzale y que entiendan que les toca completar la tarea. Volver a los orígenes y continuar la guerra por otros medios.
El lenguaje belicista, o sea, la mentalidad belicista, subsiste. «No nos rendiremos hasta que el último preso salga», gritaban en el homenaje musical ‘Euskal presoak etxera’ que tuvieron en Durango sin pudor por mostrarse en el ciclo anterior, o por evidenciar que el ciclo de ahora es el de antes. Lo de no rendirse quiere mostrar que siguen en su guerra, pues hay ciclos interminables. Tampoco se rendirán cuando hayan salido todos los presos, pues nadie se rinde tras obtener la victoria.
Declaraciones oportunistas al margen, resulta obvio que para los seguidores no hay ruptura en su historia, sino continuidad, identificada con la fascinación por ETA, el principio que subsiste. También lo hace el fanatismo, esa ceguera irracional que no ha sido políticamente combatida y que es un hecho, así como esa especie de confusión mental crónica que constituye el objetivo tácito del terrorismo y asimilados, único procedimiento que tienen las momias para lograr mantener la adoración de sus fieles, a los que da unidad. Si una secta pierde su gurú se dispersa. El pastor mantiene reunido al rebaño. El País Vasco tiene fama por sus excelentes perros pastores, que siguen sin rechistar las indicaciones del dueño de la manada. El perro pastor vasco se caracteriza por su instinto territorial, pero también por su fidelidad al amo, del que nunca se separa.