Al poco de cumplir la mayoría de edad, alumbré un sueño: ser del PNV. Era imposible porque mis padres no quisieron que fuera nacionalista. Cuando te educan nacionalista de niño, es muy difícil dejar de serlo. Cuando te educan al contrario, también es difícil convertirse, pero hay muchas más opciones. El caso es que yo quería ser del PNV y no lo conseguía.
Me parecía una manera muy hedonista de vivir: ganar siempre las elecciones, tener la autoestima por las nubes, partida de mus con los amigos y comida en la sociedad uno o dos días por semana. Es tópico, pero es tópico porque es así.
Ese sueño está a punto de venirse abajo para quienes sí lo cumplieron: los dirigentes, militantes y votantes del PNV. Empecé a escribir esta columna solo en el batzoki del casco viejo de Bilbao. Le había pedido a Iñaki Anasagasti que me bautizara. Me ofreció su aval y me aseguró que buscaría inmediatamente a un «amigo» para que añadiera el suyo. Hacen falta dos.
–¿Y ya está? ¿Ya sería del PNV, Iñaki?
–Hombre, tendrías que compartir el corpus.
Y ese corpus, además de todas las cosas que me hacían soñar con ser del PNV, implica la independencia de Euskadi. La tierra prometida. Basta quererlo con «paciencia histórica», incluso sabiendo que no llegará nunca, pero hay que quererlo.
Y yo no podía. Le dije a Anasagasti que terminaría la botella de txakoli como si me hubiera afiliado, pero también que asumía el desvanecimiento de mi ilusión. Jamás podré ser del PNV. ¡Cago en sos, Iñaki! Agur para siempre.
Con cierto grado de cinismo (pensaba mirando el pálido reflejo del txakoli) podría haberlo aguantado. Me repetía: «El PNV es el partido que más se parece a la sociedad vasca. Es tan gestor, pone tan lejos la independencia, que igual ni te das cuenta de que te has hecho independentista». Pero no podía. La nación es algo que está en el estómago y creo que tengo el estómago vacío de naciones.
Me repetía que la ambigüedad (es casi un eufemismo) del PNV con ETA en tiempo de Arzallus podía camuflarla en mis treinta años: «Y a mí que me cuentas si casi no había nacido». Además, el PNV es hoy durísimo contra Bildu y contra ETA.
También me repetía que los delirios raciales del aitatxo Sabino podían despejarse con la máxima histórica del «es absurdo juzgar los hechos del pasado con la mirada del presente». ¡Si hasta juegan negros en el Athletic! ¡Si el candidato para estas elecciones viene de Burgos! Además, en el PNV tienen ese olor a incienso de la infancia, de los días en el colegio con las monjas del Sagrado Corazón.
Pero había algo en mí que me frenaba. Quizá sea esa sensación la que, multiplicada por cuarenta millones, explique la crisis territorial de España: que los no nacionalistas no podemos entender el nacionalismo. Y viceversa. Por eso la única solución es respetarnos como ciudadanos y cumplir con la Constitución. Joder, el txakoli me estaba subiendo. Pensaba como un político. ¿Cuándo he dicho yo antes eso de «respetarnos como ciudadanos»?
Abandoné el comedor. Bajé a la primera planta, al bar, casi con lágrimas en los ojos. Estaba dispuesto a abrazarme a los paisanos y cantar juntos el Xalbadorren a modo de despedida. Incluso el Euzko gudariak, pero no había nadie. De veras, no había nadie más allá del camarero.
Di una vuelta por Bilbao. Comprobé la inercia contraria y palpitante en las Herriko Tabernas. Llenas, jolgoriosas. Los jóvenes, así, a grandes rasgos, son de Bildu. La cosa es que Euskadi, como España, porque es España, es un país de veteranos. Si Otegi no consigue un tirón más transversal, no podrá ganar. La desaparición de fuerzas a la izquierda del PSOE hace que sólo pueda gobernar ganando. Esa es la tranquilidad del PNV… y también de los votantes de todos los demás partidos.
Tiene su lógica, pensaba caminando por la ría, que Bildu pegue fuerte entre los chavales y no tanto entre quienes tienen de 30 para arriba. Es ETA. Seguro. Resulta muy difícil votar a un partido que no condena el terrorismo sin matices cuando se tiene en la memoria alguno de aquellos asesinatos.
El salto vertiginoso de partido connivente con ETA a partido verde-socialdemócrata sólo se puede hacer por dos caminos: el del fanatismo y el del desconocimiento. Lo entiendo porque a mí me pasa lo mismo con Franco. Abomino de la dictadura, como cualquier persona con sentido común, lo que pasa es que las fotos de Sánchez rodeado de calaveras no impulsan ninguna variación en el voto. Porque no sufrí a Franco.
Los partidos nacionalistas (me explicó una vez un viejo nacionalista) son la suma de emoción e ilusión. Y cuando eso se pierde… Es lo que le ha pasado al PNV. Ha extraviado la emoción y la ilusión. El poder omnímodo le ha convertido en una gestoría. Paso por la puerta del batzoki mediada la tarde y sigue vacío.
Por la noche, el Athletic gana la Copa. Parece que eso es lo único a lo que aspiran los nietos de Sabino: a ganar a Bildu en la prórroga.