En La rebelión de Atlas, la obra cumbre de la filósofa y novelista rusa, luego nacionalizada estadounidense, Ayn Rand, la protagonista femenina interpela a un viejo vagabundo sobre “qué es la moralidad”. Y éste se lo aclara sin ambages: “Juicio para distinguir el bien del mal, visión para descubrir la verdad, valentía para actuar en consecuencia, dedicación para lo que es bueno, integridad para atenerse al bien a cualquier precio”. Dicho lo cual, el errabundo le inquiere: “Pero ¿dónde la encuentra uno?”.
Desde luego que no, por ejemplo, en el municipio guipuzcoano de Andoain sin ser caso único. Allí los feudatarios de los asesinos en 2000 del columnista de El Mundo, López de Lacalle, del que sus compañeros perpetuamos la conmovedora foto del paraguas vuelto del revés y los periódicos esparcidos junto a su cuerpo exánime, llevaban su campaña electoral casi al portal de la vivienda de quien combatió la dictadura franquista y la etarra sin disfrutar de la libertad plena. Otra prueba de cómo la victoria de los demócratas ha tornado, en estos lustros de amnesia, en humillante capitulación por la que los criminales acallan y denigran a sus víctimas con el servilismo de quienes traicionaron los principios que prometieron preservar. Estos “sepulcros blanqueados” no sólo han consentido el olvido de los inmolados por ETA y que sólo sean “memoria de una piedra sepultada entre ortigas”, sino que se dé por acaecido lo que no lo fue.
Si se estima que Rusia transitó del zarismo al comunismo para darse de bruces con el putinismo, otro tanto en un País Vasco que antepone el miedo a la libertad. Tras décadas de terrorismo, la espiral de silencio bilduetarra ha conseguido que, como avizora La Boétie en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria, haya vascos que piensen que “no se ha perdido la libertad sino que ha ganado su esclavitud”. De ahí que se registre la paradoja de que unos ciudadanos que se declaran mayoritariamente en contra de la secesión (sólo un 13%) se inclinan, a su vez, por votar en un 70% a candidaturas que, en mayor o menor grado, auspician la segregación. Todo ello con un PSOE que las blanquea para aferrarse a La Moncloa y con un PP que, acogiéndose a que no es preciso defender lo obvio cuando la coyuntura obliga justo a ello, se centra en la gestión. Tan verdad es que ETA ya no mata como que no deja en paz a quienes se le oponen.
Al cabo de un cuarto de siglo, casi a las puertas del hogar de López de la Lacalle, los bilduetarras jalearon el fin de la dispersión de los terroristas y cursaron un abrazo a estos “presos políticos”
Debido a esa percepción sesgada de la realidad, tras el brutal atentado contra ese genuino “hombre de paz” que fue López de Lacalle, y no al que santifican Zapatero y Sánchez, ese mismo Arnaldo Otegi que justificó el homicidio como apropiada réplica de ETA a los medios de comunicación. Al cabo de un cuarto de siglo, casi a las puertas del hogar de López de la Lacalle, los bilduetarras jalearon el fin de la dispersión de los terroristas y cursaron un abrazo a estos “presos políticos”. Paradigma de un mendaz apaciguamiento por el que los lobos se ensañan con los corderos y son ensalzados por regidores sin escrúpulos resueltos a cualquier fechoría por mandar aunque sea un hato de ganado.
Sin duda, poca moralidad se atisba atendiendo al previsible desenlace de las urnas vascas cuando el brazo político de ETA se percibe como triunfador virtual a expensas de cuál sea la capacidad de resistencia de un menguante partido-régimen como el PNV que se dejó 100.000 sufragios en las generales, siendo superado por EH-Bildu. Con reemplazar la capucha terrorista por la máscara de demócratas, los filoetarras -o directamente etarras al ser candidatos un puñado de ellos- son exonerados mediante leyes de favor sin que dejen de traslucir de dónde vienen y hacia dónde van. De hecho, exhiben sin rebozo el lema “Aldaketa” (“Cambio”) rotulando las tres últimas letras con la grafía del anagrama de la serpiente enroscada en el hacha de ETA.
Aunque el terrorista Otegi haya declinado ser aspirante a lehendakari en pro de Pello Otxandiano para atraer al votante joven, pero ajustado al modelo bifronte de sus mayores del PNV en el que el Ortúzar de turno ordena al Urkullu de ocasión, hay que asentir con la aseveración del gran biógrafo Suetonio en Vidas de los 12 Césares de que “una zorra cambia el pelo, no de carácter”. No en vano, el plan de ETA sigue materializándose al margen de las siglas o de los figurantes. Curiosamente, uno que no se engañaba, si bien se nutrió de las nueces del nogal que aporreaba ETA, fue Xabier Arzalluz, presidente del PNV entre 1980 y 2004, salvo un lapso de tres años. Ante la contingencia de un “sorpasso” etarra, este carlistón, minero en Riotinto y capellán de emigrantes españoles en Alemania, ya previó en 1989 que, si llegaban a imperar, “nosotros andaríamos de balseros como en Cuba”.
«¿Pero esto lo sabe Conde Pumpido?»
Nada de esto hubiera sido factible sin la legitimación primero del PNV del “No creemos que sea bueno que ETA sea derrotada “ (1990) o del “no matan para enriquecerse , ni para beneficiarse personalmente, sino por un ideal político” (1994), y luego del PSOE con los calaveras Zapatero y Sánchez removiendo los muertos de la Guerra Civil para ocultar los de ETA, a la par que borraban las huellas de sus sicarios en ese 40% de crímenes pendientes de aclarar. Así, hoy ya el Ministerio Público se anticipa a los designios del capo Otegi a diferencia de 2005 cuando el otrora juez y hoy ministro Marlaska ordenó prisión para “el Gordo” Otegi por su implicación en la financiación etarra a través de las Herriko Tabernas de HB y éste último soltó aquello de “¿pero esto lo sabe Conde Pumpido?”, a la sazón Fiscal General del Estado.
De hecho, la Fiscalía ha archivado estos meses su involucración en las muertes, en 1980, de Luis María Hergueta, directivo de Michelin en Vitoria, y del político de UCD Juan de Dios Doval, borrando a Otegi de los informes policiales. Pese a su ligazón a asesinatos, secuestros y robos de explosivos, Zapatero y Sánchez han amnistiado de hecho los crímenes de éste y de otros forajidos con la avenencia de un Marlaska que, como magistrado, fue burlado por el ministro Rubalcaba en la “operación Faisán” contra la extorsión etarra y que, como ministro, ha degenerado en servidor de aquellos contra quienes batalló como togado.
A ETA, rendida policial y judicialmente, no se la ha batido políticamente porque el zapaterismo sanchista ha deducido -como en Cataluña con los golpistas de la “suspendencia”- que contaba con una aliada inexcusable contra la alternancia política. Con González, ya el socialista Benegas cedió su éxito de 1986 al peneuvista Ardanza y luego el otrora presidente saboteó en 2001 la alianza constitucionalista de Redondo Terreros y de Mayor Oreja porque, “con el PNV, mal que bien, siempre no hemos entendido”. Para más inri, tras investirlo lehendakari el PP, Patxi López se supeditaría al PNV mordiendo la mano que lo votó.
Cumplida la profecía que la madre de los Pagaza le auguró al hoy correoso portavoz sanchista -“Patxi, haréis cosas que nos helarán la sangre”-, la sangre derramada por su hijo Joseba, como la de otros, a manos de ETA, se ha secado pronto y se secunda el relato etarra hasta imponer su “memoria democrática” en el BOE y culminar “la derrota del vencedor” usando el esclarecido título de Rogelio Alonso. Vencedores vencidos, en suma, tras estafar el PSOE el Pacto por las Libertades de 2000 de Aznar con Zapatero antes de que se enjugara la tinta de la firma para negociar con los etarras reacios a rendirse y orillar a quienes -entre ellos, el sanguinario Pakito– remitieron en 2004 una carta en favor de licenciar las armas porque, “en poco tiempo, ningún Gobierno querrá sentarse a negociar”. Pero llegó el “pacificador” Zapatero y lo hizo poniendo las bases de esta victoria regalada a ETA.
Por eso, no hay que desechar ninguna hipótesis a la hora de los pactos poselectorales que se puedan fraguar desde este domingo, una vez el PSOE gobierna Navarra y Bildu lo hace en el Ayuntamiento de Pamplona merced a una asistencia recíproca que extenderán donde menester fuere. Sánchez prefería conservar el actual “statu quo” entre el PNV y el PSOE para no descabalar su embrollada estabilidad parlamentaria. De ahí que el CIS de Tezanos inflara en exceso las perspectivas de Bildu la pasada semana.
Empero, ello sería difícilmente sostenible si Bildu se encumbra como primera fuerza. En ese caso, Sánchez operaría otra vuelta de campana y se aliaría con la “Hamas” vasca después de que el portavoz bilduetarra, Oskar Matute, vitoreara en el Congreso un “¡Gora Palestina Askatatuta!”. Al respecto, se ignoran los protocolos secretos entre PSOE y Bildu, y si ésta opta, a cambio de amnistiar a sus reos, por el “hoy paciencia, mañana independencia” al aguardo de que el hijo pródigo se adueñe de la casa del padre satisfaciendo el sueño que la izquierda abertzale anhela desde que asomó la cabeza por el vientre del PNV.
No debe excluirse una ficticia reconciliación del padre PNV con el hijo Bildu que acelere el proceso separatista vasco, donde la mayoría no lo es, pero que puede verse arrastrada por dinámicas como la catalana hasta coincidir ambos referendos
Al cabo de los años de aquella controvertida frase sobre ETA del “padre padrone” Arzalluz, en una cita con la plataforma proetarra KAS, los legatarios de la banda pueden juzgar que es llegada la hora de reservarse las nueces y apropiarse del nogal. Como le acaeció al pujolismo, no debe excluirse una ficticia reconciliación del padre PNV con el hijo Bildu que acelere el proceso separatista vasco, donde la mayoría no lo es, pero que puede verse arrastrada por dinámicas como la catalana hasta coincidir ambos referendos. Ante este panorama, como aseveró el gran escritor Paul Valéry, nuestra esperanza es vaga y nuestro temor preciso.
Cualquier cosa es posible igualmente con un PNV que deambula del “triste será autodeterminarnos para plantar berzas” de Arzalluz en 1988 al no querer aparecer como “el arrabal español de ese barrio bien llamado País Vasco” de Ortúzar. Acuciado por las encuestas, un partido etnicista -de hecho, fundado por el racista Arana-, recurre como cabeza de cartel a Imanol Pradales con “ocho apellidos castellanos” y convierte en icono al gran jugador negro del Athletic, Nico Williams, cuyo nivel de euskera es cero, pero que tiene bula para decirlo con sonrisa de oreja a oreja en el frenesí de la Copa del Rey de España cuando el nacionalismo repudia al uno y a la otra. Puro esperpento con txapela que retrotrae a Caro Baroja y su encomienda de trenes llenos de psiquiatras con destino al País Vasco.
En este brete, como dice otro de los personajes de La Rebelión del Atlas, frustrado por lo que quiso ser y no fue, nadie puede prever qué derroteros tomará un país con este caos del momento en el que cualquier cosa -incluso la más disparatada- es factible. Aun así, por primera vez en democracia, la vieja gabarra ha vuelto a navegar con la Copa sin que ésta se haya ido a pique entre tal locura.