Juan Carlos Viloria-El Correo
- La tauromaquia es una liturgia ritual que no tiene nada que ver con el sadismo o la tortura
La supresión del Premio Nacional de Tauromaquia y el consiguiente veto para recibir las Medallas de Bellas Artes a cualquier persona relacionada con el mundo taurino, es una embestida significativa del Gobierno socialpopulista contra la cultura del toro de lidia. El autor de la estocada ha sido el peculiar ministro de Cultura del grupo Sumar, Ernest Urtasun, pero el responsable último es el Consejo de Ministros presidido por Pedro Sánchez. Y como el que calla otorga, el PSOE, en su conjunto, es corresponsable de este atentado contra la libertad de cada individuo de vivir su cultura. Que se sepa, excepto el outsider socialista, Emiliano García Page, en el partido de Pedro Sánchez se ha hecho el silencio como en una dehesa en las tardes de verano. Algún murmullo navarro por si se les ocurre tocar los San Fermines, pero poco más.
Se está produciendo un alarmante contagio de las actitudes eco-totalitarias propias de la extrema izquierda vegana y woke. Se están llevando al Consejo de Ministros obsesiones ideológicas personales, respetables, pero solo en tanto en cuanto no atropellen la libertad de los demás. Montero y Pam, del mundo podemita como el actual titular de Cultura, ya llevaron las suyas sobre ideología de género a la ley del solo si es si. Y ya sabemos cómo acabaron. La coartada emocional, humanitaria, sensible, utilizada por los autores del dislate, apelando a que «la nueva realidad social y cultural en España, donde la preocupación por el bienestar animal ha ido aumentando mientras que, por el contrario, la asistencia a los espectáculos taurinos es minoritaria», es un bulo en toda regla. Los aficionados a la tauromaquia somos firmes defensores del bienestar animal. Probablemente mucho más intransigentes con la protección de los animales que muchos que van de predicadores animalistas. Y decir que la tauromaquia está en declive, claro.
Después de que los Gobiernos de Cataluña y Canarias los prohibieran y que allá donde la izquierda controla las plazas las asfixia poco a poco. Primero prohiben los premios y todo lo que tenga que ver con el toro de lidia. Alientan campañas de desprestigio; caricaturizan al aficionado como un sangriento personaje que disfruta con el sufrimiento y la muerte. Prohiben la entrada a las plazas de los nietos con los abuelos. Y, luego, dicen que la fiesta está en declive. Los aficionados son los más apasionados defensores del bienestar animal, del medio ambiente; la tauromaquia es una liturgia ritual que no tiene nada que ver con el sadismo o la tortura. Prohibir y humillar, o despreciar a los que participan como espectadores o protagonistas de esta liturgia cultural y festiva, es intentar borrar y cancelar nuestras singularidades culturales, nuestra diversidad y vulnerar la base de la convivencia que es el respeto al otro.