Rebeca Argudo-ABC
- Temo más al moderado que al radical: del segundo se sabe por dónde saldrá
Imaginen por un momento que hubiese alguien capaz de defender que la tierra es plana porque Elon Musk o Trump o Putin (o Hitler o Belcebú) dijese que es redonda. Imaginen que, porque Abascal o Milei o Meloni dijesen que el agua moja, apareciese alguien defendiendo que el agua seca. Sería ridículo. Tan ridículo como limitar la libertad de expresión o demonizarla porque ellos la defiendan. Pero, por lo que sea, lo primero suena cómico y, lo último, no tanto. Y así es como de pronto nos vemos en estas, en el bochorno de ver a ecuánimes periodistas clamando por menos libertad de expresión y más control de los medios (que si las ‘fake news’, que si los bulos, que si la desinformación, que si el ruido). Intento siempre, por principios, tratar de aplicar la máxima caridad interpretativa de la que soy capaz a toda actitud que no comprendo. Pero en este caso, ante el entusiasmo con el que algunos elevan la voz por ver recortadas nuestras libertades, solo se me ocurren tres motivos: estupidez, desconocimiento o mala fe.
Estupidez, porque solo un cretino confundiría defender una idea con defender todas las ideas de quien coincide con nosotros en esa en concreto. O, peor, confundiría el qué con el quién: solo alguien muy zote puede pensar que a las ideas las deslegitiman los nombres de quienes las defienden y no la baja calidad de las mismas. Desconocimiento, porque hay que ser muy ignorante para menospreciar la importancia de la libertad de expresión y de información en un Estado de derecho. Y un irresponsable para desdeñarla, obviando que el primer paso para defenderla es hacerlo, precisamente, cuando no compartimos las ideas que se expresan, pues ahí justamente es donde se ejerce la tolerancia. Y ahí, justo ahí, es donde hay que mantenerse firme en su protección para que, llegado el momento de que sean las nuestras las demonizadas, no hayamos sido los que facilitaron con nuestra displicencia que no puedan ser todas expresadas en voz alta. Mala fe, porque quizá lo que subyace en el acto sean interesen personales, del tipo que sea. Ya sea silenciar al que disiente o conseguir prebendas de algún tipo. O tal vez sea servidumbre, militancia o inversión a futuro.
Como alternativa a esas tres solo queda el miedo. A significarse, a ser señalado, a no estar en el lado correcto. A no ser lo suficientemente moderado. Ay (suspiro), los moderados, los templados constantes. Temo más al moderado que al radical: el segundo siempre se sabe por dónde saldrá porque, al menos, responde a unas ideas concretas, aunque no sean compartidas. Dijo Dante que «los lugares más oscuros del infierno están reservados para quienes mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral». Yo no creo que vivamos hoy tiempos peores, tendemos a idealizar el pasado, pero sí desconfío, como Dante, de aquellos que se esfuerzan demasiado por permanecer siempre mesurados, elevados en su comedida ecuanimidad frente al resto: solo alguien que no cree en nada que valga la pena puede permanecer, permanentemente y ante todo, impasible en su neutralidad.