Rubén Amón-El Confidencial
No le conviene al país la extinción de una opción moderada y constructiva, pese a la negligencia de su líder
La anécdota se le atribuye a un aficionado currista en La Maestranza. Había perpetrado Romero la enésima ‘espantá’ en el ruedo sevillano, pero la lealtad al faraón prevalecía sobre los disgustos: “Curro, el año que viene va a venirte a ver tu madre… y yo también”.
Me sucede lo mismo con Albert Rivera. Había decidido no votar a Ciudadanos. Penalizar en la urna la negligencia del líder, restregarle el indecoroso recurso de la mascota Lucas, participar en la bancarrota política que se avecina —de 57 diputados a 20, de acuerdo con la mayoría de los sondeos—, pero la angustia de cualquier otra opción me identifica con el aficionado currista.
Ni siquiera me consuelan la abstención ni el voto en blanco. La abstención es una medida agnóstica, un ateísmo con paracaídas. Y votar en blanco equivale a hacer sexo con preservativo. Más seguro, de acuerdo. Pero menos estimulante y placentero en la pasión de la noche electoral.
Supongo que comparto el desasosiego de muchos otros votantes que han transitado entre el PSOE y Ciudadanos (y viceversa). Y que, por la misma razón, les desconcierta que Sánchez y Rivera hayan rechazado cínicamente en primavera el acuerdo que sí suscribieron en 2016.
La tentación de mandarlos a paseo es tan elocuente como la iracundia del aficionado currista, pero la convocatoria del 10-N no consiste en votar lo que deseamos sino resignarnos a las opciones disponibles. Lo escribía el historiador francés Pierre Rosanvallon: ya no elegimos en los comicios contemporáneos, ‘deselegimos’, optamos y resolvemos por descarte.
Siendo daltónico en estos momentos, he escogido el color naranja. No voy a votar a Rivera, para entendernos. Voy a votar a Ciudadanos. Entiendo que resulta imposible disociarlos en la perspectiva del modelo del hiperliderazgo, pero el embrión constitucionalista en la Cataluña hostil, la concepción de las libertades, el entusiasmo europeísta, el laicismo y la distancia con la ideología y la identidad me inspiran mayor confianza que las restantes alternativas.
Abascal representa el oscurantismo, la regresión cavernaria. Sánchez se ha propuesto intimidar mi vida, mi conciencia, mis hábitos y mis impuestos. Casado lleva el catecismo en el bolsillo derecho. E Iglesias naufraga entre la utopía y la distopía con la impostura de un cura arrabalero.
Impresiona la desproporción entre los errores de Rivera y la factura electoral. Ha venido a convenirse que la cuenta del 10-N ha de pagarla él
¿Y Rivera? Proliferan los inconvenientes. El patrioterismo calenturiento, por ejemplo. La proximidad a Vox en asuntos migratorios y en pactos implícitos. La ambición fallida de liderar la oposición. La erosión que ha supuesto el dogma antisanchista. El peronismo que trascendió en el debate del lunes. Y hasta la incongruencia de su propio discurso. La promesa de la regeneración contradice la adhesión a los imperios autonómicos del PP. Y el autoritarismo tanto ha provocado la fuga de notables como coarta las alternativas del banquillo. Un buen ejemplo es el papel subalterno de Arrimadas, o el exilio conceptual y geográfico de Garicano en Estrasburgo.
Impresiona la desproporción entre los errores de Rivera y la factura electoral. Ha venido a convenirse que la cuenta del 10-N ha de pagarla él. Tendrían que sufragarla antes Sánchez e Iglesias, pero la interinidad del votante de Ciudadanos repercute dolorosamente cuando se trata de explorar otros horizontes. Ocurre hasta en Cataluña. El escenario de la mayor victoria naranja —comicios autonómicos de 2017— puede transformarse en el cráter simbólico y concreto de la peor derrota, hasta el extremo de que Vox aspira a adjudicarse el banderín del españolismo.
La versatilidad de Ciudadanos es la misma que serviría para corregir los excesos de Sánchez y para desatascar el conservadurismo de Casado
No conviene a la política española el hundimiento de Ciudadanos. El partido representa la moderación, el equilibrio, la custodia constitucionalista. Se le puede caricaturizar como el brazo político del Ibex. O se le puede objetar la volatilidad, pero la versatilidad de Cs es la misma que serviría para corregir los excesos de Sánchez y para desatascar el conservadurismo de Casado. Albert Rivera podría oficiar el matrimonio del constitucionalismo en la crisis territorial y económica contemporánea. Es el barquero que une la orilla del PP con la del PSOE.
No está claro que vaya a conseguirlo. Ciudadanos parece expuesto a una crisis existencial y un hiperbólico despecho en las urnas el próximo domingo. Puede caer por debajo del 10%, migrar de la bisagra a la irrelevancia, consumirse en el gallinero del hemiciclo. Semejante decadencia es un estímulo para evocar la fe del currista. Votar a Rivera es una experiencia que ha modulado de la moda a la contracultura. De la convención a la provocación.