JAVIER TAJADURA TEJADA-EL CORREO
- Junto al presidente, con poder de veto sobre los nombres de los ministros, Europa es el otro elemento moderador de cualquier veleidad radical de Meloni
El resultado de las elecciones italianas ha supuesto el triunfo de una formación política -Hermanos de Italia, liderada por Giorgia Meloni- situada en la órbita del populismo y cuyo principal referente europeo es Unión Cívica Húngara, el partido que dirige Viktor Orban. Ello explica la expectación generada en Europa por la composición y programa del futuro Gobierno del país. El partido de Giorgia Meloni fue el único que no apoyó el Ejecutivo de unidad nacional de Mario Draghi y ese rechazo le ha resultado muy rentable en las urnas.
Con independencia de los vínculos históricos del partido con el fascismo, resulta preocupante la forma de ver la política de Meloni. «No hay mediaciones posibles. O se dice sí o se dice no». Esta reiterada afirmación supone la negación de la política democrática, cuya esencia es la mediación, la transacción y el compromiso, justamente lo que Meloni rechaza.
En este peligroso escenario se pueden hacer una serie de observaciones sobre el marco constitucional nacional y europeo y los límites que este impone al futuro Gobierno, en su composición y en su programa.
La Constitución italiana -elaborada y aprobada sobre las ruinas del fascismo- diseña un sistema parlamentario concebido para evitar el surgimiento de un nuevo duce. El resultado ha sido una inestabilidad gubernamental crónica: se han sucedido 68 gobiernos en 75 años. Esto es, la duración media de un Gabinete en Italia es de 14 meses. Desde esta óptica, muchos son los que auguran que el de Giorgia Meloni podría ser, como tantos otros que lo han precedido, efímero.
En todo caso, desde un punto de vista constitucional, la victoria electoral de la coalición liderada por Meloni determinará que el presidente de la República le encargue la formación de Gobierno. Las carteras de Interior, Exteriores, Defensa y Economía serán claves. Conviene recordar que el mandatario nombra a los ministros a propuesta de la presidenta del Consejo, pero que tiene un poder de veto. Frente a quienes afirman que el jefe del Estado está obligado a aceptar los nombres que le proponga el primer ministro, se impone el precedente por el cual el presidente Matarella en 2018 vetó -con éxito- el nombramiento para Economía de un partidario de abandonar el euro. Las carteras más sensibles del Gobierno no pueden ser atribuidas a personas cuyo compromiso con la Unión Europea no esté claro. En estos casos extremos o límite, el presidente puede ejercer una función moderadora, cerrando el acceso de personas de perfil y trayectoria manifiestamente incompatibles con la pertenencia de Italia a las estructuras políticas, económicas y militares de Europa.
Junto al jefe del Estado, la Comisión Europea -y las demás instituciones de la UE- es el otro elemento moderador de cualquier veleidad radical del futuro Gobierno de Roma. Italia es uno de los principales beneficiarios de los fondos Next Generation. La recepción de los mismos está supeditada al cumplimiento de unas reformas y a la satisfacción de una serie de exigencias políticas y económicas. El Gobierno de Mario Draghi realizó una tarea reformista formidable que no tuvo el respaldo de quienes han ganado las últimas elecciones. El programa económico de Meloni se resume en una drástica bajada de impuestos, acompañada de un fuerte aumento del gasto público para fortalecer la asistencia del Estado. Aunque existen contradicciones entre los tres partidos de la coalición (uno aboga por un tipo único de impuesto sobre la renta del 15%, y otro por un tipo único también, pero del 23%) el nexo común es un populismo fiscal que conduciría al colapso económico a un país con un endeudamiento público del 150% del PIB.
El Gobierno de Italia estará bajo la supervisión de Bruselas y dependerá del BCE para poder financiar su deuda. El pasado viernes, la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, advirtió de que Europa tiene «instrumentos para responder». Pudo resultar poco diplomática, pero tuvo la encomiable virtud de la claridad.
El mayor peligro sería que el Ejecutivo desmantelara la Constitución, pero para ello necesitaría contar con dos tercios de los escaños; esto es, el apoyo de otros grupos. En su programa propone reemplazar la república parlamentaria por un sistema presidencialista en el que el presidente sea elegido por sufragio popular y concentre gran cantidad de poderes, siguiendo el modelo francés.
En todo caso, Italia confirma el éxito de las ofertas populistas (de izquierda o de derecha) como reacción a un malestar y descontento al que las fuerzas políticas centrales y moderadas no dan respuesta. Nuestra clase política no debería minusvalorar la advertencia del escritor Roberto Saviano de que «a donde va Italia, pronto le seguirá el resto de Europa».