Pedro Chacón-El Correo
- El presidente del PP aspira a la investidura con su liderazgo debilitado. Sánchez tendrá que ver lo que le piden sus apoyos nacionalistas
Se demostró una vez más que las elecciones generales no tienen nada que ver con las municipales o las autonómicas. Y el panorama que se abre ahora es inquietante e incierto porque va a poner en cuestión todos los fundamentos políticos e institucionales en España.
El PP consiguió la mayoría absoluta en el Senado, que, en el caso de que se pusiera en marcha una legislatura progresista -lo que está aún por ver-, le serviría para condicionar decisivamente el normal funcionamiento de las Cortes. Pero no va a lograr un Gobierno en el Congreso porque, aunque le saca 14 escaños al PSOE, las fuerzas políticas nacionalistas van a apoyar -y, en su caso, a condicionar hasta el extremo- una nueva coalición entre Pedro Sánchez y Sumar, aunque las exigencias del prófugo Carles Puigdemont dificultan sobremanera esa opción.
A Alberto Núñez Feijóo le vinieron grandes estas generales, para las que de nada le sirvieron sus cuatro mayorías absolutas en Galicia -Fraga también las obtuvo, cuando en España no rascaba bola- ni encabezar muchas encuestas. El líder gallego sale muy tocado porque, con todo a su favor tras una legislatura calamitosa para su adversario Pedro Sánchez -con perturbaciones apocalípticas, como una pandemia o la guerra en Ucrania, y errores colosales (la ley del ‘solo sí es sí’ vale por todos)-, se ha demostrado incapaz de ganarse la confianza mayoritaria de la gente.
Su compleja relación con el aliado necesario, Vox, ha sido paradigmática. Por una parte, huía de su apoyo y por otra se quejaba de que el PSOE pudiera pactar con quien quisiera, pero el PP no. ¿Cómo se compagina huir del apoyo y quejarse al mismo tiempo de no poder optar a él? El PP adolece de una clarificación sustancial en sus relaciones con Vox, algo que sus adversarios explotan a placer.
Ni que decir tiene que la segunda semana de campaña electoral fue catastrófica para el PP y se estudiará en las facultades de Políticas. A toro pasado se puede decir, ya lo sabemos, pero es que los resultados no dejan duda. Fue un cúmulo de despropósitos a cuál más grave: la explicación de la foto con el narco Dorado, como si fuera una historia de ayer por la mañana; un simple error de datos del tema de las pensiones amplificado hasta la extenuación; la espantada, más llamativa que si no hubieran hecho nada, del reparto de comisiones con EH Bildu en el Ayuntamiento de Vitoria, junto con la ausencia en el debate de RTVE, mal explicada y peor comprendida por el electorado.
Y luego, de fondo, la falta clamorosa de una cultura política en el PP sobre el problema territorial en España, que es justamente lo que ha favorecido la posición del PSOE, aun teniendo, unido a Sumar, menos escaños que el PP unido a Vox. Está por ver que ocurra, pero ya la sola posibilidad de que sean los partidos independentistas los que coloquen a Pedro Sánchez en el Gobierno de España constituye una anomalía en toda regla de la arquitectura institucional de nuestro país. Con todo, que el PP no tenga una política clara para afrontar este desafío es lo más grave para la derecha.
Ya sabemos que el tema del independentismo es lo más difícil de gestionar para un partido de ámbito nacional: tratar con partidos que quieren destruir España y hacer como que son parte de la realidad de lo que es España es una especie de oxímoron que tendrá que terminar algún día, digo yo. O quizás estemos así toda la vida, como hasta ahora, vete a saber. Porque a los nacionalistas nunca les iría mejor en ninguna otra circunstancia de como les va ahora, ni siquiera con la independencia, que sería también para ellos como adentrarse en lo desconocido.
El PSOE al menos aplica el federalismo y ahí están sus excelentes resultados en Cataluña y también en Euskadi. El PP, en cambio, nunca tuvo un método claro a seguir y así le va en los territorios donde el PSOE obtiene la clave de sus victorias. Porque la solución de Vox de cortar por lo sano es la no solución.
Y ahora vamos a lo que viene por delante de manera inmediata. Feijóo se quiere presentar a la investidura como ganador de las elecciones. Esto va a poner en marcha el reloj de la investidura y nos recuerda demasiado a lo vivido angustiosamente entre 2015 y 2016. El Rey es de suponer que propondrá candidato a quien ha ganado las elecciones, como ya hizo con Rajoy cuando este rehusó. Y luego irá Sánchez, que tendrá que ver lo que le van a pedir sus apoyos, todos nacionalistas y/o independentistas, vascos y catalanes, con sus propios procesos electorales autonómicos a la vuelta de la esquina, para dirimir la primacía interna entre ellos, tanto en Euskadi como en Cataluña.
Pero no adelantemos acontecimientos. Lo primero es que estas elecciones fueron una decepción muy grande para Feijóo y que su liderazgo se debilita considerablemente.