Carlos Sánchez-ElConfidencial
- El tiempo manda. También en política. Y la sartén por el mango la tiene, casi siempre, el Gobierno de turno. Mientras se sigan aprobando leyes, Feijóo y Yolanda Díaz lo tendrán más difícil
El tiempo no solo quita y da razones. Es, ante todo, ese espacio que no puede ser zarandeado, ni mucho menos suprimido, porque transcurre independientemente de las cosas que suceden o que se pretende que ocurran. Kant dijo de él que era una intuición en la medida en que habilita la representación de lo vivido, mientras que en la vida política no deja de ser un instrumento del poder que, bien manejado, gana batallas. También las pierde. En los manuales de ciencia política todavía resuena aquella derrota histórica de Chirac por adelantar las elecciones.
A Feijóo, por ejemplo, le hubiera gustado que las elecciones se celebraran ahora mismo, por eso pide a Sánchez que las convoque, mientras que Yolanda Díaz vive en una eterna contradicción del yo. No puede forzar el adelanto porque perdería visibilidad y el PSOE podría acusarla de liquidar el primer gobierno de coalición de la democracia, pero tampoco puede alargar su candidatura porque tendría el coste del desgaste que todo poder conlleva.
Todo indica que Sánchez agotará la legislatura. Y eso es una mala noticia para Feijóo, cuyo principal activo es el silencio
A Pedro Sánchez, por el contrario, le sucede justo lo contrario. Al fin y al cabo, puede aprovechar para su causa el manejo del tiempo, que es uno de los privilegios inalienables del poder. Confía en que el tiempo, como intuición que es, incorpore una percepción subjetiva de la realidad y esta se encargue de poner las cosas en su sitio. Da la sensación de que en esto Moncloa lleva alguna ventaja.
Todo indica que Sánchez agotará la legislatura. Y esa es una mala noticia para Feijóo, cuyo principal activo es el silencio. No porque no tenga nada que decir, sino porque en España, como sucede en la mayoría de las democracias, las elecciones no las gana un determinado partido por su labor de oposición, sino que lo logra por el desgaste del Gobierno. El silencio en política, como en otros órdenes de la vida, apenas produce errores, salvo que sean mayúsculos ante determinados acontecimientos, mientras que la polémica hueca genera, también con el tiempo, todo tipo de contraindicaciones. Se puede descubrir, incluso, que el rey está desnudo. Casado sabe muy bien lo que pasa cuando se sobreactúa y se niega el valor del silencio en la política.
Un largo camino
A Yolanda Díaz le ocurre algo distinto. Necesita llamar la atención —hablar, hablar, hablar, que es lo contrario de escuchar— porque el tiempo corre en su contra. Comenzó demasiado pronto su carrera y es muy probable que el camino se le haga largo, muy largo. Macron, al contrario, montó su candidatura en pocos meses y eso le llevó al Elíseo. Sus adversarios no tuvieron tiempo de montar una estrategia opositora.
La ministra de Trabajo, sin embargo, lleva meses y meses mareando la perdiz, y eso da mucho tiempo para que los dirigentes de Unidas Podemos, en sus diferentes versiones, conspiren contra ella y ella contra ellos. Nada nuevo bajo el sol. La capacidad de autodestrucción de la izquierda a la izquierda del PSOE es infinita desde los primeros años 80, tras la debacle del PCE, y desde entonces se asiste con sonrojo a una liturgia que con el tiempo —siempre el tiempo— se ha convertido en una tradición. Se echaría en falta un ajuste de cuentas si todo transcurre con normalidad.
A Sánchez, es más, le empieza a suceder lo que decía Semprún de Santiago Carrillo, que su mérito era haber sobrevivido a todos sus errores
La ventaja de Sánchez no deriva de una inteligencia superior. Deriva de algo más prosaico. A trancas y barrancas, mantiene una mayoría suficiente en el parlamento para seguir gobernando, lo que le permite sacar leyes adelante. Su éxito radica en que a ninguno de sus socios le interesa adelantar las elecciones, y esa es una argamasa de máxima calidad. Y menos a él. Es muy probable, incluso, que pueda aprobar sus terceros presupuestos generales consecutivos para alargar al máximo la legislatura. A Sánchez, es más, le empieza a suceder lo que decía Semprún de Santiago Carrillo, que su mérito era haber sobrevivido a todos sus errores.
Probablemente, como decía Wittgenstein, porque el mundo son los hechos, no las cosas. Ni, por supuesto, las guerras culturales o los ataques inanes. Sin hechos no hay opiniones, solo palabrería, que diría Hannah Arendt años después.
La inflación es, sin duda, muy importante a efectos electorales, pero el paro lo es mucho más para las rentas familiares
La realidad es que la legislatura, que es ajena al tiempo, avanza. Y en este caso no es una representación gráfica, sino palmaria. Es por eso por lo que el único objetivo de Moncloa es hoy asegurarse una mayoría hasta la mitad del año que viene. Luego, Dios dirá. Mientras tanto, lo que toca es movilizar al electorado propio, lo que explica las cansinas referencias a los poderes fácticos, un viejo latiguillo de la lucha contra el franquismo ahora recuperado con fines electorales.
No es que Sánchez vaya a tener el tiempo de su parte. Se suele argumentar, con razón, que la inflación derriba gobiernos. Pero esa es una verdad incompleta que solo se produce en determinadas circunstancias. Por ejemplo, cuando el alza desmesurada de los precios coincide en el tiempo con un incremento del desempleo o con fenómenos políticos como la corrupción (que es lo que se llevó por delante a Felipe González). Además, por supuesto, de una recesión intensa con pérdida de empleo.
Es el paro, no la inflación
No es el caso. Una de las razones que explican la agresividad del BCE a la hora de subir los tipos de interés es, precisamente, que aún provocando un estancamiento económico (que en algunos países puede ser una recesión pasajera) el desempleo seguirá cerca de mínimos históricos. Ya sea por los cambios en los paradigmas económicos (globalización) o por razones demográficas, tecnológicas o regulatorias.
Esto hace que incluso con altos niveles de inflación, la percepción subjetiva de las economías domésticas sea más favorable de lo que parece. E, incluso, de lo que a menudo se traslada a la opinión pública. Entre otras cosas, porque la estructura de la cesta de la compra ha cambiado en la medida que han ido aumentando los niveles de renta y las prioridades de los hogares. En particular, por el menor peso de los alimentos en el IPC respecto a hace 35 o 40 años. La inflación es, sin duda, muy importante a efectos electorales, pero el paro lo es mucho más para las rentas familiares.
Mientras que Feijóo quiere forzar el tiempo, Yolanda Díaz vive atrapada en él. Ni contigo ni sin ti. Ni blanco ni negro
Y para más inri, ni siquiera el sector público, con su capacidad de gasto, sufre por el aumento de los precios. Muy al contrario, la inflación engorda los recursos y amortigua los niveles de déficit y deuda, lo que permite al Gobierno disponer de generosos fondos para llegar a las familias y empresas. Sin contar con otro efecto derivado del espacio-tiempo. Es muy probable, lo dicen todos los servicios de estudios, que la inflación haya tocado techo, lo que ayudará a mejorar la percepción de la realidad. Si se cumplen las previsiones del panel de Funcas (19 institutos de coyuntura) el año 2023 se cerraría con una inflación media del 3,8%, menos de la mitad que este año.
A partir de este análisis, se puede entender lo que pasa en la política española. Mientras que Feijóo quiere forzar el tiempo, Yolanda Díaz vive atrapada en él. Ni contigo ni sin ti. Ni blanco ni negro. Ni chicha ni ‘limoná’, que diría un castizo. Cronos juega a favor de Moncloa.