Cristian Campos-El Español
 

Triunfa entre la derecha populista, ese oasis para los sedientos de Vietnams imaginarios, la idea de que nada diferencia a José Luis Martínez-Almeida de Manuela Carmena. «¡Carmeida!», grita esa derecha para espolear a las tropas. A sus ojos, Madrid es sólo Madrid Central, okupas, manteros, bandas latinas y banderas LGBT+. Nada más.

Bastaría para que fueran conscientes de la astracanada con un solo fin de semana (mano de santo contra las distorsiones cognitivas) en la Barcelona de Ada Colau. Que es por cierto la Madrid canija, sellada y mojigata a la que aspira no sólo Más Madrid, sino también Javier Ortega Smith. Porque en sus mentes no cabe nada más grande que una capital de provincias. Una pequeña ciudad que sólo aspire a competir con Toledo.

A ver si nos creemos que Barcelona está como está por haber caído en manos de «la izquierda» y no por haber sido pasto de santurrones para los que su ideología es sólo la consecuencia, y no la causa, de su repugnancia por el siglo XXI. En este caso, el orden de los factores sí altera el producto: primero fue la gazmoñería, el ludismo y el pánico moral frente a los rascacielos, los restaurantes de alta cocina y los distritos financieros, y luego llegó la ideología para justificar el «no a todo».

En cualquier caso, uno es libre de pensar que Madrid se despeña a ojos vista por el barranco de la agenda 2030, el vonderleyenismo, la mutilación de menores y los menús escolares con chapulines, como es libre también de pensar que la tierra es plana, que imprimir dinero no genera inflación o que el socialismo funciona.

Pero el resto de los madrileños somos libres también de pensar que alguien que se dedica a perseguir manteros protegido por cuatro guardaespaldas indistinguibles de un armario de tres cuerpos no es lo que necesita una ciudad de 3,5 millones de habitantes con problemas más serios que el nigeriano que vende burdas falsificaciones de bolsos Gucci en Lavapiés un sábado por la noche.

A quien ha nacido para martillo todas las cabezas le parecen clavos y Vox cree que Madrid es una Sodoma habitada por 3,5 millones de alcayatas que enderezar a cabezazos. En realidad, Vox, como le ocurre a parte de la izquierda, no soporta a Madrid ni a los madrileños y pone todo su empeño en corregirlos de ese funesto vicio que consiste en querer que sus políticos les dejen en paz. Que es lo que diferencia a una megalópolis como Madrid de una pequeña comunidad amish como Barcelona.

Sirva como ejemplo yo mismo, que escapé de Barcelona a Cádiz primero y a Madrid después para huir de Colau, Junqueras y Puigdemont, y que me encontré aquí con Ortega Smith y Mónica García. ¿Tanto extraña que no quiera para mi ciudad de adopción aquello de lo que hui hace cinco años? ¿Cree alguien que no me he convertido en un experto en detectar la misma intolerancia ultramontana, la misma matraca identitaria, la misma santurronería empalagosa en otros individuos, por más que se finjan opuestos a aquellos de los que yo escapé en 2018?

La realidad es que el Madrid de Almeida sólo se parece al Madrid de Carmena en todo aquello en lo que ha metido mano Vox. Gracias a Ortega Smith, los madrileños han perdido 430 millones de € en los presupuestos de 2023. Súmenlos a los 2.705 que ha perdido la Comunidad por el ‘no’ paralelo de Rocío Monasterio.

Ni siquiera cuando Ortega Smith fue informado de que entre esos 430 millones se contaban las ayudas que recibirían Cruz Roja, Caritas o las Hermanas de la Caridad dio su brazo a torcer. En su visión de la realidad, que los coches sin distintivo ecológico puedan circular por una calle peatonal de La Latina justifica la pérdida de 430 millones. «Que se joda el capitán, hoy no como rancho». Así es la derecha valiente española: castigadora con el ciudadano a cambio de, literalmente, nada. Nada en absoluto.

Y mientras Vox votaba ‘no’, ERC votaba ‘sí’ para que Ada Colau pudiera aprobar los presupuestos de 2023 y Barcelona recortara un poco la diferencia que la separa de Madrid. Cuando hasta los independentistas demuestran más inteligencia política que tú, toca meditar sobre qué sentido tiene tu existencia como alcaldable.

Vox ha bloqueado también las normas urbanísticas de las que dependía la construcción de 200.000 nuevas viviendas en Madrid generando el mismo tipo de inseguridad jurídica en la ciudad que luego critica en el PSOE. Su negativa, inédita en una ciudad con la proyección internacional de Madrid, dificultará que el Ayuntamiento saque provecho del momentum que vive la capital y que está siendo opacado con admirable eficacia por la insistencia de Vox en centrar el debate en polémicas de vuelo gallináceo que, además, le corresponden al Congreso de los Diputados, no a un consistorio municipal.

Nadie, ni siquiera esa izquierda que llegó a sabotear el Zendal en plena epidemia, ha intentado bloquear con tanta saña el crecimiento de Madrid como un Vox empeñado en convertir la capital en una especie de Numancia de tebeo de El Jabato contra Soros, los chinos, los trans y Joe Biden. Temas todos ellos que al madrileño le importan un soberano rábano. Pero es que, para Vox, los madrileños son sólo soldaditos de plástico en sus batallitas imaginarias contra la decadencia de Occidente.

Una más. En el último pleno celebrado en el Ayuntamiento, Ortega Smith votó en contra de un cambio en las ordenanzas que pretendía facilitar la atracción de empresas de alto valor añadido en el entorno de Villaverde y de eso que en lenguaje empresarial se llama business angels. En plata, inversores en proyectos de vanguardia, generalmente relacionados con la alta tecnología o la inteligencia artificial, y que habrían permitido a Madrid competir con ciudades como Austin, Ámsterdam, Tel Aviv o Londres. También eso bloqueó Vox a cambio de nada, votando de la mano de Más Madrid y el PSOE.

Algunos catalanes, los que hemos sabido o podido salir de esa caverna platónica de AliExpress que es Cataluña, desarrollamos un sexto sentido que nos permite detectar a simple vista a los partidos que no aspiran a gobernar una ciudad, una comunidad o un país, sino a organizar cruzadas contra sus Damascos personales. Es gente a la que no le gusta Madrid, sino su idea de lo que podría ser Madrid si-y-sólo-si los madrileños fueran algo diferente a lo que son hoy.

Cuáles sean las características de ese «algo» es en realidad indiferente y sólo los tontos lo confunden con opciones ideológicas, porque son sólo neurosis. Yo no voto a Ortega Smith por las mismas razones, exactamente las mismas, por las que no voto a Colau: porque me parece peligroso poner al frente de una ciudad a quien la aborrece.