JUAN CARLOS VILORIA-EL CORREO

La masacre que Pedro Sánchez ha ejecutado en su Gobierno refleja un estado de angustia y desazón que recuerdan la salida del Gobierno de Pablo Iglesias cuando supo que la opinión pública le estaba dando la espalda y que su continuidad podía poner en riesgo todo el montaje de Unidas Podemos. Es como hacerse un Pablo Iglesias pero sin salir de Moncloa. Esta patada en la mesa del Consejo de Ministros es un giro en toda regla, una huida hacia adelante, una enmienda a la totalidad de sí mismo, una desesperada maniobra para intentar apagar un fuego que ya ha empezado a calcinar al ‘sanchismo’ y amenaza hacer lo mismo con su partido. Todo indica que está pidiendo un salvavidas al viejo PSOE para lo que resta de legislatura porque ya ha quemado todas las etapas posibles del sanchismo-redondismo. Que ha decidido poner a la ministra menos populista, Nadia Calviño, en el frontispicio de su Gobierno para tranquilizar a los que crean trabajo en España. O zanjar algunas peleas internas en su macro-gobierno lleno de aficionados sin conexión ni con el Partido Socialista ni con la sociedad española. Improvisando sobre la marcha fiel a sus mantras de rodearse de mujeres y presumir de renovación generacional.

Pero intriga saber qué datos, qué encuestas, qué informes, tenía en su mesa del despacho el presidente antes de colocar la guillotina en el jardín de Moncloa para cortar las cabezas de su núcleo duro, sin mover ni una ceja. Incluido el que hace unas semanas hacía una profesión de fe inhabitual en política dispuesto a tirarse por un barranco. De momento, la supercrisis deja más preguntas que respuestas. Incógnitas sobre si el PSOE está despertando de su letargo y le ha dado un toque. Si Sánchez ya sabe que los independentistas seguirán con su hoja de ruta y la operación indultos será un fiasco. O qué le dicen sus demoscópicos (¿cesará a Tezanos?) sobre el efecto Ayuso como una amenaza de su presente y su futuro.

No es casual que a Sánchez se le haya ocurrido romper la vajilla después de encadenar sonoros fracasos en política interior con el desastre de las elecciones en Madrid. En política exterior con el vergonzante paseíllo con Joe Biden y la invasión de Ceuta por miles de marroquíes. O el desprecio de los independentistas y la irritación de los constitucionalistas después de forzar todo el entramado institucional para sacar de la cárcel a los sediciosos. Sánchez creía ser capaz de montar el tigre de la deriva independentista y tomar Madrid. Pero en lugar de proyectar su cotización política y de imagen al alza como se imaginaba, el que despega es el PP. No ha nombrado un vicepresidente político (inédito gesto en los gobiernos de la democracia), lo cual indica que el imprevisible Sánchez se desdoblará y puede que ahora se convierta en un moderado envuelto en la bandera nacional. Pero sus intocables socios de Podemos no se lo van a poner fácil.