Francesc de Carreras-El Confidencial
- Desde hace varias décadas, en España la enseñanza primaria y secundaria es muy deficiente. El problema no es financiero; radica en el modelo pedagógico
El editor Jacobo Siruela, hijo de la fallecida duquesa de Alba y hermano del actual duque, declaró hace unos meses al diario ‘El País’: «¿Por qué ha decaído la aristocracia? Porque no ha tenido que esforzarse. La falta de esfuerzo crea la decadencia». Esta idea podría ser aplicada a la escuela actual. Gregorio Luri, antiguo maestro y conocido ensayista, publicó el año pasado un libro de expresivo título: ‘La escuela no es un parque de atracciones’. Podría haber añadido: ‘Aunque muchas veces lo parece’.
Desde hace varias décadas, en España la enseñanza primaria y secundaria es muy deficiente y el problema no radica en que se dediquen escasos fondos financieros a la misma —al contrario, se dedican más— sino en el modelo pedagógico que se ha ido imponiendo progresivamente, al amparo de las leyes educativas de las últimas décadas.
Pocos, sin embargo, aunque algunos sean muy destacados, se atreven a criticar este modelo en voz alta. El primero que dio el grito de alerta fue el famoso librito ‘Panfleto antipedagógico’, de Ricardo Moreno Castillo, todavía de provechosa lectura, con prólogo de Fernando Savater. Después, entre otros, son sumamente críticos con el modelo pedagógico autores como la hispanista sueca Inger Enkvist, el antes citado Gregorio Luri, el polifacético José Antonio Marina o, recientemente, el historiador Andreu Navarra en su libro ‘Devaluación continua’. Todos ellos han publicado libros y artículos que rechazan de plano las actuales orientaciones pedagógicas y proponen opciones alternativas. Aunque —todo hay que decirlo— con escasas esperanzas de que les hagan caso las autoridades académicas y la mayoría de sus colegas.
Fomentando el esfuerzo, evitaremos la decadencia. La familia es un espacio para las emociones. La escuela debe ser para aprender
Mis conocimientos del tema son más empíricos que teóricos, tomo parte en este debate por los resultados experimentados en dos niveles. Primero, como profesor de universidad, tuve ocasión de comprobar cómo, al menos desde los años noventa, los alumnos que se iniciaban en la universidad tenían cada vez menos conocimientos generales, esos que se aprenden en el Bachillerato, y menos espíritu de trabajo que antes. De año en año, esta sensación aumentaba y, comentándolo con colegas, también ellos coincidían conmigo. El hábito de estudiar era mínimo, escribían cada vez peor, reflexionaban menos y leer un libro o un artículo académico sencillo les suponía un esfuerzo insuperable.
Pero también, en segundo lugar, llegué a conclusiones similares con la enseñanza que en escuelas e institutos suministraron a mis hijos en la década de los ochenta y primeros noventa, en la actualidad también a mis nietos. Los niños iban contentos a la escuela, tenían buenos amigos, apreciaban a sus profesores, pero el contenido de lo que aprendían era mínimo, al menos en aquellas materias sobre las que les preguntaba: Literatura, Geografía, Historia y Filosofía. Yo no sé qué hacen tantas horas en las aulas —si es que todavía eso existe—, pero los contenidos de las asignaturas —si es que eso todavía existe— son mínimos o inexistentes.
Reflexionando desde hace muchos años sobre todo ello, he llegado a varias conclusiones sobre los garrafales errores del actual modelo pedagógico. Ahí van algunas.
La prioridad de este modelo es que los niños sean felices en la escuela, evitarles supuestos traumas psicológicos que les puedan provocar ansiedad, angustia o pérdida de autoestima. Para ello, la competencia por obtener buenas notas debe evitarse y la facilidad en el paso de un curso al otro, la perversión de la idea de igualdad al dar el mismo trato a quienes se comportan de manera diferente, son una constante preocupación de sus maestros y profesores.
Fueron felices en la infancia, pero si no reaccionan a tiempo, serán desgraciados ante los tremendos desafíos de la vida
Consecuencia de todo ello es evitar la exigencia del esfuerzo, de aprender ya en estas edades —precisamente, en estas edades es el momento de aprenderlo— que en la vida todo lo valioso cuesta trabajo, requiere poner empeño y voluntad, tenacidad y perseverancia, disciplina y rigor. En el fondo, hay una idea profundamente perjudicial para el estudiante: lo fácil es bueno; lo difícil, estéril e innecesario. No creen en la frase de Saint-Exupéry: «El hombre se descubre a sí mismo cuando se mide contra el obstáculo que ha de superar». Enseñan que en la vida no debe haber obstáculos.
Con esta confusión, se enfrentan muchos jóvenes al futuro y, aunque todo es remediable, pues la escuela no es el único ámbito de aprendizaje, en muchos casos llegan indefensos a la universidad o al trabajo, pensando que todo les es debido y que se les dará sin ningún esfuerzo por su parte. Cuando comprueban que no es así, acusan a la sociedad de tratarlos injustamente, no piensan en el grado de responsabilidad que los maestros y profesores pueden haber tenido al inculcarles esta equivocada percepción de su futura existencia.
Fueron felices en la infancia y adolescencia, pero si no reaccionan a tiempo, serán desgraciados ante los tremendos desafíos que les presentará la vida. La profesora Enkvist, de la Universidad de Lund, declaró hace unos años en una entrevista: «La nueva pedagogía es un error. Parece que se va a la escuela a hacer actividades, no a trabajar y a estudiar». En efecto, la escuela no es una guardería, sino un centro para aprender los elementos esenciales de los distintos saberes, y el profesor debe formar intelectualmente a los jóvenes, no desarrollar tareas de psicólogo o de animador cultural.
Fomentando el esfuerzo, evitaremos la decadencia. La familia es un espacio reservado para las emociones. La escuela debe ser un espacio para aprender.