MANUEL JABOIS, EL MUNDO 08/03/14
· Hubo un tiempo ligero y convulso en que se legalizó a Bildu. Fue en mayo de 2011, a pocos minutos de la medianoche en que empezaban las elecciones municipales (una película sobre aquello mostraría al candidato con la brocha encolada y el brazo en alto, a cámara lenta, junto al cartel electoral mientras el reloj corre y un juez, el último, asiente con gravedad). El Tribunal Constitucional había enmendado al Supremo: la banda no estaba detrás de las listas electorales. Que los terroristas no ejerciesen podría sugerir que a algo tenían que dedicar su tiempo, pero el TC dio un paso en el famoso proceso: digamos que lo ajustó oficialmente a Derecho. Hubo entonces grandes declaraciones de acato. Normalmente, las decisiones de estos tribunales elegidos por los partidos conforman un teatrillo español bien avenido. Un «qué escándalo» del capitán Renault al revés: «Aquí no se juega, aquí no se juega».
Es curioso asomarse ahora a aquellas páginas. Se hizo un chequeo intenso a las listas de Bildu y se accedió a documentos internos de ETA en los que se afirmaba el tutelaje de la organización: sus planes para huir de los bosques a los parlamentos. Hubo una conversación grabada en la cárcel en que a Otegi le iban cantando la lista que Bildu llevaba en su pueblo y él lo celebraba como los resultados de la quiniela. Llegó un momento en que, convencido de que ganaban, soltó: «Y que eche el chupinazo Sebas», supuestamente por un vecino suyo de Elgoibar, Sebastian Etxaniz, preso por 14 atentados. «Con mando a distancia», matiza su interlocutor. No sería Sebas sino José Luis Ariz, del Partido Socialista de Navarra, el que dedicase un chupinazo a Otegi; fue expulsado del partido por Ferraz. Qué poco anda la Historia.
Bildu se presentó y tuvo resultados comprometedores. PP y PSOE debieron de recordar aquella frase del asesor de Gorbachov: «Mijail Sergeyevich, la democracia está muy bien, pero sin elecciones es más segura», cambiando elecciones por partidos. Desde entonces Bildu, con sus tics del terror como aquel alemán de Billy Wilder en Un, dos, tres al que se le escapaba el taconeo, se ha instalado en la política nacional. En Madrid ejerce como representante de un colectivo pintoresco de presos, que de repente tienen en el Congreso una plataforma que ya hubiera querido el violador del Ensanche. Gobernando tuvo su primer gran problema con la recogida de basuras, algo con una abrumadora carga poética. Pero quizá lo definitorio de estos años fue cuando un concejal suyo fue juzgado por un delito de violencia de género. El partido reaccionó de forma implacable: expulsó al hombre de sus filas y avisó de que ese tipo de violencia Bildu «no sólo se limita a condenarla sin más, sino que tiene una actitud proactiva frente a la misma». No hubo alusiones al conflicto histórico entre machos y hembras ni llamadas al diálogo. Fue una declaración extraordinaria: resumió, a las bravas, casi medio siglo.
Bildu también está en el Parlamento foral de Navarra. Tras una curiosa investigación, el PSOE ha comprobado que es imposible hacer una moción de censura sin contar con ellos. Ha desautorizado dramáticamente al PSN apoyarse en esos votos. Pudo haberlo rechazado por varias razones, pero ha preferido escenificar con aspavientos que Bildu tiene la llave de todo. Aquí se impone un delicioso juego intelectual: los abertzales como área de servicio. Son votos legales, autorizados por la Justicia. Los partidos respetaron la sentencia y muchos, a título individual, con satisfacción. Pero con ellos no se va, como dijo Elena Valenciano, a la vuelta de la esquina. Por tanto, hay una representación democrática tan tóxica que perturba cualquier margen de acción.
Se equivocan PP y PSOE si creen que podrán hacer política depositando a Bildu en una suerte de limbo y fingiendo que no existe; haciendo depender sus movimientos exclusivamente del lugar donde se coloque un adversario per se. Esto sólo podrán conseguirlo en los lugares en los que Bildu gobierne; entonces tendrán una oposición cómoda: por lo que son y por lo que hacen. Pero con Bildu en un Parlamento no hará fortuna lo hecho esta semana por el PSOE. A menos que se reconozca lo que implícitamente ha reconocido Ferraz con su golpe de autoridad: que Bildu está en democracia para que la condicione. Que la famosa línea roja que los separa no la van a mover PP y PSOE: la va a mover a su antojo Bildu.
MANUEL JABOIS, EL MUNDO 08/03/14