Ignacio Varela-El Confidencial
- En la sociedad española, hay un divorcio espectacular entre la percepción de la situación económica del país y la de la situación económica personal
Si en el barómetro de octubre Tezanos hubiera hecho un trabajo honrado en la cocina con sus propios datos de intención de voto declarada, habría ofrecido una estimación como esta:
El truco ha consistido en regalar cuatro puntos a los tres partidos de la izquierda y restar 5,6 puntos al PP y Vox, con tres objetivos: poner el partido de su jefe por encima de su resultado de 2019, abrir una distancia disuasoria entre el PSOE y el PP y poner la izquierda por delante de la derecha. Así, lo que hubiera sido una estimación optimista para su partido, pero dentro de lo técnicamente respetable, se convierte —y convierte a su autor y al organismo que lo difunde— en un adefesio grotesco. El decoro y el sentido de la medida nunca estuvieron entre las virtudes del sanchismo.
No obstante, los estudios del CIS siguen suministrando información valiosa sobre la opinión pública española. Lo más recomendable, mientras Tezanos siga ahí, es tirar a la papelera la última hoja de sus informes (la que contiene las estimaciones tuneadas) y prestar atención al resto de los datos, especialmente aquellos que ofrecen series temporales prolongadas para medir la evolución.
Se dice que el Gobierno deposita todas sus esperanzas de salvar las próximas elecciones en la economía. Todo indica que la famosa recuperación masiva que llenaría los bolsillos de los españoles y nos dispararía hacia la prosperidad al calor del maná llovido desde Bruselas será, como mínimo, paradójica. Habrá crecimiento, sí, pero mucho más tenue de lo esperado. Y, además, traerá consigo fenómenos tan indeseables como el repunte de la inflación, la escalada de los precios de todas las fuentes de energía (que tienen pinta de mantenerse por las nubes durante toda la transición energética, afectando a toda la cadena de precios), problemas de suministros y carencia de mano de obra a pesar del desempleo, industrias insostenibles, más conflictividad laboral y todo aquello que históricamente ha acompañado a los cambios en el modo de producción.
Lo que el CIS nos cuenta al respecto es que en la sociedad española hay un divorcio espectacular entre la percepción de la situación económica del país y la de la situación económica personal. Por limitarnos al año en curso, veamos cómo los ciudadanos evalúan una y otra durante 2021:
No será fácil encontrar en Europa una población tan pesimista sobre la situación económica de su país y, a la vez, tan satisfecha con su economía personal y familiar. En el mes de marzo, que marca el momento más negro del año en la percepción social, casi el 90% de los españoles consideraba que la situación económica del país era mala o muy mala; son cifras equivalentes o superiores a las del peor momento de la crisis de 2008. Pero en ese mismo instante, solo el 20% se veía en apuros económicos y el 57% declaraba que su situación económica personal era positiva. La cifra ha subido hasta el 65% en octubre.
Esto significa que hay una enorme masa de personas en España que están cerca de Pablo Casado en lo que se refiere a su juicio sobre la salud económica de España, pero no trasladan ese mismo sentimiento de negritud a su vivencia personal. La percepción de ambas ha ido mejorando a lo largo del año, pero el divorcio sigue siendo agudísimo: en el barómetro de octubre, el 69% sigue valorando negativamente la situación económica de España mientras el 65% se siente satisfecho con su economía personal.
No busquen el secreto de esta bifurcación en el estatus socioeconómico de los entrevistados. El fenómeno se da de forma transversal en todos los estratos sociales: pobres y ricos, jóvenes y viejos, la España llena y la vacía: todos coinciden en señalar que la economía del país está hecha una piltrafa, pero que ellos no tienen motivos para quejarse de la suya o la de su familia.
El análisis en profundidad de esta paradoja ‘opinática’ —que se reproduce a lo largo de los años, hasta ser un rasgo característico de nuestra opinión pública— excede los límites de este artículo. Pero lo más interesante, cuando parece que nos aproximamos a un nuevo ciclo electoral, es el dilema estratégico que ello plantea para los partidos políticos. Supongamos que es cierto que las próximas elecciones se resolverán en el terreno de la economía (tengo dudas al respecto). Si es así, ¿sobre cuál de las dos percepciones contrapuestas hay que trabajar para traducirla en votos?