Los separatistas de a pie, los que no se han lucrado ni obtenido subvención alguna, los que se creyeron la propaganda de los Mas, Puigdemont y Torra, viven su particular Viernes de Pasión.
“¡A mí que no me jodan!”, decía muy cabreado un separatista de esos que lo son por muchas razones y por ninguna, porque el ambiente se prestaba, porque veía mucha TV3 o porque leía el Sport, incluso porque su cuñado se lo había dicho. Hay muchos de estos, personas que se dejan arrastrar por la ola hasta que comprueban, estupefactos, que el destino de la misma es estrellarse fatalmente contra las rocas.
La frase estaba teñida de enfado hacia los líderes del proceso a los que, francamente, resulta muy difícil seguirles el paso desde una óptica mínimamente sensata; también, sin embargo, iba cargada de desencanto, de ese tipo de indignación que nace en las tripas y sube como la lava de un volcán hasta la cara cuando comprobamos que nos han robado la cartera en el metro. “¡Que no me jodan!”, repetía aquella persona a la que conozco hace años y que, digámoslo todo, es tan gris, tan mediocre, tan vulgarmente ordinaria que ni siquiera es mala. “¡Que no me jodan!”, iba repitiéndose a sí mismo, como para convencerse de que el engañado no era él. La foto de Jordi Sánchez al lado de la bandera nacional era la gota que había colmado el vaso de sus tragaderas. “¡Que no me jodan ni Puigdemont ni Comín!”, insistía maquinalmente, casi en un susurro, como si yo no estuviera delante suyo. Que el Consell de la República, uno de los muchos inventos sacacuartos pergeñados desde Waterloo, hubiera convocado tan solo a una veintena de personas en L’Hospitalet a pesar de las videoconferencias del fugadísimo y el exconseller de sanidad, lo llevaba a mal traer. “Claro – argumentaba – con Sánchez al lado de la bandera de España, a ver quien acude a esos actos”. Le escocía especialmente que Comín, tan cómodamente instalado en la vida belga, anunciara que a los integrantes del citado Consell se les impondría una cuota anual. “Será el primer impuesto de la República catalana”, dejó caer con el aplomo de quien vive en permanente ignorancia de su idiocia.
El resquemor y la sensación de haber hecho el más espantoso de los ridículos son los mejores alicientes para cometer todo tipo de barbaridades
Nuestro separatista indignado no deja de ser un señor que ha de trabajar sus buenas trece horitas diarias – a veces más – en un pequeño bar que regenta desde hace años. Es decir, conoce muy bien lo que cuesta llevar un jornal a casa, porque lo tienen frito los impuestos del Estado, los municipales, la competencia desleal, los clientes broncas y los delincuentes de su barrio, que ya le han atracado cuatro veces. “Coño, que trabajen como todo el mundo”, dice interrogándome con la mirada, a ver si yo puedo darle una réplica en la que reafirmarse, mientras limpia frenéticamente con un trapo el mostrador gastado de tantos codos que, apoyados en él, han pretendido arreglarnos el mundo a todos entre carajillo y carajillo. Sonrío y no respondo, porque el cortado se me está enfriando mientras que mi interlocutor, curiosamente, se calienta cada vez más y más. Es cosa de darle cuerda y dejar que el pobre hombre se desahogue. “Un impuesto – prosigue, y el trapo cada vez frota más y más rápido, con rabia – dice el tío ese, que es un señorito, vaya si lo es, desde que estaba en el PSC, que lo conozco muy bien, nada que ver con su pobre padre, que en paz descanse. ¿Y de Jordi Sánchez, que me dice usted? Mucho hablar, mucho dárselas de valiente, pero con tal de chupar cámara se pone al lado de una bandera de España y, si se lo hubiesen dicho, hasta al lado del corneta de la Legión. Esto no es serio, se lo digo yo. Ni repúblicas ni hostias. ¡Y para acabar así he hecho yo el canelo tantos años dando dinero a la ANC, comprando camisetas, colgando esteladas en mi bar a despecho de perder clientela, total, para que unos vivan de puta madre fuera y otros acaben por hacerse la fotos con la rojigualda! Quins collons. Pero a mí que no me jodan, ¿eh?, que no me jodan”.
Lo que no sabe este señor es que ya lo han jodido, que el proceso no fue más que una maniobra de distracción para disimular la corrupción y los salvajes recortes sociales de Mas, que fue haciéndose cada vez más y más grande, que, cuando empezó a rodar cuesta abajo, no hubo nadie con el coraje suficiente para detenerlo. No le digo nada, simplemente sonrío, pago el cortado y me despido de aquel atribulado separatista con todo el aspecto de un cornudo que acaba de descubrir su descomunal cornamenta. Algo así como la encarnación separatista de un personaje de una ópera bufa de Rossini, pero con lacito amarillo. Al despedirme, le digo Addio, Don Bartolo, y salgo del bar tarareando el aria La calunnia èun venticello, pero no creo que haya pillado el concepto. Demasiado sutil, quizás. A estos, los sacas de Núria Feliu o la Elèctrica Dharma y se pierden.
Con esta gente, una de dos, o se les recupera para la normalidad mental o se echarán al monte. El resquemor y la sensación de haber hecho el más espantoso de los ridículos son los mejores alicientes para cometer todo tipo de barbaridades. Pero cuidado. A nosotros, que no nos jodan ¿eh?