ABC 07/03/15
IGNACIO CAMACHO
· Si hay tolerancia cero con el insulto y la incitación al odio no se va entender la impunidad de una ofensa a la nación
QUE se vayan a otro sitio donde los reciban bien. El estadio Bernabéu no resulta el escenario adecuado, si es que hay alguno, para que las exaltadas hordas nacionalistas piten a gusto el himno constitucional de España. No hace falta argumentar pretextos ni inventarse obras: simplemente, la idea de ese aquelarre no agrada ni a los madridistas ni a los madrileños. Ni a la inmensa mayoría de los españoles. Si entre las obligaciones del Rey de España se encuentra, por lo visto, la de dejarse abuchear, entre las del presidente del Real Madrid no está la de abrir su casa para permitirlo.
En 2009, las hinchadas del Barça y el Athletic saludaron la llegada de Don Juan Carlos al palco de Mestalla con una monumental pitada al Monarca y a la Marcha Real de protocolo. En 2012 repitieron en el estadio Calderón de Madrid la gracieta que también se ha extendido a las finales de baloncesto. El alboroto de Valencia tuvo además un patrocinador conocido: fue Jordi Pujol Ferrusola, el hijo mayor de esa saga tan virtuosa y honorable, quien entre viaje y viaje a Andorra compró cinco mil silbatos y los repartió entre los educados expedicionarios de la masa social culé. Se jactó de ello como un niño contento de su travesura. Típica conducta de doblez nacionalista: participas en un torneo español que lleva el nombre del Rey de España y llegado el momento decisivo te ciscas en todas sus castas. Lo que no te impide, por supuesto, aplaudir la gloriosa escena en que el representante de tu victoriosa tribu sube a recoger el trofeo de manos del tipo al que acabas de despreciar de la forma más grosera y ostensible. Todo muy divertido, oye.
Pues ha llegado el momento de que alguien ponga pie en pared en nombre de los ciudadanos que se sienten insultados por la ofensa a sus instituciones y sus símbolos. Como la Federación de Fútbol no encuentra o no busca el modo de impedirlo, y como el Gobierno prefiere el mal menor del agravio al mayor del problema de orden público, le va a tocar a Florentino Pérez ejercer de ocasional defensor de ese pueblo que se siente cómodo en la convivencia y en el respeto. Deberían negarse también los propietarios del Valencia y el consorcio público del estadio sevillano de la Cartuja. El que quiera pitar, que lo haga en su casa. Bilbao y Barcelona tienen campos magníficos, suntuosos y solemnes, y allá sus dueños si quieren retratarse como anfitriones de una gamberrada.