¡A prensarlos!

EL MUNDO 24/01/17
ARCADI ESPADA

DE PRONTO vuelvo a oír hablar de «la prensa». ¡Tantos años! Estas dos palabras, que tanto significaban. Se decía «la prensa» incluso cuando se quería decir los medios, porque casi nadie se aventuraba a semejante cursilería. El uso reflejaba además una verdad camuflada: por su audiencia, la radio y la televisión eran a primera vista más influyentes; pero lo que decían estaba dictado por los periódicos, que seguían redactando el guión del día. Esto se erosionó gravemente cuando los directores de periódicos decidieron atender a las noticias de las nueve para ultimar la portada. Los temas eran más o menos los mismos, pero el periódico empezó a contaminarse de la televisión a la hora de jerarquizar las informaciones. El criterio televisivo de jerarquía es peligroso, porque depende de que haya o no buenas imágenes de una noticia.

A duras penas y habiendo perdido parte de su autoridad y su crédito, los periódicos siguen influyendo en las decisiones de los medios audiovisuales y alimentan una gran parte de la conversación digital. Pero casi nadie lo reconoce. En primer lugar, porque hablar de la prensa es como hablar de un apestado. Y porque reconocerlo quizá obligara al esfuerzo moral y económico de pagar por lo que la prensa da: uno de los grandes éxitos de los estafadores digitales ha sido convencer al mundo de que las noticias advienen mágicamente, sin inversión ni trabajo. Hasta que de pronto alguien coloca de nuevo a «la prensa» en el centro. DT. Como antaño, da lo mismo que se trate de un medio audiovisual o escrito. Es «la prensa». Y es así porque los periódicos aparecen de nuevo como el contrapoder por excelencia. Es decir: como la institución de que se dotaron los ciudadanos para defenderse del poder y no la infame viceversa.

Hay una doble y coincidente preocupación ante el retorno de «la prensa». Una, la del poder: la consejera presidencial Kellyanne Elizabeth Conway, por ejemplo. Anteayer, discutiendo con un periodista, le recomendó fijarse en los hechos alternativos, que es como, en su desesperación eufemística, llaman a las mentiras en el país de DT. Otra, la del digitalismo bonzo: el señor Ben Smith, por ejemplo, director de algo titulado BuzzFeed, al que el Times cedió ayer maliciosamente su tribuna para que, a propósito de la publicación en esa web de un rumor sobre DT, explicara que la solución al caos informativo digital es multiplicarlo. Conway y Smith, uno y lo mismo, describen el trabajo perdurable de la prensa. Ha sido y es el de quitarle a la verdad sus comillas.