Si Pitágoras aseguró que quienes dicen la verdad son los que más se asemejan a Dios, Girauta es un óptimo candidato para acabar, como poco, beatificado. Su sinceridad, junto a un uso libérrimo de adjetivos, signos de independencia mental, han levantado ampollas en la finísima piel de los censores de la moral política, reencarnación moderna de las decimonónicas Damas del Ropero, aquellas viejas señoronas de dentadura amarillenta y desaparejada, siempre vestidas de negro, consagradas a criticar a todos. Sus sucesores, los políticamente correctos, que es lo mismo que decir los intelectualmente estúpidos, también se dedican a vomitar su mediocridad sobre aquellos que brillan con luz propia debido a su intelecto superior, a su fina espiritualidad, a su compromiso con lo cierto, lo comprobable, lo real.
Los dardos dirigidos contra el político son inútiles, empro. Juan Carlos lleva demasiado tiempo sintiendo zarpazos en sus carnes liberales como para inmutarse por esos maullidos sinsontes de gatitos que creen ser leones. Girauta ha hecho diana, acertando con su exacta descripción del socialismo catalán. Vean el tuit que ha hecho lanzar grititos de histeria a los chicos de la rosa: “El PSC ha decepcionado hoy mucho. A mí ya no podía: lo abandoné hace 33 años sabiendo lo que era: un partido de lameculos paniaguados mezclados con ladrones pijos, traidores, acomplejados, inmorales y nacionalistas dedicados a servirle a Pujol la cabeza del área metropolitana”. Los aludidos se han sentido rabiosos ante el descarnado mensaje que les ha espetado quien, precisamente por venir de ese oscuro rincón, sabe de lo que habla.
La verdad denunciada por Juan Carlos es la única que puede redimir a Cataluña, a España, a este occidente nebuloso y timorato a la hora de llamar a las cosas por su nombre
De ahí nace la ola rugiente levantada por los turiferarios del carguito a perpetuidad, porque la verdad es lo que es, San Agustín dixit. Y esa verdad se vuelve corrupta cuando no se proclama, lo que es tanto o más innoble que disfrazarla con mentiras, disculpas, o excusas torticeras, de ahí que Girauta la grite a los cuatro vientos con una valentía y una hombría de bien que lo convierte en uno de los políticos con más coraje y decencia del panorama. Que eso no convenga a las cábalas de frustrados, a esas ágoras de emasculados espirituales, a esas garduñas de pedigüeños ávidos de coche oficial y dietas para langostinos, es cosa de ellos. La verdad denunciada por Juan Carlos es la única que puede redimir a Cataluña, a España, a este occidente nebuloso y timorato a la hora de llamar a las cosas por su nombre, sin tapujos, sin miedo al secretario de organización de turno o al amo al que vendiste tu culo para vivir en medio de tu propia deprecación mental.
Girauta no sabe ni quiere, lo que le honra, callar la verdad, porque sabe que hacerlo solo añadiría más ponzoña al ya de por sí envenenado pozo del mal llamado oasis catalán. De ahí que no pueda más que estar a su lado y apoyar, en esta sociedad teñida de color tartufesco, sus palabras. Y decirle, como el clásico, Amicitiae nostrae memoriam spero sempiternam fore. Lo que traducido significa: espero que los recuerdos de nuestra amistad sean eternos.