Francisco Rosell-El Debate
  • Si con el COVID el jefe del Estado Mayor de la Benemérita, José Manuel Santiago, explicó que su cometido era velar por el buen nombre del Gobierno, cuando la ley le obliga a ser neutral, Marlaska pretende que la UCO deje de tocar las narices a Sánchez y lo haga a aquellos que le ponen en evidencia

Cuando el dueño de un bar de una mediana ciudad tapa con un papel el ilustre apellido de una señorial botella de Pedro Ximénez y manuscribe ‘El Mentiroso’, rebautizando el brandy que ennoblece la vitrina del modesto establecimiento como ‘Pedro El Mentiroso’ es que, en el acervo popular, ha arraigado que España padece un presidente más falso que Judas. De hecho, no desperdicia ocasión de refrendarlo como cuando, después de respirar con sus compinches el sudor de la cercanía encapsulados en el Peugeot con el que asaltó el PSOE y el Gobierno, niega conocer en lo personal a aquellos sin los cuales no hubiera sido ni concejal de rebote. Ahora todos los del Peugeot –incluido el quinto pasajero, el rijoso Paco Salazar– son seres anónimos para quien los enroló en su garduña e hizo vida en común ocho años. A este paso, pronto se dirá para sí y para Begoña Gómez: «Me confunde con otro Pedro Sánchez».

Fue el estrambote de la reaparición de ayer por parte de un presidente desquiciado que, acuciado por la necesidad, quiso reconciliarse con el prófugo Puigdemont, al que le debe la Presidencia y la Legislatura, con un christmas navideño junto a un aguinaldo y una adaptación sui generis del tradicional villancico Jingle Bells, Jingle Bells que convirtió en un chirriante ‘Junts Bells, Junts Bells’, luego tarareado en la rueda de prensa del Consejo de Ministros por Óscar López y Pilar Alegría. Sin embargo, el ‘pastelero loco’ se lo tomó como una inocentada anticipada del 28 de diciembre y le urge que le entregue el Premio Gordo de Navidad sin demora ni sorteo.

Hay que comprender la inquietud de «Noverdad» Sánchez a medida que ingresan en la trena sus compinches y estos se deslenguan. Le ronda el fantasma del socialista Bettino Craxi que, a la caída de ‘Tangentópolis’, puso rumbo a Túnez para que los jueces no le echaran el guante. Para conjurarlo, Sánchez obró ayer un doble movimiento. De un lado, acarició recomponer su alianza con Puigdemont para cerrar la vía de agua de una eventual moción de censura o, lo que es peor, el sí al suplicatorio que pudiera solicitar el Tribunal Supremo al no darle los números –ni siquiera con la contabilidad creativa del CIS de Tezanos– para unas elecciones anticipadas con posibilidades de retener La Moncloa.

Y, de otro, viendo hasta donde están llegando las indagaciones de la Unión Central Operativa (UCO) en el esclarecimiento de la corrupción tanto familiar como de partido y de Gobierno, anular a esta sección de la Guardia Civil como antes operó con la Unidad de Delincuencia Económica y Fiscal de la Policía Nacional. De facto, ésta última ha fenecido retrocediendo del iracundo «¿Qué coño es eso de la UDEF?», de Pujol, quien hoy guarda banquillo junto a su vasta parentela, a que la gente inquiera que coño fue de este cuerpo de élite que entró en la sede del PP en 2013 o que investigó la corrupción del embajador de Zapatero en Caracas, Raúl Morodo, destapando los negocios del expresidente con la dictadura de Maduro.

Así, sabedor que su poltrona tiene la fragilidad del vidrio, un atribulado Sánchez principió la mañana arrodillándose implorante ante el fugado Puigdemont en el reclinatorio a dos medios catalanes envuelto en el velo del engaño y la mentira a fin de que Junts le perdone los pecados que confesó de motu proprio a sus entrevistadores y, de este modo, alargar su agonía. Exhibió pena no sentida de hombre falso para entonar su mea culpa primero en RAC1 y luego en el circuito catalán de TVE, consciente de que los siete votos de Junts son su respiración asistida.

En su desespero, insistió en reunirse cuando y donde quisiera, con quien se comprometió a poner a recaudo de la Justicia por su golpe de Estado de 2017. Diríase que Sánchez busca que Puigdemont lo amnistíe preventivamente ante el temor de seguir los derroteros de sus cuates al no haber X que despejar como con González y los Gal.

Para su enroque, su ministro faisán, Fernando Grande-Marlaska, el más reprobado de la democracia, aprovecha la promoción a general del jefe de la UCO, Rafael Yuste, para desembarcar en esta antes de que esta se meta en la cocina de La Moncloa. El ascenso exprés de Yuste va en la línea del cese ilegal y arbitrario del coronel Pérez de los Cobos por rehusar facilitarle a Marlaska las investigaciones como Policía Judicial sobre la manifestación del 8-M y el Covid. Con harta desvergüenza, el político Marlaska le hizo al coronel Pérez de los Cobos, cuyo papel clave en la aplicación del artículo 155 para sofocar la sedición independentista, la jugarreta que el entonces ministro Rubalcaba le endilgó al magistrado Marlaska con el chivatazo que saboteó el desmantelamiento del aparato de extorsión de ETA en el bar irunés Faisán para no interferir las conversaciones secretas de Zapatero con la organización criminal en 2006.

Al descabezamiento de la UCO, dándole apariencia de cuestión reglamentaria, se suma como las cloacas del PSOE, reactivadas a raíz de la imputación de la mujer del presidente, pusieron precio a la cabeza del teniente coronel Antonio Balas hasta estimar que, «si conseguimos acabar con Balas, desaparecen todos nuestros problemas». Como Sánchez exige que todo ceda ante él, Marlaska no tiene cometido mayor, pues ya el presidente ha debido pegarle «un puñetazo en la mesa que te cagas», empleando el argot de las cloacas. Más cuando Sánchez alertó a Ábalos que Koldo García estaba siendo investigado en una fase en el que las actuaciones judiciales y de la UCO eran secretas, pese a contar la trama con soplos del director general de la Benemérita, Leonardo Marco, quien fue quitado de en medio por Marlaska trasladándolo a Washington como antes había enviado a la de Caracas al comandante-topo Rubén Villalba.

Si con el COVID el jefe del Estado Mayor de la Benemérita, José Manuel Santiago, explicó que su cometido era velar por el buen nombre del Gobierno, cuando la ley le obliga a ser neutral, Marlaska pretende que la UCO deje de tocar las narices a Sánchez y lo haga a aquellos que le ponen en evidencia. Olvida que, como manifestó Pérez de los Cobos al ser reincorporado al mando de la Comandancia de Madrid por el Tribunal Supremo, la primera lealtad del Cuerpo debe ser «para con nuestra nación y nuestras leyes». De ese compromiso con la integridad y la verdad, como faros que iluminen el camino en los momentos más oscuros, depende efectivamente que la UCO no se borre como la UDEF de la lucha contra una corrupción sistémica que gangrena la nación.