A Torra no le ha faltado más que decirle a Torrent aquello de “no me no me, que te que te”. Lo de Junts per Catalunya y Esquerra me recuerda a mi lejana juventud, cuando la Peña del Nabo y la Banda del Chocolate se daban de palos en las inmediaciones del popular barrio del Carmelo barcelonés. Claro está que ni los de Puigdemont ni los de Junqueras llevan cazadoras con el emblema de la Bultaco ni pantalones acampanados con un peine afiladísimo en el bolsillo trasero, ellos, ni peinados, y minifaldas como Las Grecas, ellas. Pero lo que subyace viene a ser lo mismo: este territorio lo controlo yo, y tu ya te estás pirando o te pego un sirlazo desde el tobillo hasta el cuello.
Torra se queja de que se le insulta y de que Roger Torrent no le protege, algo parecido a aquel ominoso “¿qué le has dicho tú a mi primo, eh, qué le has dicho?”, preludio de unas ensaladas de hostias homéricas que terminaban, por lo general, con varios de los participantes en la Casa de Socorro del barrio. El descampado ahora se llama Parlament, los auto de choque vendrían a ser los pasillos y despachos oficiales, las navajas se han trocado en declaraciones, canutazos, ruedas de prensa o actos públicos y las bandas se denominan partidos, pero, insistimos, la cosa se parece exactamente a la otra cual novias de Pablo Iglesias.
Los de ahora se pelean porque están hartos de todo, por haberlo tenido siempre muy fácil, por señoritismo, porque su mala leche no nace del odio social de quien se sabe víctima del rico, sino del supremacismo del que se sabe eternamente poderoso»
Entiéndame, a mi me da igual si en este futbolín lumpen en el que se ha convertido la política catalana acaban rompiéndose los tacos de billar en sus cabecitas locas ante la mirada cómplice del jefe, adjetivo que aplicábamos al encargado de la sala. Me importa un rábano si ganan éstos o aquellos, incluso si los que ganan son los de la tercera banda, la de la izquierda consentidora y cómplice, escondida detrás de la máquina del millón, Flipper para los conocedores, esperando ver cuál de los dos queda en pie. Me suda un pie qué chulería demuestra tener mayor capacidad de intimidación, de acojone y de pegar patadas en el bajo vientre político del otro porque, si les he de ser sincero, estas riñas barriobajeras siempre me han deprimido. Nunca he comprendido el torvo placer que experimenta quien se impone por tener más puños americanos, más navajas de resorte o más tubos de cobre forrados de cinta aislante.
La novedad entre las peleas de chavales que eran delincuentes a jornada parcial y algunos políticos que lo son full time es que los primeros estaban abocados a hacer lo que hacían por clase social, por falta de horizonte, por desesperación, por hartazgo de vivir en barrios llenos de ratas, de pobreza, de marginalidad. Los de ahora se pelean, en cambio, porque están hartos de todo, por haberlo tenido siempre muy fácil, por señoritismo, porque su mala leche no nace del odio social de quien se sabe víctima del rico, sino del supremacismo del que se sabe eternamente poderoso.
Son tan finos, tan delicados, tan exquisitos, que incluso en la brutalidad y en la envidia siguen manteniendo las artificiosas e hipócritas convenciones sociales que caracterizan a la burguesía catalana»
A uno, algo vivido puesto que no en vano este domingo cumplo 61 tacos sin IVA, y que ha conocido el barrio de La Mina en los tiempos del Torete y el Vaquilla, que iba a escuchar a Los Chunguitos a discotecas de quillos, que sabía de amores desesperados entre alguna chica de casa bien y uno de los colegas, que ponía de los nervios a aquellos delicados papás porque el muchacho no era catalán y tenía pinta agitanada –años setenta, señores, que la cosa viene de lejos– y comentaban con sus amigos de La Bonanova Ves la nena, qué ha de fer amb aquest destraler? le gustaría, siquiera por una vez, ver a los burguesitos desmelenarse y enfrentarse a pecho descubierto, con gallardía, sin esconderse detrás de la unidad independentista, el mandato popular, el proceso y toda la retahíla de mentiras cobardes que mantienen por no tener el arrojo de decirles a los suyos que están a matar entre ellos.
Sería precioso ver a Torra decirle a Torrent “te espero a la salida del Parlament, primo” y que el otro respondiera “a que te meto”. Pero eso no pasará. Son tan finos, tan delicados, tan exquisitos, que incluso en la brutalidad y en la envidia siguen manteniendo las artificiosas e hipócritas convenciones sociales que caracterizan a la burguesía catalana. Y ahora, dispensen, pero me voy a escuchar aquello de “dame veneno que quiero morir”, que estoy de El Cant de la Senyera y de Llach hasta el Nabucodonosor. Cagon tó lo que se menea.