Como es natural, aquí en el País Vasco queremos tener empresas grandes cuyas direcciones radiquen en nuestro territorio y sean comprensivas con las particularidades, de todo tipo, del entorno. No hay nada de malo en ello, sucede en todos los lugares. El problema que impide alcanzar nuestro anhelo es que, para conseguirlo, no basta con desearlo y tenemos algunas limitaciones difíciles de superar. La primera consiste en que somos pocos y nuestro mercado es pequeño. Es cierto que la economía se ha desmaterializado mucho, pero el tamaño del mercado de fácil acceso sigue siendo una variable relevante a la hora de decidir donde instalarse.
Este problema carece de solución. Somos pocos, las razones políticas, decimonónicas o anteriores, nos impiden considerar la posibilidad de ensanchar espacios con la integración de algunos vecinos; y las políticas de fomento de la demografía son timoratas, y aunque fueran audaces, nunca conseguirían darnos el tamaño suficiente.
Una segunda limitación consiste en que carecemos del músculo financiero necesario para soportar nuestros deseos. En el pasado tuvimos un peso importante en el sistema -al menos en el español-, pero luego nos dedicamos a poner bombas en las sucursales bancarias, a secuestrar a algunos financieros y a extorsionar a otros. Y cuando eso pasó, que ya tardó, desplegamos toda una batería de medidas fiscales que ahuyentó a las Sicav y asustó a los fondos de inversión. Eso en los aspectos generales. En el particular, y salvando todas las muy meritorias excepciones que sean necesarias, lo cierto es que el ahorro de los vascos se ha desentendido de los problemas de la economía vasca. Los grandes patrimonios porque han sufrido presiones similares a las antes descritas; y el institucional por razones inexplicables -vean la muy ilustrativa implicación de Kutxabank en las dificultades de las grandes empresas vascas-. Con respecto al ahorro particular, no consigo olvidar la frontal e inmediata oposición que mostraron los sindicatos vascos cuando el lehendakari propuso que los fondos de las EPSV se utilizaran para sostener nuestro entramado empresarial. ‘Con mi dinero no’ fue un grito, más que una opinión. En resumen, no hay potencia de fuego suficiente para ganar ninguna batalla. Ni siquiera para plantearla.
Así que, si queremos mantener en pie una buena parte del edificio económico vasco, solo nos queda la competitividad. Mientras seamos capaces, mientras nuestros costes se comparen con ventaja y mientras tengamos la tecnología adecuada, tendremos espacio, aunque este sea menor que el deseado. En caso contrario, ni siquiera eso.
Y luego, podemos olvidarnos de las nimiedades a las que prestamos atención. Jugar en las grandes ligas obliga a jugar con el reglamento vigente. Pretender que los profesionales sean leones en su vida profesional y monjes en su vida particular solo fue posible en el mundo cooperativo y al principio, cuando su tamaño era reducido. Los bonus cobrados en Euskaltel los aprobó quien tenía poder para ello y quienes los van a cobrar tienen el mismo derecho que usted a emplearlo en lo que consideren más conveniente para ellos. ¿Por qué razón no se pide a los funcionarios vascos que inviertan sus ahorros en las empresas vascas? ¿Se le ha ocurrido a alguien? ¿A qué viene esto ahora? Habrá excepciones, pocas, pero la suerte está echada. Lo teníamos que haber pensado antes.