Así como cada día tiene su afán, en España cada nueva jornada tiene su escándalo de corrupción. Y como sea que uno está empachado de tanto abalorio, koldoneo, mascarilla de quita y pon y demás trapacerías hoy me permito mirar hacia adelante. Que nadie se asuste, tan solo he elevado la mirada del gacetillero hasta el próximo domingo veintiuno de abril, fecha en que vascos, vascas y vasques podrán votar la nueva composición del parlamento vasco. El lehendakari Urkullu ha dicho que, tras doce años en el cargo, se va a otras cosas. No me extraña. Está la política para pedir plaza.
Nadie habla de esto porque los que nos ocupamos de la cosa pública andamos engolfados con esa catarata de barbaridades que emanan a diario de Moncloa, pero en política es bueno estirar el cuello y lo que se atisba pinta ruina, que dirían en el Berguedà catalán.
Las encuestas que, al igual que los pimientos de Padrón, unas picas e otras non, dan de manera bastante unánime como fuerza ganadora a Bildu, tanto en votos como en escaños. Esto sería suficiente como para que nos lo hiciésemos mirar, pero a lo que vamos. Se les presume veintiocho escaños – en la cámara vasca hay setenta y cinco – y el treinta y nueve por ciento de los sufragios. Sería la primera vez que Bildu fuese como el partido más votado en su tierra, haciendo el sorpasso al monolítico PNV, que se contentaría con veintisiete parlamentarios y el treinta y tres, casi treinta y cuatro, por ciento de votos. En algunas encuestas estos resultados varían punto arriba, punto abajo, pero todo indica que la cosa irá por ahí.
Bildu sola no podría gobernar. ¿Con quién pactaría? ¿Con el mismo PNV al que pretende suplantar, igual que ERC con Junts en Cataluña?
Que los jeltzales, o sea, los peneuvistas – palabra que proviene del acrónimo JEL, “Y la ley vieja”, Eta lege Zaharra, aplicada a quienes defienden el régimen foral, legal, institucional y sociocultural secular de lo que ellos consideran Euskalherria – queden segundos después de cuatro décadas detentando de manera omnímoda el poder merece una cierta reflexión. Los cachorros de Arzalluz, esos atolondraos que decía, se harían con el poder desplazando a sus mayores por ser demasiado complacientes. La mayoría en la cámara vasca es de treinta y ocho diputados, con lo que es evidente que Bildu sola no podría gobernar. ¿Con quién pactaría? ¿Con el mismo PNV al que pretende suplantar, igual que ERC con Junts en Cataluña? ¿Les iría mejor a los de Otegi llegar a un acuerdo con los socialistas, que serían tercera fuerza más votada pasando de los diez diputados de ahora a doce? Y si tal cosa sucediese ¿seguiría el PNV dándole apoyo a Sánchez en el Congreso de los Diputados? Y si Sánchez no pacta con Bildu ¿seguirían los bilduetarras prestándole su concurso en Madrid?¿Podría el monclovita practicar una política de doble cara como en Cataluña, que da una de fría y una de caliente a Puigdemont y a Junqueras? Los separatistas vascos no son tan mercenarios como los catalanes y ahí el líder del socialismo mundial deberá apostar por uno o por otro, y eso podría hacerle perder la mayoría parlamentaria en el Congreso. De Podemos y Sumar mejor no hablamos porque obtendrían una menguadísima representación entre uno y dos escaños. Como el constitucionalismo allí es un ideal melancólico, del PP y VOX no podemos más que guardar un piadoso silencio. La cosa radica, pues, en si Sánchez pacta con uno, con otro, con los dos o con nadie y si eso repercute a nivel nacional. Es lo que tiene picotear de todos los platos. Al final, alguno acaba por resultarte indigesto.