Alejo Vidal-Quadras-Vozpópuli

La rueda de prensa de José Luis Ábalos el pasado martes en el Congreso mostró a un hombre solo, dispuesto a enfrentarse a su líder, a su partido y a su destino. Si no fuera por la sordidez y la vulgaridad de su persona y de su trayectoria, se le podrían atribuir cualidades y actitudes de héroe homérico, alzado sin temor frente a sus enemigos, incluso si éstos son los dioses del Olimpo de Ferraz. Este desafío a fuerzas tenidas por todopoderosas -el aparato siempre acaba triturando al militante rebelde- han generado una subterránea corriente de opinión transideológica de simpatía hacia el supuesto mártir. Además, el hecho de que alguien en la sanchiesfera haya por fin plantado cara -los maullidos vacilantes de los PageLambán y similares y los pronunciamientos venerables de la vieja guardia dejan indiferente al sátrapa- a un jefe cuya egolatría, crueldad y despotismo le hacían hasta hoy aparecer como imbatible, ha estimulado el sentimiento muy español de apoyo al de abajo cuando se alza contra el de arriba.

Por supuesto, el punto crucial de esta dramática historia es si el ex ministro de Transportes conocía las andanzas de su escolta, chófer, confidente y hombre multiusos como desaforado traficante de influencias en la Administración central y en diversas Comunidades Autónomas para adquirir mascarillas en la peor época de la pandemia a precios desorbitados y con millonarias coimas para turbios personajes y para su propio bolsillo. Su ignorancia, en cualquier caso, no podía ser completa dado que órdenes de compra con facturaciones muy voluminosas llevaban su rúbrica. Tampoco es discutible que Koldo García se valía de su proximidad al ministro a la hora de urdir sus tejemanejes y ganarse la voluntad de altos funcionarios y presidentes territoriales.

Por consiguiente, la reclamación de responsabilidad política por parte de la dirección del PSOE no carece de fundamento y de hecho en situaciones similares, tanto en España como en otros países democráticos, el mandatario al que un subordinado sorprende con una grave trapisonda suele dimitir aunque haya sido abusado en su buena fe. La tesis que respalda el abandono del cargo es la falta de supervisión de las actividades de su inferior y el desacierto de haberlo nombrado y puesto en sus manos los instrumentos para enriquecerse de manera ilícita.

Ante lo que percibe, no sin razón, como una traición, un desprecio y, sobre todo una ingratitud, inasumibles, desobedece y se convierte deliberadamente en un clavo en el zapato de sus siglas y de su otrora amado cabeza de filas

Si esto es así, ¿por qué Ábalos se encabrita, se niega a dejar su escaño y osa amenazar a su antiguo amigo el presidente del Gobierno deslizando a los periodistas que tiene “muchas respuestas” a sus preguntas que “irá desgranando” en el futuro? La explicación es que Sánchez, en su desmedida soberbia, absoluta ignorancia del concepto de lealtad y fría indiferencia respecto al sufrimiento ajeno, en vez de tener con él una afectuosa conversación, mostrar simpatía y comprensión por su desventura y ofrecerle una salida digna en lo simbólico y agradable en lo material, le arroja a los colmillos de la jauría de sus esbirros para que lo despedacen moral y políticamente. Ante lo que percibe, no sin razón, como una traición, un desprecio y, sobre todo una ingratitud, inasumibles, desobedece y se convierte deliberadamente en un clavo en el zapato de sus siglas y de su otrora amado cabeza de filas.

Con el fin de entender en términos psicológicos la intemperante reacción del ya diputado del Grupo Mixto, hay que recordar que en el amargo momento en que Pedro Sánchez es descabalgado de la Secretaría General y decide lanzarse a la incierta y trabajosa aventura de recuperar el cetro, tan sólo unos pocos fieles – al destierro con doce de los suyos, polvo, sudor y hierro, el Resistente conduce su Peugeot 204…- le acompañan, le respaldan, se juegan su carrera política y se parten la espalda para devolverle el liderazgo perdido. En este esforzado núcleo figuró destacadamente el hoy defenestrado, y esta empresa compartida con el que ahora le fulmina era percibida por él como una fuente de seguridad, una protección ante posibles adversidades y una garantía de que nunca le faltaría el cálido afecto del césar. La decepción y el disgusto han sido proporcionales a la solidez que Ábalos creía que tenía su vínculo con Sánchez, es decir, profundamente dolorosos y de enorme magnitud. El ex número tres del PSOE es una fiera herida, pero viva, y con aniquiladores dosieres por garras. La amnistía, Galicia, las europeas, Koldo, demasiadas dificultades juntas que hacen muy improbable que Irene Lozano tenga la oportunidad de babear una nueva hagiografía.