Amaia Fano-El Correo
Desafiando el ultimátum de su partido y a quienes han querido verle morder el polvo entregando su acta de diputado, José Luis Ábalos protagonizó ayer un sobreactuado ‘acting’ lleno de vocablos grandilocuentes como ética, honorabilidad y dignidad, para decir que no renuncia a su escaño y que se marcha al Grupo Mixto, declarándose víctima de «una cacería política y mediática» que no tiene como objetivo final su cabeza, sino la del hombre que hace unos días le señalaba la puerta de salida, jactándose de ser implacable con la corrupción «venga de donde venga y caiga quien caiga».
«Siento que me enfrento a todo el poder político y lo tengo que hacer solo, pero no puedo acabar mi vida política como un corrupto cuando soy inocente», se dolía el ex secretario de Organización del PSOE, a cuya actual dirección advirtió de los peligros de «actuar al dictado de tus adversarios políticos que no piensan en la lucha contra la corrupción sino en echarte del Gobierno». Pero la verdad es que sus últimas declaraciones tampoco han contribuido a allanar el camino del entendimiento: «Ábalos reconoce que todos los asesores de Sánchez están metidos en consejos de administración de empresas públicas»; «Quienes me presionan para que dimita llevan a sus espaldas cosas más graves»; «Ábalos negociará su salida: ‘tengo menos patrimonio que antes de ser ministro’».
Como si viviéramos en una película de Scorsese, quien fuera fiel escudero de Pedro Sánchez y capo ‘in pectore’ de la ‘famiglia’ socialista ha abierto una crisis en el Gobierno y en su partido de consecuencias impredecibles, amagando con tirar de la manta y negándose a asumir la responsabilidad política por haber apadrinado al tal Koldo, un buscavidas de baja estofa, que actuaba como su machaca y hombre de confianza, dentro y fuera del ministerio.
La contundencia y celeridad con la que desde Ferraz y Moncloa han querido resolver este feo asunto relacionado con el enriquecimiento ilícito de este personaje por la compra de material sanitario durante la pandemia se entiende mejor en cifras: 53 millones desfalcados a las arcas públicas, 7 en comisiones ilegales, dinero negro colocado en Brasil y Luxemburgo, tres ministerios y dos comunidades socialistas PSOE implicadas en una trama cuyas ramificaciones tienden a expandirse y amenazan con enredar al entonces ministro de Sanidad y hoy gran promesa socialista en Cataluña, Salvador Illa, pudiendo llegar a estrangular por elevación a quien ocupa la cabeza de la pirámide.
Ábalos dijo que no renuncia a ser diputado porque necesita una tribuna desde la que defenderse y sus palabras volvieron a sonar a advertencia. Máxime cuando su voto, libre ya de la disciplina de partido, puede ser decisivo en la ajustada aritmética parlamentaria y cuando ha dado reiteradas muestras de estar dispuesto a morir matando, mientras negociaba (¿sin éxito?) el caché del último papel que le estaba reservado en el reparto de esta farsa inmoral cuyo presupuesto corre a cargo del dinero del contribuyente: el de servir de cortafuegos al presidente. ¿Habrá ‘vendetta’?