Pedro Chacón-El Correo

  • Cargar sobre las espaldas de la Administración el sueño ideal de ver la lengua vasca como de uso habitual es injusto, además de ineficaz

El último decreto del Gobierno de Urkullu ha sido sobre el euskera en la Administración, para que los organismos puedan examinar solo en euskera, para que los perfiles puedan ser asimétricos -o sea, que si no hablas muy bien, puedas en cambio usar el euskera escrito para todo-, para que el euskera sea la lengua de trabajo habitual en la Administración. ¿No resulta más que evidente que todo esto pasa porque la lengua por sí misma -o por mejor decir, la actitud de los hablantes hacia ella- no cala como debería después de casi cincuenta años como llevamos ya de normalización, de ausencia por completo de represión, sino todo lo contrario, con cantidades ingentes de ayudas y apoyos de todo tipo?

Como la Administración depende de los políticos y como los políticos aquí son mayoritariamente de signo nacionalista, entonces la Administración pasa a ser euskaldunizada a tope en un intento más de lograr lo que en la calle no se ve. Pero tengo mis serias dudas de que ese método sea el adecuado. Cargar sobre las espaldas de los funcionarios el sueño ideal de ver el euskera como lengua de uso habitual me parece profundamente injusto, además de ineficaz y absurdo. No puede ser que actuemos así. Ningún sector social se merece ser el conejillo de indias de ningún experimento de ese tipo. Sobre todo, cuando ni la mayoría de los políticos, por no hablar de sus asesores, ni siquiera la gran mayoría de los militantes de los partidos nacionalistas cumplen ese requisito.

No puede ser que nuestra incapacidad para lograr por nosotros mismos el objetivo de ser euskaldunes la traslademos a los demás. Y esto es exactamente lo que está pasando en este tema. Los nacionalistas no lo cumplen y están siempre reclamando de los demás. Los políticos no lo cumplen y, en cambio, quieren que los funcionarios bajo su mandato sí lo cumplan. Cuántos años, cuántas décadas más necesitamos para comprobar que una lengua no funciona así. Al euskera se le han quitado todos los impedimentos políticos (léase represivos) que impedían su uso. Llevamos así mucho tiempo. Pero la cosa no va. Reconozcámoslo y dejemos de echar la culpa a los demás. O, si no, pongámonos las pilas nosotros mismos y demos ejemplo.

Basta con asistir a cualquier mitin nacionalista para comprobarlo. Por uno que se haga en euskera en una población del interior de Gipuzkoa, son cientos los que se hacen en el resto del País Vasco donde no se usa el euskera más que para la presentación, cuatro frases hechas y a correr en castellano. Los lemas y los eslóganes sí, por supuesto, pero a la hora de comunicar el mensaje la cosa varía. Los políticos nunca improvisan en euskera, es muy raro que lo hagan más allá de cuatro cosas trilladas. Y, en cambio, quieren que los funcionarios sí trabajen en euskera. Van a convertir así al euskera en una lengua de cobro: tanto cobras, tanto hablas. Es lo peor para una lengua. Sostenerla así es reconocer que de otro modo no hay forma, es como mantenerla artificialmente.

Alguien tendrá que tomar algún día la decisión de parar en este tema y tendrá que hacerse desde el nacionalismo, desde dentro. Porque desde fuera va a ser imposible, ya que siempre se tomará como una medida represiva. Mientras los nacionalistas no se den cuenta de que la cosa así no va, seguiremos apretando las gomas a la ciudadanía, que seguirá aguantando estoicamente lo que le echen por aquello de que es nuestra lengua y nuestra identidad, pero no pasaremos de ahí.

El euskera no se convertirá en una lengua como el castellano nunca porque para eso tendría que haber tenido una historia diferente. Desde el momento en que una ideología -la nacionalista- la adoptó como santo y seña de su actuación política, la lengua tenía los días contados. Una lengua ideologizada es lo contrario de una lengua normal y corriente. Porque una lengua debe hablar de todo y desde todos los puntos de vista: lo mismo tiene que servir para liberar Euskal Herria que para someterla a la peor de las dominaciones. Y aquí estamos confundiendo la comunicación con la simbología, las relaciones interpersonales con el adoctrinamiento.

Seguiremos así, sin duda, porque hay muchas personas económicamente dependientes del negocio de la lengua y de su implantación y de sus ayudas, traducciones, enseñanza, literatura y edición digital y de todo tipo. Pero si la lengua no es libre para hacer todo eso y para hacer y proponer también lo contrario, entonces es que la estaremos matando poco a poco.

Parece mentira que, con lo inteligentes y espabilados que son los nacionalistas para otras cosas, no se hayan dado cuenta de que eso que están haciendo con el euskera es, a la larga, lo peor que le podrían hacer; es decir, la más sibilina, retardada y endiabladamente eficaz manera de acabar con la lengua.