Rubén Amón-El Confidencial

Sánchez elude el sacrificio de su ministro, se deja iluminar por Zapatero y encubre el gravísimo volantazo diplomático con la enésima confrontación de progres y fachas

José Luis Ábalos tiene que dimitir. No porque se lo reclame Casado. O porque pudiera exigírselo la muchedumbre reunida este sábado en la Puerta del Sol, sino porque ha mentido, ha encubierto a una delincuente y ha organizado una crisis diplomática que Sánchez aspira a ocultar recurriendo a la confrontación de los fachas contra los progres. El énfasis con que PP, Ciudadanos y Vox han recibido al “presidente” Guaidó se utiliza como pantalla de la enésima contradicción del sanchismo. Fue él quien reconoció a Guaidó como el jefe de Gobierno legítimo. Y es ahora el propio Sánchez quien se desmiente, bien por devolverle unos cuantos favores a Zapatero -nadie como ZP ha trabajado en favor de la investidura y del fervor a ERC- o bien porque la vicepresidencia de Iglesias precipita un cambio de paradigma en la política exterior, precisamente ahora, que España se ha convertido en el refugio masivo de los venezolanos que escapan del hambre y del terror de Maduro.

Es la razón por la que había tantas personas en la Puerta del Sol. La tentación de atribuir semejante afluencia a la capacidad organizadora de las fuerzas opositoras -venezolanas y… españolas- redunda en la idea de exponer el escándalo geopolítico con el sesgo de un choque ideológico.

Ninguna manera mejor que plantearla que la exhumación de la imagen de Colón. Faltaba Albert Rivera, pero estaban otros protagonistas del eje del mal. Como Casado. Como Ayuso. Como Villacís. O como Abascal. Es la provocación iconográfica desde la que el Gobierno y el PSOE intentan trasladar a la opinión pública la impresión de que semejantes padrinos no pueden reivindicar una causa justa, ni siquiera cuando el reconocimiento de Guaidó en Madrid es el mismo que José Borrell ha expuesto en Estrasburgo con su cualificación de jefe de la diplomacia de la Unión Europea.

El oportunismo de Casado o el cinismo de Abascal -nadie más eurófobo que él- agitan el debate nacional y hasta subordinan la emergencia venezolana, pero resulta indigno esgrimirse la superstición de las “derechas” como salvoconducto del ministro Ábalos. La ética y la estética que predican el Gobierno del amor y del progreso no pueden sustraerse al sacrificio ejemplar. El ministro del Fomento no debe dimitir por la arrogancia ni por la vanidad –”a mí no me echa nadie”-, sino por la vergüenza el encuentro clandestino con la vicepresidenta Delcy Rodríguez, por la repercusión internacional que ha suscitado la “cumbre” y por la incongruencia de las versiones que el ministro ha ido amontonando en su fuga hacia delante. Incluida aquella de acuerdo con la cual se personó en el avión de la delincuente para garantizarse en persona que no descendiera.

Sánchez no va a conceder la cabeza de Ábalos. Otra cuestión es que el actor involucrado hubiera sido Maxim Huerta. O que el desastre lo hubiera cometido un ministro de Podemos, pero la decapitación de su hombre de confianza tanto implicaría una crisis prematura como cuestionaría el volantazo que el presidente Sánchez le ha pegado a Guaidó,

Ábalos cumplía órdenes. Se atenía al papel de interlocución que Sánchez ha reabierto con el régimen del terror de Maduro

De hecho, Ábalos cumplía órdenes. Se atenía al papel de interlocución que Sánchez ha reabierto con el régimen del terror de Maduro. Se ha encomendado a la clarividencia geopolítica de ZP, no ya artífice visionario de la Alianza de Civilizaciones -Erdogan ha prosperado de presidente a deidad otomana-, sino víctima del síndrome de Estocolmo… en Caracas.

Zapatero se ha convertido en cómplice voluntario o involuntario de la democracia imitativa con que Maduro ha aplastado las libertades, la prensa, la oposición y los recursos económicos. Se explica así el desconcierto de Felipe González y la colisión de los dos expresidentes. Sánchez sabe a cuál de los dos encomendarse, más todavía cuando la adhesión de ZP al sanchismo también se refleja en las emergencias de la política doméstica. Sostuvo con euforia el pacto Sánchez e Iglesias, celebró la implicación de ERC, observa con ingenuidad obscena la ferocidad del independentismo. Y hasta se ha declarado partidario de la reforma del código penal. Ya había dicho en su momento que habría que estudiar el indulto de Junqueras.

Es una tragedia que Pedro Sánchez haya cambiado de criterio respecto a la política venezolana. No solo porque resulta indecoroso desmentir el trabajo de Borrell cuando era ministro. O porque Iglesias haya logrado inocular en la Moncloa la miseria de la pasión bolivariana, sino porque España desempeña un papel decisivo en la solución de la crisis. La postura de Madrid no es la de Varsovia ni la de Dublín. Representa la conexión comunitaria. Y predispone un cambio de sensibilidad que permite a Maduro relamerse del poder.

Cómo no iba a a haber venezolanos en la Puerta del Sol. Y cómo no iban a tener razones para manifestarse. El éxodo no ha hecho otra cosa que multiplicarse. Y no porque acudan a Madrid los ricachones y los evasores, sino porque proliferan los compadres desesperados y represaliados. Hubo en el año pasado solo en Madrid 52.000 peticionarios de asilo y refugio. El 62% de ellos procedieron de Venezuela. Ábalos pensará que vienen de vacaciones. O igual lo piensa la nueva ministra de Exteriores. Se hizo esperar media hora. Porque Guaidó no es Maduro.