Álvaro Vargas Llosa-ABC

Existe una contradicción inmoral entre envalentonarse ante Franco, el muerto, y complacer a Maduro, el vivo

El presidente del Gobierno español considera a Juan Guaidó indigno de los pasillos y sofás de La Moncloa. Un «escuálido» (apelativo con el cual el chavismo descalifica al adversario) y «pitiyanqui» (vocablo de origen puertorriqueño con el que el chavismo atribuye a los demócratas la condición de cipayos del imperialismo) merece el desprecio de la máxima autoridad gubernamental de España.

Podría yo decir que el presidente del Gobierno español tiene una escala de valores invertida, pues el apestado debería ser quien usurpa el poder cometiendo fraudes, matando, torturando, encarcelando o enviando al exilio a sus adversarios, aboliendo la separación de poderes y las libertades públicas, e infligiengo una tragedia humanitaria que ha expulsado a millones de personas. Podría también decir que existe una contradicción inmoral entre envalentonarse ante Franco, el muerto, y complacer a Maduro, el vivo, y una hemiplejia moral, para usar el término que empleó Ortega y Gasset en una traducción francesa de La rebelión de las masas y que Jean-Francois Revel empleba mucho, en el hecho de vituperar la barbarie de los enemigos y cohonestar la de los amigos.

Podría decir más. Que Guaidó ha sido recibido por seis gobernantes europeos en esta gira, incluyendo la más importante, la alemana, o que roza el ridículo diplomático el que España oficialmente reconozca a Guaidó como presidente interino de Venezuela y el susodicho no pueda pisar La Moncloa por irreconocible. Pero me limito a algo más elemental: la insolidaridad de los socialistas con los socialistas. Resulta que Guaidó fue, junto a Leopoldo López, fundador de un partido, Voluntad Popular, que además de proclamarse «progresista» y «socialdemócrata», obtuvo en 2014 la membresía de la… ¡Internacional Socialista! Guaidó es, pues, compañerísimo de don Pedro Sánchez.

Guaidó decidió hace pocos días dejar la militancia partidista. No renunció a su credo ni sus ideas, sólo a la militancia para trabajar por la unidad en medio de las desavenencias propias de toda resistencia democrática, que el frustrante paso del tiempo va exacerbando. Que el joven que irrumpió en la política con la movilización estudiantil contra la dictadura a mediados de la década de 2000 y hoy es presidente interino, haya dedicado su tiempo, con aciertos y errores, a tratar de instalar en Venezuela un sistema como el que existe en buena parte de los países de donde proceden los partidos de la Internacional Socialista, es algo que a Sánchez debería entusiasmarlo. No se me ocurre pensar que él espera de sus compañeros que sostengan tiranías o que crea que a los bárbaros tercermundistas les vienen bien las satrapías porque la democracia liberal sólo conviene entre los refinados europeos. La ironía de esto, en el impensable caso de que Sánchez pensara así, sería que en esta historia el tercermundista ha resultado ser el europeo y el europeo ha resultado ser el tercermundista.