JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC

  • La hegemonía cultural de la izquierda explica la tendencia a abstenerse de criticar los seudovalores fuertes del llamado progresismo

Se ha impuesto con rapidez la opinión publicada de que Vox le ha regalado una baza política a Sánchez por cumplir una promesa electoral que se resume (una vez despejadas las dudas justificadas y las inducidas) en que la mujer que se dispone a abortar en Castilla y León pueda optar por oír o ver al feto. Esa parece ser la convicción mayoritaria entre los agentes más influyentes del espacio liberal y conservador, trátese de periodistas o de políticos. En cuanto al espacio de la izquierda, el previsible escándalo por la medida es tan ruidoso como cabía esperar. Es esa reacción desmesurada, justamente, la evidencia que alimenta la teoría de la baza para Sánchez.

Obsérvese que este esquema serviría para cualquier asunto en el que se discrepara del ideario sanchista. Encender a la izquierda con cualquier desafío a sus convicciones daría alas a la izquierda. Es curioso, no le ha ido históricamente mal a Sánchez herir las convicciones del contrario desde los medios y, sobre todo, desde sus políticas ejecutivas, haciendo eso que supuestamente no se debe hacer para no movilizarlo. Concurre aquí un factor típico, el de la hegemonía cultural de la izquierda, que explica la tendencia a abstenerse de criticar los seudovalores fuertes del llamado progresismo, e incluso a asumirlos pasado el tiempo suficiente. El tiempo que va, por ejemplo, del recurso del PP ante el TC a la ley del aborto, tratando de volver a la ley de supuestos de 1985 sobre la base de la inconstitucionalidad de la norma de plazos. No es ningún secreto que, a día de hoy, el PP no presentaría ese recurso. De hecho, es algo manifiesto: no hay voz en ese partido que no haya asumido la filosofía entera de la norma de Zapatero frente a la de González, que en su día gozaba del apoyo de una amplísima mayoría social.

Lo habitual es contemplar este cambio como una variante del progreso. Pero si esto es cierto, no sé a qué venía tanto elogio a Benedicto XVI, que, como Juan Pablo II, insistieron en la existencia de ciertos valores inamovibles. Uno de ellos es el derecho a la vida del ‘nasciturus’. Para no confundir religión con política, Iglesia con Estado: quienes estamos convencidos de la permanencia de un puñado de valores, de su no dependencia de las épocas, podemos entender la despenalización del aborto en ciertos supuestos y también en ciertos plazos, pero seguimos teniendo por cierto que la vida humana es sagrada. No voy a entrar a discutir la evidencia de que el feto humano es vida humana. Sí voy a entrar en la grave incoherencia de un ordenamiento jurídico que castiga con penas de seis meses a dos años a quienes «realicen actividades que impidan o dificulten [la] reproducción de especies protegidas de fauna silvestre» (art. 334 del Código Penal). Un huevo de aguilucho cenizo está más protegido que un feto humano. Una cosa moderada. ¿Noventa mil ‘nascituri’ triturados al año? Calla, no provoques.