IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Los nombres de las variantes del Covid empiezan a adquirir claros tintes sensacionalistas. Epidemiología acojonativa

Si le pones XBB.1.5 a una variante del Covid, que así es como se llama técnicamente la última derivación de Ómicron, no se inmuta nadie. Las letras del alfabeto griego tampoco tenían connotaciones negativas; de hecho se utilizaron para evitar el estigma de los países donde surgían. Pero ante un apodo como Kraken, o como Cerberus (el perro del infierno), la cosa cambia y uno se imagina una criatura mitológica en busca de víctimas. Los nombres no son inocentes y hablan, como bien sabía Homero, a través de su etimología. Kraken, en concreto, era en las sagas escandinavas una especie de calamar gigante, un monstruo de las profundidades marinas que inspiró a Tennyson cierto poema gótico de indudables resonancias terroríficas. Un biólogo canadiense lo ha escogido para bautizar la cepa del coronavirus con manifiesta intención sensacionalista sin que la OMS, responsable de las denominaciones oficiales, se dé por aludida. Hemos entrado de lleno en una fase de epidemiología acojonativa.

Tranquilos: no hay por ahora un motivo especial de alarma. La letalidad de esta mutación es, como la de antecesora, más bien baja, por lo menos entre la población vacunada. Sí parece tener, en opinión de los expertos –los de verdad, no los de esos comités fantasmas– una mayor capacidad de transmisión, lo que justifica el incremento de la vigilancia ante posibles consecuencias de presión sobre las ya colapsadas estructuras sanitarias. Matar mata poco aunque circular, circula, y contagiar, contagia. Las personas menos protegidas o más vulnerables deben ponerse en guardia, y las demás mantener las precauciones normales que en los últimos tiempos han sido generalizadamente abandonadas. Pero de momento y hasta que haya evidencias más sólidas o más claras, no responde a las características sobrecogedoras que sugiere su alias, nacido de esa pulsión efectista, propensa al espectáculo, que domina la sociedad contemporánea y a la que la ciencia se está apuntando con frivolidad inmeditada.

¿Puede haber peligro? Sí. ¿Lo hay, de hecho? No en exceso, salvo que alguien sepa algo que desconoce el resto. Lo que no es óbice para que autoridades y gobiernos cumplan con su deber de monitorizar y controlar una epidemia que con alta probabilidad permanecerá bastante tiempo y que se expande más rápido en invierno porque es cuando la vida cotidiana evita los espacios abiertos. Esa obligación incluye la necesidad de manejar con cautela ciertas tentaciones políticas electoreras –la de la ocultación, por ejemplo– y de informar a los ciudadanos con objetividad, precisión y transparencia, cualidades que no abundaron, por decirlo con suavidad, durante la calamitosa gestión de los estados de alerta. Meter miedo con Kraken es tan contraproducente como ignorar su existencia. Pero en épocas de campaña, como en las de guerra, conviene tener en cuenta que la verdad nunca sale ilesa.