“La riqueza de los milmillonarios ha aumentado a un ritmo desconcertante. Si durante la última década, el 1% más rico de la población mundial capturó alrededor del 50% de la nueva riqueza, desde 2020, con la pandemia y la crisis del coste de la vida, el fenómeno se ha acelerado, de forma que ese 1% acaparó 26 billones de dólares (el 63% de un total de 42 billones de dólares), mientras que el 99% restante tuvo que conformarse con 16 billones (el 37%)”. Así de impactante era lead del informe presentado el pasado 16 de enero por la ONG británica Oxfam (“La ley del más rico”) en Davos, Suiza, con motivo del inicio del World Economic Forum, evento que cada año reúne en la estación de esquí alpina a lo más granado de la política y la economía mundial, con el objetivo, se supone, de avergonzar, o al menos intentarlo, a esas elites del gran poder en un momento en que “la riqueza y la pobreza extremas en el mundo se han incrementado simultáneamente por primera vez en 25 años”.
Según Oxfam, “por cada dólar de nueva riqueza global que percibe una persona perteneciente al 90% más pobre de la humanidad, un milmillonario -cuyas fortunas han crecido colectivamente a un ritmo de 2.700 millones diarios-, se embolsa 1,7 millones”. La ONG apunta directamente a los sectores de la energía y la alimentación como responsables del incremento del patrimonio de los más ricos. “95 grandes empresas de energía y alimentación más que duplicaron sus beneficios en 2022, generando unos resultados extraordinarios de 306.000 millones de dólares y repartiendo 257.000 millones en forma de dividendo entre sus accionistas. La saga familiar Walton, propietaria del 50% de la multinacional del mismo nombre, se embolsó 8.500 millones de dividendos el año pasado. Solo en 2022, la riqueza del indio Gautam Adani, propietario de varias compañías energéticas, se incrementó en 42.000 millones de dólares. En Australia, EE.UU. y Reino Unido, al menos el 50% del crecimiento de la inflación es achacable a esos enormes beneficios”.
Para la famosa ONG, cuya ideología huelga precisar y cuya metodología a la hora de calcular estas cifras se desconoce (el informe confunde ingresos con riqueza, activos con deudas, flujos y stocks, beneficios ordinarios con extraordinarios, etc.) la solución para los problemas de este perro mundo consiste en freír con impuestos a los ricos hasta acabar con ellos. «Aplicar mayores impuestos a los millonarios y a las grandes empresas es la puerta de salida a las múltiples crisis a las que nos enfrentamos actualmente. Es hora de derribar el mito de que los recortes fiscales para los poderosos terminarán de alguna manera beneficiando al resto. Cuarenta años de rebajas fiscales han demostrado que las oleadas de privilegios solo terminan beneficiando a los mismos”. Hay que acabar con los responsables de que “al menos 1.700 millones de trabajadores vivan en países donde el crecimiento de la inflación se sitúa por encima del de los salarios, y más de 820 millones de personas (aproximadamente una de cada diez) pasan hambre”.
Para la famosa ONG, cuya ideología huelga precisar y cuya metodología a la hora de calcular estas cifras se desconoce, la solución para los problemas de este perro mundo consiste en freír con impuestos a los ricos hasta acabar con ellos»
A Oxfam no parece preocuparle gran cosa, de hecho no la cita en su informe, la invasión rusa de Ucrania y sus efectos sobre los precios de la energía, y lo mismo puede decirse de la borrachera de liquidez patrocinada por los bancos centrales y sus consecuencias para la inflación: “La desigualdad es la única causa de las múltiples crisis que atraviesa el mundo”, un eslogan que ignora el decisivo papel que el libre mercado ha jugado en la drástica reducción de la pobreza en el mundo y el aumento de los estándares de bienestar en lo que a educación, salud, etc., se refiere, pero que se ha convertido en ideología que hoy nutre el imaginario colectivo de la izquierda mundial y desde luego europea, convertida en un pensamiento transversal que mediatiza la acción de numerosos Gobiernos en el mundo occidental y desde luego en la propia UE. A finales de enero, la secretaria nacional de Los Verdes franceses, Marine Tondelier, aseguraba querer “una Francia sin multimillonarios”, mientras que el coordinador de La France Insoumise, Manuel Bompard, iba más allá afirmando que “en un país como Francia, con diez millones de pobres y doce que viven en situación de pobreza energética, ser multimillonario hoy es inmoral”.
El Nobel estadounidense Joseph Stiglitz ha propuesto establecer un impuesto global del 70% sobre los ingresos más altos, “lo que tendría todo el sentido para luchar contra las desigualdades”, mientras que en Francia, al socaire del debate sobre la reforma de las pensiones impulsada por Macron, el célebre Thomas Piketty, un charlatán al que la izquierda española sigue con devoción, sostiene que “las 500 mayores fortunas francesas han pasado en diez años de acaparar 200.000 millones a un billón de euros. Bastaría con imponer un gravamen del 50% de este enriquecimiento extraordinario para allegar 400.000 millones”, más que suficiente, se supone, para tapar todas las ineficiencias del elefantiásico Estado del Bienestar galo. Como no podía ser de otro modo, el discurso de la desigualdad como responsable de todos los males sociales ha calado profundamente entre una izquierda española carente de otras banderas. También aquí hay que acabar con los ricos. Lo hemos oído esta semana, en boca de ese prodigio de elocuencia que responde al nombre de Yolanda Díaz: “Hay alguien aquí que se está forrando”.
Y, naturalmente, “algo hay que hacer”, porque “no podemos seguir admitiendo que las empresas sigan engordando sus beneficios a costa de los salarios y del esfuerzo de los trabajadores”. Marxismo elemental en la cabeza de una señora, a la sazón vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo, que esta semana se atrevía a opinar que la inflación subyacente (7% al cierre de 2022) se explica “por los beneficios de las empresas”. Para la señora Díaz hay que poner pie en pared con “el aumento de los márgenes empresariales”, lo que en la lógica de su discurso equivale a condenar a las empresas a su extinción, porque sin márgenes, sin beneficios, no hay forma de contar con un aparato productivo sano capaz de generar riqueza y mantener el empleo. Discursos como este ponen en evidencia la existencia de un proyecto de ingeniería social destinado a transformar las bases de la convivencia entre españoles, en la doble horquilla del cambio de valores (ley del Sí es Sí, ley Trans, ley Animalista, etc.) y la permuta de nuestra estructura económica, una economía intervenida, con presión fiscal y legislativa que haga muy difícil la creación de una simple pyme, y con total protagonismo del sector público. Una España de clases medias empobrecidas y dependientes de las ayudas del Estado. La España de la subvención.
Para la señora Díaz hay que poner pie en pared con “el aumento de los márgenes empresariales”, lo que en la lógica de su discurso equivale a condenar a las empresas a su extinción, porque sin márgenes, sin beneficios, no hay forma de contar con un aparato productivo sano capaz de generar riqueza y mantener el empleo»
A primeros de febrero, la vicepresidenta cuarta -¿será por vicepresidentas?- y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, anunció la intención del Gobierno de impulsar, aprovechando la presidencia española de la UE, “la creación de algún tipo de tasa climática a las grandes fortunas, en línea con un proyecto que lideran los economistas franceses Chancel y Piketty”. La banca y sus beneficios están de nuevo bajo el foco de este Gobierno liberticida, aparentemente muy escandalizado por los resultados de los “cinco grandes” el pasado ejercicio (20.582 millones, un 8,5% superiores a los de 2021, buena parte de los cuales logrados en mercados como Brasil y México), lo que hace temer que el impuesto extraordinario que recientemente les cayó encima no será el último. Según una encuesta publicada hace días por el Diario de Avisos del sanchismo, dos de cada tres españoles son partidarios de que las grandes compañías paguen impuestos extraordinarios, al tiempo que apoyan la imposición de un gravamen temporal a los patrimonios superiores a los tres millones. Es el asedio a los “ricos” en un país como el nuestro, carente, por desgracia, de grandes fortunas, un trampantojo para esquilmar a las clases medias.
Castigar a las energéticas, golpear a la banca, amenazar a las grandes superficies, subir cotizaciones sociales, conminar con la Inspección de Trabajo, freír a impuestos a unos y otros, hacer la vida imposible a empresas y empresarios (la bella Yolanda acaba de manifestarse partidaria de destopar el despido improcedente y castigarlo con más de 40 días por año trabajado), y al mismo tiempo gallear, enorgullecerse, música de pífanos y tambores, por el hecho de que 570.000 personas hayan solicitado el cheque de 200 euros en las primeras veinticuatro horas de plazo, “una ayuda que se abonará de manera casi automática una vez que se compruebe el cumplimiento de los requisitos”. Que serán mínimos, claro está. Es el modelo de país al que pretenden dirigirnos unos políticos de chichinabo que ni en la mayor de sus ensoñaciones hubieran podido imaginarse pisando moqueta y firmando en el BOE.
Convertir la eliminación de las grandes fortunas en el objetivo central de una estrategia económica, como pretende Oxfam y nuestra izquierda populista, es una pretensión ridícula además de muy peligrosa. Los experimentos históricos en la liquidación de los ricos siempre han resultado en el empobrecimiento de las masas, la destrucción del medio ambiente y la supresión de las libertades, como se demostró en la Unión Soviética y en los pocos países que aún sufren dictaduras comunistas. La ONG británica tiene siempre buen cuidado en omitir la situación explosiva que las desigualdades están generando en lugares como China, Rusia o Irán, lo mismo que en otros países en vías de desarrollo donde el crecimiento de los multimillonarios es exponencial. Su punto de mira está siempre puesto en las democracias occidentales, al objeto de dividirlas y debilitarlas. Son los mismos perros con distintos collares, es el viejo comunismo de siempre empeñado no en terminar con la desigualdad, sino con el emprendimiento. No quieren acabar con la pobreza, sino con la libertad.
Porque hay otro camino para luchar contra la pobreza: el de la creación por parte de los Gobiernos de un marco fiscal, laboral e incluso social que impulse la creación de riqueza (en lugar de coartarla) y favorezca el emprendimiento»
Unos y otros olvidan que, en la aldea global, los dueños del capital levantan el vuelo y abandonan aquellos países cuyos Gobiernos pretenden atornillarles con una fiscalidad confiscatoria. Como adelantó Mises en su día, el entero sistema fiscal de un país, como un impuesto en particular, se destruye y anula a sí mismo cuando sus tasas rebasan un determinado listón que quienes lo sufren no están dispuestos a soportar. El economista francés Philippe Aghion (College de France, INSEAD, London School of Economics) ha demostrado que las brutales subidas de impuestos realizadas por François Hollande no tuvieron ningún impacto a la hora de reducir las desigualdades, pero sí dañaron seriamente la movilidad social. Como escribió el también economista e inversor estadounidense George Gilder en “Wealth and Poverty”, “Una economía exitosa depende de la proliferación de ricos, de crear una amplia clase de personas dispuestas a tomar riesgos para formar nuevas empresas, ganar dinero y reinvertirlo”. Porque hay otro camino para luchar contra la pobreza: el de la creación por parte de los Gobiernos de un marco fiscal, laboral e incluso social que impulse la creación de riqueza (en lugar de coartarla) y favorezca el emprendimiento, que cree oportunidades, anime a fundar empresas, impulse los aumentos de productividad para mejorar los salarios, estimule la libre competencia, luche decididamente contra la cartelización… Es un camino contrario al de Oxfam y la izquierda radical. Es el camino de la libertad económica. O el de la libertad a secas.