Teodoro León Gross-El País
Entretenerse en fantasías de un país con otra situación territorial, institucional o política solo favorece la melancolía inútil
La realidad española es la que es. Claro que el país sería más sencillo con la institucionalidad británica; con la consistencia alemana; con una habilidad para desdramatizar en los equilibrios a la italiana; con la cohesión territorial francesa… pero la realidad es que en España parece consustancial la pulsión de cuestionar las instituciones, la tradición de polarización trincherista que aflora con una facilidad desasosegante o el conflicto territorial que es parte de la identidad española. Y esto, todo esto, está representado en el Congreso constituido esta semana para la XIV Legislatura. San Jerónimo retrata bien el cóctel nacional, tal como somos. Hay 17 partidos, o 19, una sopa de letras llena de siglas ajenas al interés colectivo, en el tercio norte con un porcentaje altísimo que incluso aspira a romper este… y con eso toca legislar y hacer Gobierno. Hay que acatar la Constitución, claro, pero también hay que acatar la realidad del país.
La situación es complicada, pero es la que es. Y con eso hay dos fórmulas para hacer Gobierno, después de que Ciudadanos enterrase otra tercera fórmula, más deseable, tras el 28-A. Y las dos vías están claras: con PP+Cs, evitando a los partidos nacionalistas de un extremo y de otro, y los aventurerismos populistas; o hacia la izquierda con UP+partidos territoriales, muchos independentistas. Refutar esto es ir a terceras elecciones a barajar de nuevo, y eso parece de locos. De momento, de esas dos opciones parecen ya descartadas la fórmulas de gran coalición por ambas fuerzas bloqueando incluso el debate. El PSOE se echó en brazos de Podemos, literalmente, a las pocas horas de votar; y el PP ha puesto pie en pared vetando preventivamente a Sánchez. Refutada esa línea, sólo queda el otro pacto. Por más que se ponga el grito en el cielo, sobre todo en el cielo mesetario, no hay más.
Negarse a aceptar esas fórmulas es negarse a la realidad. Se trata de la aritmética votada por los ciudadanos. Y si nada cambia, el Partido Socialista tendrá que meter a ERC en su ecuación, una operación de alto riesgo que sólo se evitaría si se apostase por la opción A. Entretanto, lo previsible es que ERC no ande buscando un regreso a la constitucionalidad sino reforzarse tras el procés empezando por cambiar la retórica. Y en el PSOE saben, como advertía Kennedy, que quien busca el poder cabalgando un tigre suele acabar dentro del tigre. Tendrán que gestionar esa apuesta volcánica, y se equivocan si, para hacerlo, buscan legitimarse exagerando el fantasma de Vox como la mayor amenaza para España. Con esa estratagema, además, nutren a Vox, que es también expresión de la compleja realidad española sintetizada en el Congreso.
Y entretenerse en fantasías de un país con otra realidad territorial, institucional o política sólo favorece la melancolía inútil. Eso es lo que hay, y hay que sumar con lo que hay, acatando la Constitución pero acatando también la realidad.