Accesorios sin fin

EL CORREO 01/03/14
KEPA AULESTIA

· Los vascos alabamos todo lo que se haga con buena intención, sin valorar sus consecuencias, hasta acabar abducidos por la ‘resolución del conflicto’
· Los verificadores no están en condiciones de verificar nada más que su propia convicción de que ETA va en serio
· Una ETA residual está pensando en transitar de la ‘unilateralidad’ a la ‘autogestión’

La historia de ETA es el relato de cómo un grupúsculo de vascos decidió romper con la generación anterior y mostrar su rotunda oposición al franquismo empleando medios violentos, y de cómo esos medios se adueñaron de la voluntad de quienes los manejaban y envilecieron los fines que decían perseguir. Digamos que ésta sería la versión más inocente de lo ocurrido en las últimas cinco décadas. Pero en su ingenuidad sirve para advertir de que el desmontaje de ETA sigue el mismo camino que su montaje: la conversión de los medios en fines. El desarme, que se presentaba como etapa intermedia para la disolución de ETA, ha pasado a ser un fin en sí mismo. Y el medio invocado para facilitar la entrega de armas –los buenos oficios de una comisión internacional de verificación– ha acabado ocupando el frontispicio correspondiente a los objetivos últimos. Los vascos no éramos así; éramos parcos y sin alharacas. Pero una vez descubierto el mercado de los accesorios, ya estamos en disposición de conceder la más alta distinción a Ram Manikkalingam y sus colegas. No os vayáis, no os olvidéis de nosotros, os necesitamos. Los vascos, los verdaderos vascos, no éramos así.

El episodio de la demostración y posterior empaquetamiento de las supuestas armas y explosivos da tanto qué pensar que podríamos preguntarnos si de verdad ETA solicitó la intervención de esa comisión internacional de verificación, o si más bien la recibió como a alguien que va recomendado por insistencia de algún recomendado. En su última nota, la CIV lamentaba que «los debates y discusiones sobre cómo se llevó a cabo la primera puesta fuera de uso y sobre la cantidad de armas y material inutilizados, olvidan el objetivo de fondo». El problema es que su testimonio sobre la disposición de ETA al desarme hubiese sido tan o más creíble sin vídeo y sin inventario firmado y sellado. El problema es que es la escena que copan los propios verificadores lo que contribuye a «olvidar el objetivo de fondo». Entre otras razones porque no están en condiciones de verificar nada más que su propia convicción de que ETA va en serio. Y eso ya lo sabíamos, porque no tiene otro remedio.

Al parecer la comisión liderada por Manikkalingam ha pospuesto la continuidad de su labor a la previa celebración de las elecciones al Parlamento europeo. Ese trimestre le ha sido también concedido a ETA como una prórroga extra que puede sumar a las que ya se va dando a sí misma. La citación por la justicia gala a Brian Currin y el resto de «facilitadores» a instancias de los magistrados Le Vert y Teissier podría dar lugar a una pose parecida. Mientras, Jonathan Powell ha cumplido con su agenda tomando nota sobre el terreno de lo que le decían los representantes de algunas tribus locales sobre cómo va esto de los vascos. Son papeles tan accesorios que explican porqué el lehendakari Urkullu habla de «proceso complejo» y reclama un «guión claro».

Por complicarnos la vida en una zarzuela repleta de protagonistas que salen además engalanados con razones y misiones que invaden el patio de butacas. Por esta moda de importar todos los complementos habidos y por haber de todos los procesos que en el mundo han querido ser, no sea que se nos olvide algún aderezo. Quizá es ahí donde podríamos descubrir algo del alma vasca. En la predisposición a alabar todo aquello que se haga con buena intención, poco importan sus efectos. De manera que no se juzgan ni los medios ni los fines, ni los hechos ni sus consecuencias, sino las intenciones. Lo importante es que el lehendakari Urkullu actuó en conciencia trasladándose a Madrid a arropar como pudo a los verificadores.

Esto se va pareciendo cada día más al juego de ‘a ver quién tiene menos prisa’. Aunque sus adictos parecen olvidar que el acontecimiento más importante tuvo lugar ya hace veintiocho meses, el 20 de octubre de 2011. Lo que entonces no fue agradecido a ETA por las instituciones y partidos –con la excepción de la izquierda abertzale- no tiene sentido que se convierta ahora en una especie de adoración a cada uno de sus subsiguientes pasos. Claro que nos hemos topado con el campeón de la impasibilidad, el presidente Rajoy, capaz de convertir en virtud aquello que más se le achaca, su indolencia. De ahí que Sortu tiente al PNV, y Ajuria Enea se vea en condiciones de liderar el ‘proceso’, abducido por los accesorios sin fin cuando el problema parecía finiquitado.

Mientras tanto, una ETA residual está pensando en transitar de la ‘unilateralidad’ en cuanto a la decisión de cesar en su actividad terrorista a la ‘autogestión’ a la hora de dar los siguientes pasos. Parece coherente. Si la ‘unilateralidad’ del proceso no es correspondida por la otra parte, lo lógico es que derive hacia la ‘autogestión’. ETA se administra su propio desarme en la clandestinidad, porque en realidad qué nos importa a los demás si las armas y las bolsas mostradas a los verificadores están fuera de uso o no. Ese es un asunto que atañe a la conciencia de sus custodios, y nosotros no tenemos razón alguna para poner en tela de juicio su palabra.

Lo mismo podría aplicarse a la política penitenciaria. Ayer en el Parlamento vasco volvió a extenderse la duda sobre si los gobernantes de Euskadi tienen verdadero interés en asumir la competencia y la repatriación de los etarras presos. Vamos, sobre si el PNV y su gobierno anhelan de verdad hacerse cargo de la cárcel de Zaballa con quinientos reclusos de ETA dentro. No hay problema, porque los quinientos podrían autogestionarse perfectamente, comprometiéndose a no salir del recinto carcelario más que bajo supervisión de la Ertzaintza y organizándose en todo lo demás, dentro de lo presupuestado en la partida correspondiente. Sería una solución sin precedentes. Pero seguro que se nos ocurre algo mejor y con más accesorios.