José Luis Zubizarreta-El Correo

  • Los pactos entre PNV y PSE garantizan la estabilidad institucional, pero pueden acarrear consecuencias indeseables para sus firmantes en un futuro no lejano…

Como alma que lleva el diablo han corrido jeltzales y socialistas a renovar su pacto de auxilios mutuos para repartirse el botín que, en buena lid, han ganado y hasta el que, si a mano viene, ni siquiera han merecido. Cinco días han bastado. Se entienden las prisas. Las elecciones convocadas a la desesperada por Pedro Sánchez apremian a apañar listas, redactar programas y organizar mítines. Conviene deshacerse cuanto antes de engorros. Por otra parte, alguno de los términos del acuerdo tiene tan endeble base racional, que lo más expeditivo resulta atenerse al evangélico «lo que has de hacer hazlo pronto» para que la cosa no se enrede y los excluidos queden sin margen para hacer calar sus reproches. Ocurre, con todo, que, con las prisas, hasta lo razonable que tiene el pacto, que lo tiene, podría verse lastrado por sus indeseables consecuencias.

Dos son en Euskadi los acuerdos más emblemáticos, al margen de otros que en el pacto se contemplan: el de las Juntas de Gipuzkoa y el del Consistorio de Vitoria-Gasteiz. En ambas instituciones, el partido ganador ha sido EH Bildu, si bien precisa de acuerdos para alcanzar la mayoría absoluta, Por su parte, la suma de PNV y PSE puede formarla, si recibe el apoyo del PP, que, aunque en un principio lo había ofrecido gratis, pide ahora, en típica táctica negociadora, su admisión como socio de gobierno en ambas instituciones y la abstención, al menos, del PNV en ayuntamientos como Labastida y Laguardia, donde, aun siendo primer partido, la precisa para lograr la Alcaldía

Pactos de este tipo, en los que el primer partido se ve excluido por la formación de mayorías alternativas, son comunes y legítimos. Tienen, sin embargo, sus costes. El primero es el obvio de la cesión recíproca que los acuerdos requieren para cerrarse. El segundo, la reacción que el pacto provoca en quien, creyéndose con «mejor derecho», se ve desbancado de la posibilidad de ejercerlo. En las instituciones citadas, el primero de los costes –la exigencia del PP de ser socio de los respectivos gobiernos– se verá probablemente saldado por el lastre que para ese partido supone dejar que, por su inhibición, EH Bildu gobierne la Diputación de Gipuzkoa y el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz. La abstención del PNV, o su apoyo, en Labastida y Laguardia sería, pues, considerada contrapartida suficiente.

El problema surge con las reacciones que los acuerdos provocan y que, en Gipuzkoa y en Vitoria-Gasteiz, pueden llegar a ser graves tanto para el PNV, en Euskadi, como para los socialistas en su conjunto, por la repercusión a través de Navarra. En Euskadi, el desaire que para EH Bildu supone verse apartado de un poder al que se cree legitimado revertiría en un victimismo de retardado efecto rebote en las próximas elecciones. Las mayores reservas de voto de que EH Bildu parece todavía disponer, en contraste con las que el PNV da la impresión de estar ya a punto de agotar, podrían activarse en los comicios de julio y devenir temible amenaza en los autonómicos del próximo año. Las pérdidas de presente quedarían resarcidas por ganancias de futuro

En Navarra, los afectados son la Diputación foral y el Ayuntamiento de Iruña. El PSN ha declarado que, pese a ser tercero, se postulará para la Alcaldía, negándole el apoyo a EH Bildu, que, como segundo en votos y concejales, también aspira a ella. Tal decisión, sumada a los desaires en Euskadi, condicionará, sin duda, la actitud de la izquierda abertzale respecto del Gobierno Foral, para el que el PSN, segundo partido, precisa, cuando menos, de su abstención. La generosidad no está asegurada como en la pasada legislatura. Otegi ha puesto el dedo en la llaga: «Hemos estado trabajando cuatro años juntos y ahora somos los malos». La advertencia vale para el PSN, pero también para el PSOE, y, de rebote, incluso para el PP. La campaña contra éste por ocultar su disposición a pactar con Vox quedaría neutralizada si el PSN recibe el apoyo de EH Bildu en el Gobierno foral y se lo presta en el Ayuntamiento de Iruña. Y es que no resulta creíble que socialistas y populares suspendan relaciones con sus extremos sólo en tiempos de campaña. Los pactos dejan huella. No se deshace uno sin coste del clínex con que se ha sonado los mocos durante tanto tiempo –Ortuzar dixit– ni puede convertir de pronto en apestado a quien ha sido leal compañero de viaje. El pasado pasa factura, y de nada sirve decretar una tramposa ‘damnatio memoriae’ contra quien, llegado un momento, se te ha convertido en estorbo. Cría cuervos.