Lucas Proto-El Confidencial
- Hace tiempo que la UE es consciente de la vulnerabilidad geopolítica que supone su dependencia del gas ruso, pero crisis tras crisis vuelve a caer en el mismo problema
La Unión Europea parecía haber comprendido con claridad lo que estaba por venir nada más comenzar 2009. Aquel 1 de enero, las crecientes tensiones entre Rusia y Ucrania estallaron y Moscú anunció la suspensión total de las exportaciones de gas hacia su vecino occidental. Una semana después, el cierre del grifo se extendía a 16 Estados miembros de la UE y a Moldavia. La crisis se resolvió el 20 de enero, pero fue suficiente para ocasionar una emergencia humanitaria en los Balcanes, donde parte de la población perdió la capacidad de proteger sus hogares del frío invernal.
Ante todo, fue una advertencia clara para Bruselas sobre la capacidad de Moscú de amenazar el suministro gasístico de gran parte del continente a modo de herramienta de presión. La dependencia europea de Rusia como proveedor de gas, la cual llevaba tiempo siendo ignorada sistemáticamente por el club comunitario, había quedado a la vista de todos. La UE inició entonces una serie de reformas destinadas a reducir esta debilidad estratégica, la cual quedó evidenciada una vez más en 2014, cuando Vladimir Putin anexionó la península de Crimea al gigante euroasiático ante la mirada impotente de Europa.
Pero 13 años después de que la UE le viera las orejas al lobo, en apariencia nada ha cambiado. Una vez más, los tambores de guerra resuenan en la frontera entre Ucrania y Rusia; una vez más, una crisis energética azota el continente europeo en pleno invierno; una vez más, el gas está siendo utilizado como arma geopolítica, y, una vez más, la dependencia de Bruselas del combustible ruso ata sus manos a la hora de responder a los movimientos del Kremlin.
Los ductos rusos llevan meses funcionando a medio gas, contribuyendo a los elevados precios de la electricidad que los Veintisiete siguen experimentando. Gazprom, la compañía paraestatal rusa que controla toda la red gasística del país, insiste en que ha cumplido con todos sus compromisos de suministro a largo plazo con Europa, pero no hace mención de los otros contratos con el continente (los del mercado ‘spot’), en los que ha dejado de ofrecer combustible, estrangulando así la oferta. El líder de la Agencia Internacional de la Energía, Fatih Birol, ha afirmado que Moscú está reteniendo al menos un tercio de la cantidad de gas que podría enviar hacia destinos europeos. Esta reducción del flujo, resaltó el economista, “coincide con las crecientes tensiones geopolíticas con respecto a Ucrania”.
Para compensar este cierre parcial del grifo ruso, la UE y otros países europeos se han visto forzados a ampliar drásticamente la importación de gas natural licuado (GNL), especialmente el procedente de Estados Unidos, uno de los mayores exportadores del combustible del mundo y quien está a la cabeza de la confrontación geopolítica con Putin. Una comparación entre la segunda semana de este año y la de 2021 evidencia esta transformación. En relación con el mismo periodo del año pasado, Europa recibe cerca de un 42% menos de gas procedente de Rusia y un 125% más de GNL. Otros socios energéticos de Bruselas, como Noruega o Argelia, solo han podido aumentar muy ligeramente su suministro al encontrarse prácticamente al límite de su capacidad de exportación.
La ayuda estadounidense está logrando paliar, por ahora, la reducción del suministro ruso, pero no es ninguna panacea. En primer lugar, Europa solo está logrando este suministro de GNL sin precedentes porque está pagando precios considerablemente más altos que otras regiones por ello. Por otra parte, no existe gas licuado en el mundo capaz de evitar una situación catastrófica si el Kremlin, a raíz de la confrontación a las puertas de Ucrania, decidiera tomar medidas drásticas similares a las de 2009. “Si el Gobierno ruso ordena a Gazprom que cierre el suministro de gas a Europa por completo, no cabe duda de que Europa se encontraría ante un enorme problema”, valora Jack Sharples, investigador del Instituto de Estudios Energéticos de Oxford experto en Rusia y Gazprom, en entrevista con El Confidencial.
Una dependencia energética creciente
Entonces, ¿la UE no ha hecho nada durante los últimos 13 años para evitar su dependencia energética? No es cierto. En 2010, el nuevo reglamento de la UE sobre el suministro de gas introdujo un mecanismo de solidaridad interestatal en caso de emergencia y el requisito para cada Estado miembro de depender de tres proveedores diferentes de este combustible. Más adelante, en 2014, la adopción de la Estrategia Europea de Seguridad Energética aceleró la creación de interconexiones de energía entre los Veintisiete (por aquel entonces pre-Brexit, Veintiocho), con el fin de crear un mercado verdaderamente integrado.
Estas medidas, entre otras, deberían haber contribuido a reducir la dependencia de la importación de gas. Pero la realidad es que, a lo largo de la última década en el continente europeo, esta no solo no ha aminorado, sino que ha crecido hasta el mayor nivel de su historia reciente. En enero de 2019, el porcentaje de este combustible importado respecto al consumo total rozaba el 90%, una cifra casi 20 puntos por encima a la de 10 años atrás, cuando Rusia cortó el suministro de gas por última vez.
Dos motivos explican, en gran medida, este fenómeno. El primero es la reducción de la producción de gas natural dentro del continente, especialmente en el caso de los Países Bajos, que antaño fue el principal exportador del combustible del continente pero que en los últimos años ha visto cómo sus yacimientos se secaban y una serie de terremotos obligaban a paralizar la extracción. Otros países como Alemania o Italia también han abandonado parte de su producción interna. “El incremento de la dependencia de Rusia se ha visto agravado por el descenso de la producción doméstica”, apunta George Zachmann, especialista en energía del ‘think tank’ Bruegel, con sede en Bruselas, a El Confidencial.
La segunda razón es el esfuerzo europeo por descarbonizar la generación de electricidad. Pese a que el desarrollo de energías renovables ha contribuido a contar con alternativas energéticas, los Veintisiete han tratado, al mismo tiempo, de deshacerse del carbón —y, en el caso de varios Estados miembros, de la energía nuclear— a un ritmo acelerado para lograr su objetivo de cero emisiones netas para 2050. Esto ha impedido reducir el destacado papel que juega el gas en el ‘mix’ energético de la UE.
«El gas ruso ha sido muy barato durante este tiempo y sus compradores se han visto muy beneficiados con ello»
La suma de estos dos factores da un resultado evidente: las compañías energéticas europeas tienen, hoy en día, que adquirir más gas que nunca. ¿Y a quién van a comprar en un contexto de libre mercado? A quien ofrezca el mejor precio. “El gas ruso ha sido muy barato durante este tiempo y sus compradores se han visto muy beneficiados con ello, dado que salía mucho más rentable que el GNL”, explica Zachmann. De hecho, durante todos estos años Europa ha sido considerada un mercado de último recurso para el comercio global de GNL. El lugar a donde iban a parar aquellos buques metaneros que no habían encontrado comprador en otro lado.
El manejo de los recursos energéticos siempre es una de las prioridades más importantes para cualquier Estado. A la hora de enfrentarse a esta tarea, los gobiernos deben lidiar con lo que el Consejo Mundial de la Energía define como el “trilema energético”: la capacidad de garantizar la sostenibilidad ambiental, el precio asequible para la población y la seguridad del suministro. En la Unión Europea, se ha privilegiado a nivel político el primer factor y un mercado muy competitivo ha garantizado la mayor parte del tiempo el segundo. Mientras tanto, el último quedaba, comparativamente, relegado.
Putin no ha perdido el tiempo
Por si fuera poco, mientras la cigarra europea disfrutaba del gas barato, la hormiga rusa trabajaba incansablemente para hacerse lo más inmune posible a las armas económicas de Occidente. Desde la oleada de sanciones a raíz de la anexión de Crimea en 2014, Moscú se ha esforzado por reducir su dependencia del sistema financiero global, aprovisionar sus reservas de divisas extranjeras y ‘desdolarizar’ la economía rusa con el objetivo de reducir el poder de las herramientas de coerción utilizadas más frecuentemente por Estados Unidos y la UE para castigar a Rusia.
La estrategia, denominada comúnmente por los inversores como “Fortaleza Rusia”, ha dado sus frutos. Preguntado sobre la posibilidad de recibir un régimen de sanciones radical, similar a los impuestos por Estados Unidos a Corea del Norte o Irán, el ministro de Finanzas ruso, Anton Siluanov, respondió que “sería algo desagradable, pero realizable”. “Creo que nuestras instituciones pueden lidiar con ello”, sentenció, de acuerdo con el ‘Financial Times‘.
Es importante recordar que, para Moscú, el corte por completo el suministro de gas hacia Europa sigue suponiendo a día de hoy un harakiri económico. Sin embargo, el Gobierno de Putin ha dado pasos en los últimos años por reducir su propia dependencia de las ganancias de la venta de combustible hacia Occidente. El mayor paso para ello es el proyecto Power of Siberia 2, que conectará los yacimientos de gas de Yamal (los mismos que abastecen al continente europeo) directamente al mercado chino. Paralelamente, el polémico gasoducto Nord Stream 2, pendiente de aprobación y en el centro del actual cruce de amenazas entre la UE y Rusia, permitiría que Gazprom esquivara casi por completo a Ucrania a la hora de enviar gas hacia el centro de Europa, debilitando económicamente a un vecino díscolo que quiere volver a atraer hacia su esfera de influencia.
Eventualmente, la transición energética llevará a la UE y al resto de Europa a abandonar los combustibles fósiles, liberándose así de una vez por todas de la dependencia del gas ruso. Sin embargo, a lo largo de las décadas que faltan hasta ese punto, es poco probable que este talón de Aquiles estratégico se reduzca. En gran parte porque, por mucho que la crisis de los precios de la electricidad haya dominado los titulares a lo largo del final del último año, todo parece indicar que la lección no ha sido aprendida.
Un invierno bajo mínimos
Desde hace exactamente un mes, el gasoducto Yamal, que normalmente representa una sexta parte de las importaciones anuales de gas desde Rusia hasta Europa y Turquía, está fluyendo constantemente a la inversa en dirección este. De acuerdo con Sharples, esto apunta a que Polonia, por donde pasa la infraestructura, está utilizando gas almacenado en Alemania sin que un solo litro cúbico haya llegado desde Rusia por este canal. Esto, a su vez, indica que los clientes de Gazprom podrían estar solicitando menos gas del estipulado en sus contratos —los cuales cuentan con cierta flexibilidad—. ¿Cómo se entiende que en un contexto de escasez energética alguien, voluntariamente, elija rechazar combustible que ya tenía acordado? La razón es que existen grandes incentivos económicos para ello.
«Es probable que los clientes de Gazprom en Europa hayan decidido reducir el gas que compran de la compañía debido a su precio»
“El precio en estos contratos está ligado al de los ‘hubs’ de comercialización de gas, el cual es muy alto en estos momentos”, explica el experto británico. “Así que es probable que los clientes de Gazprom en Europa hayan decidido reducir el gas que compran de la compañía debido a su precio. En su lugar, estarían utilizando el que todavía tienen almacenado, esperando que las reservas aguanten hasta que pase el invierno”, agrega. Las compañías energéticas europeas apuestan así a que el precio global del combustible va a caer, como suele hacerlo cada año, conforme suban las temperaturas. Es decir, patada al problema económico y a esperar al calor para comprar más combustible.
Se trata de una apuesta calculada, pero que, al reducir todavía más las de por sí menguadas reservas de gas, puede ser catastrófica para la seguridad energética de Europa si la cuestión ucraniana lleva a Rusia a cerrar el grifo. Pero no hay que sorprenderse. Al fin y al cabo, se trata de la misma estrategia que nos ha traído hasta este punto. Los precios del combustible empezaron a subir rápidamente en verano de 2021 en el mercado europeo, lo que desincentivó la compra de gas para rellenar las reservas. Unas reservas que, a su vez, habían sufrido un descenso considerable porque el pasado invierno fue inusualmente frío, lo que provocó que la mayoría del GNL fuera consumido por Asia en detrimento del territorio europeo —porque, recordemos, Europa es el último en comer en la mesa del gas licuado—, obligando a tirar del gas almacenado.
¿El resultado? Al comenzar el invierno de 2021, las reservas europeas se encontraban en apenas un 55%, un mínimo histórico para la temporada. “En agosto ya estábamos situados en un nivel de reservas un 30% menor al promedio para ese mes, lo que ya nos indicaba que iba a haber un problema”, señala Zachmann. El investigador de Bruegel considera que la UE debería exigir legalmente a todos los importadores y productores de gas de sus Estados miembros que conserven en todo momento cierta cantidad (en torno a un 20% de su oferta anual) a modo de seguro de emergencias.
Aunque el continente cuenta con una considerable capacidad de almacenamiento de gas (cerca de una quinta parte de su consumo anual), que estén más o menos vacíos depende completamente de un sistema motivado por el incentivo económico, y esto entraña riesgos. Los mercados son herramientas poderosas a la hora de minimizar los precios, atraer inversión y desarrollar tecnologías innovadoras, pero hacen poco a la hora de garantizar la seguridad del sistema.
“Apostando todo a nuestro mercado ultracompetitivo, en el que los precios reaccionan tan fuerte al balance entre oferta y demanda, nos creíamos que todo funcionaba estupendamente y nunca pensamos en lo que pasaría si un día se producía una tormenta perfecta. Nos volvimos complacientes”, concluye Sharples. Ahora, toca lidiar con las consecuencias de que Rusia tenga, una vez más, la sartén —y el gas— por el mango.