OLATZ BARRIUSO-EL CORREO

El escrutinio de las urnas en Castilla y León deja algunas incertidumbres. Interrogantes que afectan sobre todo a lo que le importa a la gente que salió ayer de su casa para votar, la gobernabilidad y la estabilidad de su comunidad autónoma, al albur del entendimiento entre dos partidos rivales cuyos líderes nacionales, Casado y Abascal, no se dirigen la palabra. Porque podemos suponer, y no es ironía, que el PSOE no se plantea facilitar la investidura de Mañueco, el candidato de la lista más votada, para bajar los humos a Vox.

Vayamos, pues, de entrada, a las certezas. Por ejemplo, que el CIS de Tezanos falla más que una escopeta de feria. O, siendo malpensados, que la ‘cocina’ buscaba movilizar el voto de la izquierda, algo que no ha sucedido y que arroja negros nubarrones sobre las expectativas a medio plazo de la coalición PSOE-Podemos, que, juntos, perdieron ayer nada menos que ocho escaños. No parece aventurado avistar señales de un cambio de ciclo hacia la derecha pese al bombardeo constante de la maquinaria de Moncloa con el maná europeo, la recuperación económica o la agenda social.

Otra certeza. Campaña en la que se implica Pablo Iglesias, campaña en la que pincha Unidas Podemos, que se queda con un solo procurador y se asoma a la irrelevancia. Si Yolanda Díaz era la gran esperanza blanca del espacio a la izquierda del PSOE, su incomparecencia en la campaña castellanoleonesa y el fuego amigo que recibe cada día desde la dirección morada auguran pocas alegrías a ese espectro político. Resulta simbólico y revelador que UP esté abocada a compartir el Grupo Mixto en las Cortes castellanoleonesas con el también único diputado de Ciudadanos, el batallador Paco Igea, que salva su escaño pero no los muebles de un partido en evidente proceso de extinción. La noche electoral en la meseta tiene algo de certificado de defunción de lo que se dio en llamar ‘nueva política’, los partidos surgidos al calor del 15-M y del desgaste y la corrupción del bipartidismo clásico.

Las exequias de quienes una vez parecieron llamados a disputar la hegemonía a PP y PSOE coinciden con la confirmación de la imparable pujanza de la extrema derecha, que ya no se conforma con crecer solo a costa del cabreo del que se nutren todos los populismos, sino que se arriesga al baño de realidad que supone la gestión diaria. Salvo que con la desacomplejada exigencia de una vicepresidencia para el recién llegado García-Gallardo, Abascal busque más bien exponer al PP a sus contradicciones, empezando por la propia convocatoria de estas elecciones, y desgastar a Casado haciéndole su rehén. Génova se enfrenta a su gran dilema, pelear por mantener el guion y gobernar en solitario, algo que difícilmente se sostiene, o asumir como inevitable el tándem con Vox en un país tan polarizado como España. Algunos le susurrarán desde hoy a Casado lo que ya decía el vallisoletano Delibes: «Permitamos que el tiempo venga a buscarnos en lugar de luchar contra él».