ADIÓS A TODO ESO

ABC-IGNACIO CAMACHO

Soraya encarnó el marianismo como estilo. Un modo burocrático de gobernar que fracasó por falta de instinto político

POCO antes del 1 de octubre del pasado año, un ministro de Rajoy me explicó muy ufano por qué el referéndum ilegal de Cataluña no iba a celebrarse. Dijo que la vicepresidenta Sáenz de Santamaría, su minigabinete de crisis y los servicios de espionaje lo tenían todo previsto hasta el menor detalle en carpetas que cubrían cada hipótesis con exhaustivo cálculo de probabilidades. Lo que pasó aquel día ya lo sabemos: el Gobierno fue burlado con todas las agravantes y la crisis independentista entró en una fase inflamable. Pero alrededor de Soraya se había creado, como sobre Alfonso Guerra treinta años antes, una leyenda de mujer poderosa, controladora e intrigante que llegó a crear un aura cuasi mitológica al personaje.

El poder lo tenía, ciertamente, delegado por su jefe, pero lo ejercía con pulso administrativo. Siendo una excelente parlamentaria, contundente y llena de brío, su modo de abordar los conflictos se reducía casi siempre a un encuadre jurídico, y esa estrategia burocrática, leguleya, muy del gusto de Rajoy, se convirtió en el sello de marca del marianismo. Ella encarnó un estilo rutinario de gobernar que renunciaba a la ideología en aras de un abstracto pragmatismo y que acabó fracasando por falta de instinto político, entendiendo por tal el mínimo de empatía, de olfato y de ímpetu necesarios para defender un proyecto con cierto vigor emotivo. Ni siquiera, como se demostró tras la caída del presidente, para atraerse la confianza de su propio partido, donde su falta de implicación en los momentos más comprometidos la hizo víctima de una coalición de enemigos, movilizados por la hostilidad común a su probablemente exagerado halo de egoísmo ambicioso y conspirativo.

Acostumbrada a manejar un país desde el cuadro de mandos, Soraya no podía aceptar un papel subsidiario, y menos a las órdenes de un líder tan audaz como novato, forjado en el laboratorio de Aznar, la némesis interna, la sombra perseguidora de los sorayos. Aunque nunca se ha medido en las urnas habría sido una gran candidata para Madrid, pero nos quedaremos con las ganas de comprobarlo. Sí está contrastado, en cambio, que deja al PP la herencia envenenada de un duopolio mediático que ella ayudó a construir –su otro gran error de miopía política– a la medida de sus adversarios.

Ayer tarde, un escueto mensaje automático de Whatsapp –«Soraya Sáenz de Santamaría ha salido del grupo»– certificó su marcha a través del chat del PP en el Congreso. Impersonal, distante, gélido: un portazo posmoderno. Puede que su despedida sea sólo un hasta luego; dependerá, en principio, de la suerte judicial de Casado en el Supremo. Cuesta aceptar que su vocación, su edad en sazón y su indiscutible talento renuncien a una nueva oportunidad en un futuro por naturaleza imperfecto. Y que después de haber vivido un período tan decisivo y tan intenso le diga, como Robert Graves, adiós a todo eso.