ABC-LUIS VENTOSO

Su fachada era gratísima, pero a su paso dejaba el caos

HOY volveremos a soportar el ritual excluyente y fatigoso de la Diada, una marcha separatista montada sobre el insulto al vecino y una lectura mendaz de la historia. En una jornada tan regresiva reconforta recordar que otra Cataluña fue posible: la que cautivaba al resto de España exportando seducción en vez de ofensas. Millones de niños de todo el país sucumbimos al encanto de aquel Barça abierto, cosmopolita y melenudo de Cruyff, Neeskens y Sotil (hoy el club nos ha echado a patadas al volverse abiertamente antiespañol; es imposible querer a quien te detesta). En los años sesenta y setenta del siglo pasado, millones de chavales de toda España comenzamos también a leer con los tebeos de Bruguera, una editorial barcelonesa que inventó personajes que todavía hoy perviven en el imaginario colectivo del país que nos une a todos. Los más célebres, es evidente, son los patosos detectives de Ibáñez, los inmortales Mortadelo y Filemón. Pero los chavales de entonces también nos reíamos, o a veces nos apenábamos, con el hambre insondable del Carpanta de Escobar, o las trastadas que sus Zipi y Zape le gastaban a su progenitor, el redicho don Pantuflo Zapatilla; o con las chapuzas de Pepe Gotera y Otilio, la miopía surrealista de Rompetechos, los vecinos chiflados de la Rúe del Percebe 13…

La editorial Bruguera, hija de su época, cascó en 1986. Pero su eco perdura. Uno de sus dibujantes, el pícaro madrileño Manuel Vázquez, incluso se convirtió en carne de leyenda y en 2010 Santiago Segura lo encarnó en una película. Mal sabíamos los niños que nos carcajeábamos con sus viñetas que en la vida real Vázquez era un bala, que llegó a dar con sus huesos en el talego en tres ocasiones, por sablista y hasta por bígamo. Un tarambana incorregible y chisposo, padre de once hijos con mujeres varias, que en los propios tebeos hacía autoparodia de su condición de moroso. De su rotulador salió el gran Anacleto, Agente Secreto (que también tiene su película), y las Hermanas Gilda, la Familia Cebolleta… Pero en 1969 ideó a la que a mí me haría más gracia: la Abuelita Paz. Se trataba de una anciana encantadora, con sus gafitas y su pelo bien compuesto, siempre correctamente atildada y con una sonrisa suave y acogedora en la comisuras de los labios. Pero, ay, aquella buena señora de tan grata fachada tenía un problema: en realidad no se fijaba en nada e iba dejando a su paso el caos. Sus palabras y gestos para la galería, muy bienintencionados, jamás se traducían en resultados positivos, pues circulaba por la vida sin reparar en el detalle, que es donde radica el diablo de las cosas y donde se diferencia la obra bien hecha del mero desiderátum quedabien. La aparente bondad de la Abuelita Paz era una pompa de jabón. Al final hacía más daño que bien.

Y ustedes sabrán perdonar el cruce de cables, pues en realidad pretendía escribir sobre Manuela Carmena, quien lo ha hecho tan bien que quiere seguir siendo alcaldesa. Pero la memoria de la infancia me ha llevado por otros derroteros, que nada tienen que ver con tan eficaz política.